El “aburrimiento”, esa desagradable sensación de desgana, de cansancio y de fastidio que nos producen la escucha o la lectura de algunas explicaciones o, incluso de relatos históricos y de ficción, tiene su origen en la falta de interés de los asuntos o en la escasa destreza de la que adolece el profesor cuando “dicta” una lección o, incluso, en su irritante torpeza lingüística cuando construye el texto escrito. Los profesores a veces olvidamos que un tema no es interesante por sí solo, sino que su atractivo depende, en cierta medida, de la relación que el asunto guarda con las expectativas, con las aspiraciones y con los afanes -inmediatos o lejanos- de los oyentes o de los lectores.
El interés, por lo tanto, no es un valor absoluto ni objetivo, sino una cualidad relativa y subjetiva. Un tema es interesante para unos y aburridos para otros e, incluso, explicado por un profesor nos agrada y nos divierte, y, relatado por otro, nos resulta anodino y pesado.
No podemos generalizar afirmando que las distracciones, la apatía y el desinterés de los alumnos tienen su origen en la monotonía de las explicaciones tediosas, pero hemos de reconocer que la originalidad, la variedad, la creatividad, la sorpresa y la agilidad del profesor constituyen rasgos característicos de la buena pedagogía. En mi opinión, la estrategia más eficaz para evitar que una lección sea aburrida es mostrar, de manera clara, las conexiones que tiene el tema que exponemos con las cuestiones vitales que ocupan la mente de los alumnos.
Aunque es cierto que agradar o divertir al público no pueden ser los objetivos supremos de las clases ni de los libros, también es verdad que, si son aburridos, difícilmente lograrán alcanzar las otras metas que se proponen. Algunas clases resultan tales “rollos” que los alumnos no sólo no aprenden sino que, a veces, pueden llegar a odiar la asignatura. Es posible que estas ideas nos parezcan más claras si tenemos en cuenta que la palabra “aburrir” procede del verbo latino “abhorrere” que significa tener aversión a algo, y que éste deriva de “horrere” que quiere decir “erizarse”, “ponerse los pelos de punta” a consecuencia del malestar corporal que producen las ideas y las palabras desagradables. El aburrimiento -cuya expresión externa es el bostezo- tiene, efectivamente, algo de disgusto, de fastidio, de molestia y de hastío. Los seres humanos, cuando nos aburrimos -como les ocurre a las plantas que se marchitan- nos ponemos mustios y tristes. Pero lo peor es ese aburrimiento de los que se han acostumbrado a vivir, de los que han automatizado las actividades profesionales y familiares de manera mecánica, de los que trabajan, comen, beben y aman por rutina, de los que, anestesiados, carecen de alicientes porque, se levantan por las mañanas sabiendo en qué va a consistir el día o porque no saben dotar a sus actividades de sentido o, de manera más clara, porque no son capaces de interpretar los gestos o las palabras de amor que las cosas y las personas les dirigen.
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Imagen de la Universidad de Málaga.
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