jueves, 25 de noviembre de 2021

"Si el alma te pide aire, ábrele la puerta", por Manuel Mata

>>Todos los artículos y relatos de Manuel Mata en buceite.com 

SI EL ALMA TE PIDE AIRE, ÁBRELE LA PUERTA.

La familia Molinero-González la componían don Bernardo, el patriarca, su esposa doña Antonia y sus cinco hijas: María, Sagrario, Inmaculada, Rosario e Isabelita, por orden de nacimiento.

Vivían en una casa de dos plantas, pintada de cal hasta los sardineles, colgajos de campánulas verdes y amarillas en la fachada, rejas embutidas en las ventanas y un patio interior donde florecían geranios, hortensias, glicinas y un limonero lunero del que Bernardo tomaba cada mañana un zumo mezclado a partes iguales con agua. Según su cuñado Pascual, el veterinario,  este cítrico es un poderoso antioxidante que protege las células de los radicales libres.

 A la parte trasera del edificio, una pajarera daba cobijo a jilgueros, canarios y verderones que vivían como reyes y de los que Isabelita se encargaba de reponer alpiste y cañamones, rellenar bebederos o colocar pelo de cabra en tiempo de crianza.

Don Bernardo estaba empeñado en tener un hijo varón a quien traspasar el negocio de droguería que regentaba, pero cuando al quinto intento el doctor anunció sin mucho entusiasmo ¡otra niña! la señora de la casa se plantó: “hasta aquí hemos llegado” sentenció ya para siempre. 

Doña Antonia, excelente costurera que lo mismo te hacia un dobladillo con bies que adaptaba el traje de una abuela a la nieta casadera, ejercía además como Camarera Mayor de la Virgen del Desamparo, patrona y alcaldesa de honor de la ciudad.  Entre sus funciones, dirigir el trabajo de las damas camareras, mantener el camarín  adornado y engalanado, conservar en perfecto estado ajuar, joyas y enseres y, lo más importante, vestir a la Señora el día de su festividad para salir en procesión con su manto azul de tisú bordado en oro y seda, símbolo de eternidad.

   Todas las tardes, al finalizar la misa de siete, doña Antonia se encargaba, además, de adecentar los siete niveles del Altar Mayor, renovar flores marchitas, pasar la bayeta sobre los izcuintles y sustituir manteles y paños, velas y velones. Después, ya en la sacristía, ordenaba casullas, dalmáticas, manípulos, estolas y cubre cálices. 

A veces, Isabelita acompañaba a su madre en estas tareas, aunque participaba poco en las labores de limpieza, pues prefería conversar, mientras tanto, con Ceferino, “el cura yeyé” como le bautizaron cariñosamente nada más llegar a la feligresía las mal llamadas beatas.

La parroquia era gobernada con mano severa por el padre Francisco, cura de vieja sotana,  próximo a la jubilación, cetrino, pelo blanco que raleaba por el cráneo, cara ancha con algo esquivo en la mirada, que sonreía paternalmente a todos, especialmente a las chicas, que acudían a sus homilías. 

Ceferino era el coadjutor. Procedente del seminario de Zamora había aprovechado el tiempo aprendiendo música e idiomas, entre ellos el alemán. Su llegada lo revolucionó todo. 

Tocaba el órgano y en los descansos de la catequesis interpretaba estribillos de las canciones de moda, lo que hacía más amenas aquellas clases donde todo era confusión: ¿qué pasó realmente en el Edén?, ¿aquel truco de la multiplicación de panes y peces?, ¿nadie salvó a Jesucristo de la cruz si tanto bien hizo? Todo quedaba siempre en el aire.

Era extrovertido, guapo, joven y, posiblemente, entró en el sacerdocio para complacer a su madre. Vestía pantalones vaqueros, jugaba al mus, era seguidor del Atlético de Madrid y descuidaba el rapado diario de la tonsura que en aquel tiempo los obispos obligaban a mantener. 

Los encuentros con Isabelita eran cada vez más asiduos, más felices y más discretos. Conversaban sobre lo divino y lo humano, sobre lo celestial y lo terrenal. Al principio sentados en las últimas bancadas del transepto, después, buscando más intimidad,  en las sillas del coro y más tarde en los bancos de granito de la galería porticada. 

 “La vida no es otra cosa que el regalo del tiempo del que disponemos”, decía él, e Isabelita, en sus gestos, en su sonrisa y en sus palabras, descubría un encantamiento dulce como de seducción infinita a la que no se atrevía a poner nombre. 

Sabedor de la afición de Isabel por los pájaros cierto día  Ceferino la invitó a subir al campanario trinitario donde cernícalos, milanos y otros falconiformes anidaban entre las tejas del cimborrio o en los huecos de las paredes.

Una escalera de caracol de 45 escalones -las veces que deben ser repetidos, en voz alta o en voz baja, los códigos sagrados- que terminaba en un rellano cubierto de ramas, hojarasca y excrementos, pero que a ellos les parecía un balcón al Universo sin límites y a la Libertad irrestricta.

Una tarde plomiza de abril, con ruido de truenos en el horizonte, sentados sobre el último de los peldaños, se cogieron de la mano. Ceferino le acarició la mejilla, Isabelita puso la mano sobre su bragueta y entre el sofoco y la aprehensión, entre una mezcla muy rara de felicidad y desasosiego, ocurrió lo que debía de suceder. Desde sus nidos, construidos sobre torreones próximos a la espadaña, cuatro cigüeñas contemplaban, atónitas, la cópula, absolutamente desconocida para ellas, en que macho y hembra enfrentan sus caras y se miran a los ojos.

Muchas, por no decir todas, fueron las tardes que, con una botellita de vino de sacristía, subían a la torre con la excusa de ver crecer los polluelos o bruñir las campanas con vinagre, harina y sal.

Ese afán, mitad ornitológico mitad restaurador, despertó las sospechas tanto de doña Antonia como de don Francisco que decidieron trasladar su preocupación al obispo, solicitando el cambio de destino del joven presbítero. Por ejemplo, decían en la misiva, aprovechando sus conocimientos lingüísticos, una reasignación transitoria a la parroquia de Worderstand en Dusseldorf donde habita una importante colonia de españoles procedentes de la diáspora de los años sesenta del siglo pasado.

Dos meses después de la marcha de Ceferino todo se precipitó.  Isabelita notó que la regla no llegaba, dolores abdominales, hinchazón en los pezones, mareos, y unas ansias por comer nísperos como nunca antes había sentido. Su tío Pascual, tras palparle el vientre, observar el iris y poner cara de obstetra, habló con la solemnidad que obligaba el caso: estás más preñada que la vaca de Eulogio.

Y decimos que todo se precipitó porque no es fácil dejar el sacerdocio para ser marido. Todo fueron prisas para iniciar el procedimiento que la Santa Madre Iglesia tiene para estos casos sobrevenidos. La causa debía finalizar antes de la llegada del neonato pues, además de la mancha original que todos -sin comerlo ni beberlo- portamos al nacer, sería fruto del pecado y por consiguiente, al no poder ser recibido en la Fe Verdadera, arrastraría la condición de morito.

Con carácter urgente se envió rogatoria ante la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, adjuntando solicitud de secularización, alegato probatorio de que la ordenación era nula por haber sido forzada por la madre, informe pericial psicológico, declaración jurada de los hechos, certificado médico dando cuenta del embarazo, prueba ADN de paternidad y apelación final a la encíclica “Sacerdotalis Caelibatus” de Pablo VI, auténtico coladero para todos aquellos religiosos deseosos de colgar los hábitos.

Por fin, concedida la nulidad eclesiástica, Ceferino e Isabelita contrajeron matrimonio canónico el sábado 8 de mayo de 2010 bajo la silente admonición de la Virgen del Desamparo. Ceremonia a la que los abajo firmantes acudimos como testigos por parte de la novia.

Hoy, finales de 2021, podemos dar pública certeza y convicción de que Ceferino e Isabel forman un matrimonio feliz, que son padres de tres niñas con un cuarto de camino, que despachan con alegría y predisposición a los clientes de “Droguería Molinero” y que están encantados de haber abierto la puerta de sus almas.

--

Firmado: José María Casuso y Manuel Mata.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya ha vuelto Mata a meterse con la iglesia de Jesucristo. Porque no se mete con los protestantes o los testigos porque no eh.
Carmen

Anónimo dijo...

LO que cuenta Manolo Mata con alguna ironía ha pasado en muchos pueblos de España.
Lo que tiene que hacer el PAPA es aprobar las bodas de los curas y no pasaría lo que pasa
Su trabajo su familia y sus hijos y verían la vida mejor

Unknown dijo...

Buen relato y realista de la España de Franco y bastante posterior y no se meten con la iglesia, es lo que pasó y más con lo malos que fueron los curas de aquella época bueno y los de ahora también. Al sacerdote que salía bueno lo mandaban a África o América para que se lo comieran las culebras o las panteras. A continuar con los relatos por favor, gracias.

Anónimo dijo...

¡Anda ya, comentaristas 2.46 y 3.42 p.m!, después de la comida se echa uno/a la siesta, si es que no se tiene nada que hacer, y se lee una y otra vez esta maravilla de relato -tal como se debe de leer-, dice uno ¡"aproveche"!, y se aprovecha de la amiga, de la novia, de la mujer, de la vecina y/o de la abuela si es menester, dejándose de ir en la dirección de "aprovechar" para darle caña a la iglesia; lo que nunca ha querido hacer el señor Mata con su excelentísimo relato.
Eso es chinchar por chinchar y ofender por ofender, cuando esto de la iglesia es como con la politica: hay que respetar lo que piensan los demás- políticamente hablando, quiero decir- y en lo que los demás -religiosamente- piensan y sienten y ya está. RESPETA Y SERÁS RESPETADO, y ustedes en este caso no han respetado a los católicos de corazón ni a al maestro de la pluma; por tanto, os habéis equivocado en promulgar con comentarios anónimos vuestra irrespetabilidad hacia unos creyentes que ningún daño os han hecho. Eso no es libertad de expresión, eso es un libertinaje ofensivo, incluso para el autor de este majestuoso relato, que nunca ha buscado juzgar ni ofender a la Iglesia. Solo aciertan usted/es -uno o dos- en lo común y lo común es que todos, nosotros, usted-ustedes, el señor Mata, los personajes y hasta el mismo cura son seres humanos con sus defectos pero también, seguramente con virtudes ¡SERES HUMANOS!, donde, también, seguramente, entran estos dos respetados comentaristas y hasta yo, con más defectos (yo) que cualquiera.
Señor D. Manuel Mata, es usted un muy buen escritor inundado de rarísimos nombres comunes (propios de la profesión/es del/los temas que toca) y tantos adjetivos calificativos por entre sus boemias neuronas.
Atentamente su extraña musa María Magdalena ¡Si, esa misma!
Gracias, todo un deleite rebuscando tan sencillo y también bonito final procreador.
"Aprovecho" para decir, que no estoy de acuerdo con el celibato porque Dios hizo al hombre y la mujer para procrear, razón de sexos.
M.R.K.PT.

Anónimo dijo...

_* Si la señorita Elvira Soto lo hubiera leído, aplaudiría tus conocimientos en Ciencias Naturales sobre aves. Si el padre Félix lo hubiera leído se hubiera asombrado de tu memoria por recordar parte del vestuario sacerdotal. El padre Junco te habría puesto un 10 al leer que aún recuerdas hasta el nombre de las encíclicas y papas pero te daría pescozón por tan atrevida actitud de ese siervo del Señor que a tan vil acción se vio inmerso. Don Félix Enríquez en Lengua Española te habría puesto la mejor calificación por tu texto , exposición, nudo y desenlace final sin ser obra teatral. Pero como quien juzga este relato soy yo, Maestro jubilado, acostumbrado a tantas redacciones escolares revisadas y corregidas, tantos comentarios de textos, tantos prácticos consejos para escribir bien , etc.,etc., te diré que entusiasma, engancha, atrae, distrae y completa esa serie de relatos llenos de situaciones de la vida que , con dedicarle un ratito, te hace gozar de una lectura magistral, siempre con incertidumbre por conocer el final.
Andrés, compañero del Instituto.

Gonzalo Polo dijo...

No es el mejor relato que he podido leer de usted, querido Manuel, pero me ha tenido buscando términos, términos que yo desconocía y con los que he disfrutado al saber de ellos.
Con respecto a ciertos comentarios, he de decir, que prescindir del sexo para divulgar una creencia, me parece un tanto estúpido, pues quien difunde un mensaje sin saber nada de lo que el resto de las personas disfrutamos, poco mensaje puede difundir.
Don Juan tuvo una relación con Inés, siendo ella novicia, y nadie se ha quejado nunca. Puede que el cura o medio cura de su relato se haya enamorado de una mujer que no era novicia o medio novicia, pero ¿quién tiene la potestad para decir a nadie a quién tiene que amar o no amar?

P. D.: Le dije que publicaría como anónimo, para que no se tergiversara su artículo, pero es que no sé ir de falsas personalidades, lo siento. 😜👍

Anónimo dijo...

Como siempre, el Sr. Mata no defrauda nunca. Coincido con el comentario que hace su compañero de instituto sobre la exposición, el nudo y el desenlace. El manejo de la narración es extraordinario y el desenlace, sorprendente. Enhorabuena y por favor que el próximo relato venga cuanto antes.

Anónimo dijo...

MANOLO, GENIAL. Y AL DE LA IGLESIA DE JESUCRISTO QUE LE VAYAN DANDO. NO HAY MÁS TONTOS PORQUE NO SE ENTRENAN.

Anónimo dijo...

Manuel Mata tiene doble personalidad, es capaz de darle un puyazo al alcalde y a continuacion escribir de esta manera tan sensible y respetuosa contando lo que ya sabemos pero de esta forma bonita.

Anónimo dijo...

"Pero er tío tarda mucho en escribí... ¡¡Tor tiempo aqui eperando y ezperando...!! Claro, tor tiempo ze lo paza ojheando er diccionario de los cojhone, que me tie aburrío con tanta palabrejha de..." ¡¡¡¡¡
A mi me ezcribe tú en Andalú, zo jhoío!!!! Buzca y rebuzca (rebuzna noooo!, re-buz-ca) en er libro eze donde eztán toa la palavra antigua de lo tortazo, digo, tar-te-sos, de lo griego, lo marrano (ro-ma-no), lo moro y lo yanito ¡ahí, ahí,  ahí hay, un tío que dize ay!, y ni za pinchao ziquiera; en eze, zi en eze, donde dize ezte dicho má antiguo que pa qué...
Qué quién tie er libro?,  po eze otro que zale ay con otro tre o cuatro en er bloq-ue eze, dizen, y yo no beo bloque ninguno, yo zolo beo Buzierte, zalen ezo tio, le pincho a uno en un zolo zojo y ya tá "me lo cuenta to". Zi, hay tácrito toito lo que paza en Zan Pablo de Buzierte, y aquí en Jimena, anda que no zon chimozo ni ná eza jhente, ¡zi, ezo "chrizmeño" o como coño lo llamen lo guazone ezo, que ze rien de to  cuando etán to reyendozedello; y zi te igo de jimena..., po anda  que como no ze ponen ni na aquí to lo..., ¡anda, aora no macuerdo como no dizen a lo de jimena..., jimenato no, lo otro...  uuummm, como eh, zerá pozible, como no eh feo ni na el palativo eze (patativo nooo!), a-pa-la-ti-vo, dilo tú ! Es apelativo. ¡Ezo paliativo, un mote, a que zi?, po ezo!
Por donde iva, que za ma io la olla...? ¡A zi porer cachondeo eze de buzierte y... !, otra veeeeé,po ezo, jimenato no, jimenence tampoco, lo otro ombre, lo otro tia ¿farrangoso, no? ¡¡¡Quie, que no mezale,mecagoenlaputa...!!! ¡Bueno, poyatá: to lo politico ezo que ni zaven de politica ninanadená...¡ Ezo que tantordía peleándoze que zi er pezoe,  que zi lo facha, que zi lo comunita, lo rojho y la  leche que lo mamó a to, que no azen na ni lo uno ni lo otro, a zacá zepa de brezo lo ponía yo a to, tor día dede ante que zalga er zo, o como ante, a acer orno de carbón y lla verian, ya, lo que eh trabajhá, po no echan mentira ni na... to ezo que zalen en la fotito der buzeite, ¿y lo de lo comentario anónimo..., que ijho de ...., como ze tiran to, a matá ze tiran, como naie lo be ni lo ezcuchan, ni zaven quién zon, po hala a ponerze de mierda azta er cogote...!!!!!!
Bueno Mata, que crizto te cojha confezao y rogao, po yo con to lo que tu ezcrive, con uno na ma tengo toer año pa leelo, azi que te lo digo, paquete entere tú tamvién...!!
 ¿ De que iva lo ca ezcrito er múzico de correo? ¡A zi,  que "zi en er ma ay biento zierra la puerta cojhhhhoooone que e levante" !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!