Por José Antonio Hernández Guerrero
En la actualidad, esta palabra es uno de los diferentes términos que empleamos para referirnos a las distintas formas del sentimiento afectivo. “Cariño” posee un significado preciso que incluye, colma y precisa el de las otras expresiones análogas como el afecto, la estima, el amor, el aprecio, la benevolencia o la caridad.
El cariño posee una contextura emocional más tierna que el afecto, más intensa que la estima, más concreta que el aprecio, más directa que la benevolencia y más natural que la caridad. Es un sentimiento que lo experimentamos gozosa e íntimamente, y lo expresamos de una forma sensible, respetuosa, delicada, sencilla y personal.
Pero es que, además, posee unos destinatarios diferentes a los de los otros sentimientos: podemos sentir afecto, por ejemplo, por un animal, estimar a un objeto valioso, apreciar a un personaje distante, ser benévolos con un comportamiento molesto o dispensar caridad a todo el género humano, pero el “cariño”, en su sentido estricto, lo reservamos para los seres humanos próximos que nos inspiran confianza, nos incita a la caricia y nos hacen posible actuar con libertad.
Hemos de advertir, sin embargo, que este significado actual no es el original ni el único que, en la historia de la lengua, ha tenido. Aunque, a juicio de algunos autores, esta palabra es un portuguesismo o un galleguismo, y sería un diminutivo afectuoso del adjetivo “caro” -querido- la opinión más acreditada defiende que viene del verbo dialectal “cariñare”, echar de menos, sentir nostalgia, que es un derivado de la palabra latina “carere” que quiere decir “carecer”.
En su primitiva acepción, por lo tanto, el cariño es un sentimiento similar a la nostalgia, a la tristeza que nos produce el recuerdo de un bien que hemos perdido. En una carta del erasmista Diego Gracián de Alderete, secretario de Carlos V, al doctor Vergara, en la que le cuenta un viaje a Zamora (1542), emplea la palabra con este significado refiriéndose a los animales: “cuando los apartan de los que con ellos se crían, parece que les queda un cariño y deseo”. Cervantes emplea el mismo vocablo en el idéntico sentido cuando hace decir a Maese Pedro que “el cariño y el hambre” forzarían al mono del titerero a que buscara a su dueño, de quien se había escapado; todos sabemos que el mono no es un animal cariñoso en el sentido que, en la actualidad, le damos a este adjetivo.
Pronto se pasó de este sentido nostálgico de pasado al de “deseo de un bien futuro” -a la tendencia de la voluntad de conseguir algo-, como, por ejemplo, en obras literarias como en el “Auto del Nacimiento de Nuestros Señor Jesucristo” (1500) del Maestro de Capilla de la Catedral de Salamanca, Lucas Fernández (1474?-1542), o en la obra titulada “Relaciones de la vida del escudero Marcos de Obregón”, de Vicente Espinel (1550-1624) natural de Ronda. Desde este significado de “deseo” se pasó posteriormente a la acepción moderna de “tierno afecto”.
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***Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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*** Foto de http://lacomunidad.cadenaser.com/
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