domingo, 16 de octubre de 2016

"La maldad de los buenos", por José Antonio Hernández Guerrero

La crueldad –esa propiedad tan humana de causar daño a un ser viviente y de complacerse en los sufrimientos ajenos- es singularmente visible y extraordinariamente grave cuando la practican los que poseen armas militares, competencias políticas, instrumentos jurídicos, riqueza económica, poderes religiosos, facultades intelectuales e, incluso, destrezas artísticas. Por eso –queridas amigas, queridos amigos- los poderosos, los fuertes, los ricos, los inteligentes y los hábiles nos inspiran, además de respeto y admiración, cierto temor reverencial porque, en el fondo de nuestra conciencia, advertimos que ellos poseen mayor capacidad agresiva y mayor poder de destrucción. 

  
Pero no podemos olvidar que los seres débiles tampoco están libres de esta perversión. Fíjense cómo, a veces, los niños hacen sufrir a los padres, los tontos a los listos, los pobres a los ricos, los débiles a los fuertes, los inferiores a los superiores e, incluso, los buenos a los malos. Y es que la crueldad, al menos en dosis pequeñas, la llevamos todos anidada en los pliegues secretos de nuestras entrañas; es un ingrediente dañino que, en diferente proporción, se mezcla con las buenas intenciones y con los nobles propósitos.

Podemos observar, por ejemplo, cómo algunos aficionados deportivos disfrutan, más que con los propios triunfos, con las derrotas de los adversarios y cómo, a veces, tras esas palabras rituales de pésame que expresan compasión por los dolores y por las penas de los demás, advertimos un sutil gesto incontrolado de íntima complacencia. Por esta razón hemos de confesar que nos resulta más fácil acompañar a los que sufren y sintonizar con los sentimientos de dolor que disfrutar con las victorias de los vencedores y compartir las alegrías de los ganadores. Las lágrimas brotan con mayor facilidad que los aplausos e, incluso cuando aplaudimos, nos tenemos que preguntar contra quién aplaudimos. Hace tiempo que los autores clásicos nos advertían que la tragedia es un género dramático más fácil que la comedia.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente artículo, sin lugar a dudas lo que más calidad presenta en Buceite.com con una gran diferencia con el resto. Muchas gracias al profesor.

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo. Una maravilla todos sus artículos

Campuscrea dijo...

Sois -queridas amigas y queridos amigos- generosos y amables. Vosotros sabéis muy bien que mis palabras no sólo responden a vuestras preguntas, explícitas o implícitas, sino también a vuestras propuestas y, sobre todo, a las cuestiones que me sugieren vuestras conductas sencillas y ejemplares. Gracias y un abrazo de amigo. José Antonio

Anónimo dijo...

Sin embargo deja a un lado -posiblemente por olvido-, que desde pequeño estamos inmersos en la maldad de los adultos de los que la copian ¿O es que ya la traemos en los genes?
También omite las enseñanzas casi desde párvulos, incluso las religiosas, llenas de luchas y batallas cubiertas de cadáveres, de los buenos contra los malos, de los dioses contra los demonios ¿Quiénes son los buenos y los malos?
Tantos héroes para imitar y a los que se realzan a los más altos postulados, siendo, casi siempre, los más sanguinarios y criminales; los que sin corazón más mandan.
Antes promulgadas con historias e incluso cuentos de boca en boca; ahora con los medios más sofisticados: cine, teatro, televisión, consolas, ordenadores, juegos bélicos, etc. Repito, hoy todo eso es lo más visto, e incluso esos juegos en los teléfonos siendo los de violencia los más vendidos. Estamos saturados de violencia física y psíquica.
Desde que nacemos tenemos la violencia en la calle y en casa. Lo que menos: la bondad, el amor, el cariño, la amistad, la solidaridad, la paz..., eso ya ha de salir solo, solo por nuestra condición humana de ser superior pero TODOPODEROSO con las guerras y las violencias físicas o psíquicas (los de abajo estamos subyugado a todas, y en la paz a la psíquica que es otra guerra encubierta).
No nos podemos sentir libres porque tenemos que luchar, y, entendámonos, hay muchas clases de luchas, pero casi siempre las ganan los mismos: los que menos escrúpulos tienen.
¿No será que al niño hay que enseñarle a vivir y defenderse como sea en medio de la jungla en la que nos movemos? ¡Si hasta en los mismos deportes los entrenadores enseñan a quitarse de enmedio como sea al principal enemigo -a los mejores mejores jugadores-, esto es, inutilizándolos física o psiquicamente!.
Y es que, señor Hernández, los bonitos artículos también son los que se adornan para que menos duelan. Claro, usted puede hacerlos como quiera, o como deseen los sentimentales, o de otras formas también, de todas, por que usted, amigo mio, es además de escritor catedrático.
Perdone usted, por decirlo con la maldad de los buenos, ¿o de los malos?, ¡ya estoy hecha un lío?

Campuscrea dijo...

Tienes razón -querida amiga- al explicar, con claridad y con fuerza, que las raíces de esos comportamientos perversos se hunden en las entrañas de la genética y se desarrollan gracias al medio ambiente formado por ingredientes familiares, escolares y sociales. No es que se me hayan olvidado estos factores determinantes sino que, en un artículo de estas dimensiones no puedo ni debo tratar todos estos temas tan complejos. Ya verás cómo, poco a poco, en sucesivos textos, voy explicando -siempre de manera breve y, por lo tanto incompleta- algunas de esas cuestiones. Gracias por tu lectura y por tus sugerencias. Un abrazo cordial. José Antonio