lunes, 21 de septiembre de 2020

Fallece José Ramón Guerrero Amaya, que fue párroco de San Pablo de Buceite en los años sesenta, por José Antonio Hernández Guerrero

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Obituario de José Ramón Guerrero Amaya

Al tener noticias del fallecimiento de José Ramón, me han venido a la memoria las palabras que él me dijo cuando lo llamé para felicitarlo por su fiesta onomástica.

Dando pruebas de una sorprendente serenidad, me dio detalles de su “nueva enfermedad”, y, demostrando su valor para mirar cara a cara la vida, me confesó que, a pesar del diagnóstico del médico, él se sentía bien en el cuerpo y en el espíritu. 

Con la sencillez característica de su lenguaje me habló de esa felicidad honda, sosegada y apacible que consiste en lograr el equilibrio que es el resultado del reconocimiento y de la aceptación de nuestras limitaciones. Recordé las veces que él me explicó cómo sus tareas sacerdotales y docentes consistían en explicar, de la manera más concreta posible, que teníamos que ser más buenos. En más de una ocasión, sus análisis elementales me hicieron reflexionar sobre esa exagerada propensión mía a explicar “teologías”, “filosofías” y “teorías” que, la mayoría de las veces, carecen de interés y resultan inútiles.  

Uno de los rasgos más característicos de este hombre bueno e inteligente era esa cercanía que, a pesar de aquella imagen de galán cinematográfico, irradiaba a su alrededor, ese clima de benévola y de cordial amabilidad -esa benevolencia de la que hablan los retóricos-, esa facilidad para encontrar las expresiones adecuadas con las que mostrar su gratitud a los familiares, amigos, compañeros, feligreses y alumnos. Recuerdo aquellos comentarios sobre las lecciones de vida que él nos daba sin necesidad de recurrir a explicaciones teóricas. Pepe Ramón sabía muy bien que, para comunicarnos, teníamos que ser sencillos, naturales y auténticos. 

Él era un hombre normal que, consciente de que no estaba en sus manos alargar su vida, se esforzaba por dilatar y por ahondar en los minutos aprovechando hasta sus más mínimas partículas, saboreando y extrayendo toda su sustancia y todo su jugo. Efectivamente, José Ramón era un ser dotado de una singular capacidad para sintonizar con los sentimientos de los que lo rodeaban y de una notable destreza para extraer las sustancias saludables de los sucesos aparentemente más anodinos. Hasta el final, nos ha dado pruebas contundentes de una notable capacidad para vencer obstáculos y para establecer relaciones cordiales.

Su trato con Jesús de Nazaret le animaba para tener fe en sí mismo, en su mujer y en su hija, y, por eso, era tan esperanzado y tan generoso. Su fallecimiento representa para todos nosotros una dolorosa pérdida y, al mismo tiempo que nos entristece, nos deja una reconfortante sensación de gratitud por las lecciones de nobleza y de generosidad que de él hemos aprendido. Acompañamos en el dolor a su esposa y a su hija. Que descanse en paz.

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Foto: El padre José Ramón oficiando la boda de los sampableños Cristina Pérez y Salvador Rubio en los años seseta del siglo pasado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Adiós entrenador y padre cura de niños futboleros, estás en nuestra historia sampableña, que el infinito te acoja con pleitesía en tu nueva vida.