viernes, 5 de junio de 2015

"La permanente niñez", por José Antonio Hernández Guerrero

Uno de los síntomas de la madurez humana es, paradójicamente, la lúcida aceptación de los propios límites, la conciencia de nuestra finitud, de la limitación espacial, temporal y mental de nuestras vidas. Es el reconocimiento sereno de ese conjunto de lugares cercados, de momentos finitos y de vacilantes pensamientos que constituyen nuestra trayectoria vital. Hemos de asumir que la finitud es el límite infranqueable de nuestra existencia y que, en consecuencia, por muy “listos”, “preparados” o “inteligentes” que nos creamos, nuestras capacidades intelectuales son muy limitadas. Pero, al mismo tiempo, hemos de aclarar que la verificación de estas limitaciones no implica necesariamente que nuestros anhelos crecientes y nuestras ansias ilimitadas estén destinados al fracaso.


Podríamos incluso afirmar que, sea cual sea nuestra edad, hemos de reconocer que nunca abandonamos la niñez pero teniendo muy en cuenta que este proceso de recuperación de la infancia, no es la vuelta a un infantilismo ingenuo, a una cándida puerilidad ni el cultivo de la inmadurez humana; sino la construcción -la reconstrucción- de esa lucidez que nos hace profundizar en el sentido de los valores fundamentales como el amor y que nos abre los ojos para

No hay comentarios: