El Carnaval, en mayor grado de lo que suele ocurrir en las otras celebraciones festivas - como, por ejemplo, las ferias- constituye la demostración palpable de la necesidad vital de “aparecer” que experimentamos todos los seres vivos, y del papel decisivo que desempeñan las apariencias en la comunicación humana y, especialmente, en las creaciones artísticas.
Los psicólogos saben muy bien que las apariencias no sólo no engañan sino que, sobre todo cuando pretenden engañar, constituyen el lenguaje más eficaz y más directo para descubrir la realidad de nuestro mundo interior, las claves más seguras para interpretar las palabras con las que tratamos de autoengañarnos y el espejo en el que se reflejan nuestras ansias ocultas y nuestro temores reprimidos.
Las caretas, los disfraces, las pelucas y los maquillajes, mucho más que los vestidos convencionales, que los uniformes militares y que los hábitos religiosos, ponen al descubierto las ganas irreprimibles de exhibir nuestras apetencias hondas o nuestros comprensibles deseos de ocultar nuestras carencias inconfesables.
Pero es en el ámbito de la estética donde descubrimos la diferencia que separa a dos impulsos, a veces irreprimibles, que solemos confundir: el de “parecer” y el de “aparecer”. En el arte las representaciones de objetos físicos y materiales reflejan las realidades espirituales, esas que sólo tienen “vida” en el interior oculto de nuestras mentes o en el fondo secreto de nuestros corazones como son las ideas, los deseos, los temores, los afectos o los odios. De manera no siempre consciente pero muy real, cuando cantamos, escuchamos o criticamos a una agrupación carnavalesca, reflejamos nuestra manera de concebir la vida humana y, más concretamente, nuestra forma de valorar el “arte bueno o el malo” y las “acciones nobles o las innobles”.
A los lectores -en especial a los profesores de Arte, de Psicología y de Filosofía- que estén interesados en profundizar en este tema, me atrevo proponerles que lean el libro de Martin Seel titulado La estética del aparecer (Editorial Katz) en el que, tras un análisis minucioso, postula que la estética no comienza con los conceptos de ser o de apariencia sino con el de aparecer. Llega a la atractiva conclusión de que, precisamente por las “apariencias”, podemos no sólo profundizar hasta el fondo íntimo de los objetos y de los episodios, sino también, descubrir las entrañas de nuestras sensaciones más ocultas. Es ésta una obra sorprendente y rigurosa que, posiblemente, romperá muchos de nuestros esquemas convencionales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario