miércoles, 5 de enero de 2011

"Violencia verbal", José Antonio Hernández Guerrero

¿Qué podemos hacer –preguntó un oyente en el programa “Protagonistas” del miércoles pasado- para eliminar esta violencia de género que, a pesar de las normas legales, sigue creciendo como hierba destructora y mortífera? En mi opinión, la respuesta adecuada la ofreció el contertulio Francisco Fernández-Trujillo mediante una imagen tomada de la botánica: “como ocurre con las demás plantas venenosas, para lograr su exterminio es necesario que, al mismo tiempo, arranquemos sus raíces y limpiemos la atmósfera de las miasmas que las favorecen”.
Las raíces, efectivamente, se plantaron -y, en cierta medida se siguen esparciendo- mediante esa educación machista e inhumana que privilegia la fuerza física e, incluso, el poder de los poderosos, y que se adentra en la profundidad de las conciencias de tantos seres que no han llegado a asumir el valor absoluto de cada una de las personas con independencia del sexo, de la edad y del nivel económico, social o político que haya alcanzado.
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-Imagen de www.hazteoir.org -
Mientras que no aceptemos que el capital más importante de nuestro patrimonio humano es nuestra condición de persona, la valoración de nuestros conciudadanos y el trato que le dispensemos será inadecuado y, la mayoría de las veces, injusto. Lo decimos de una manera más clara: la fuerza física, el poder político, la función social e, incluso, la misión religiosa, no constituyen los datos determinantes del respeto con el que hemos de tratarnos todos.
En mi opinión, la única fórmula para lograr la verdadera paz es el reconocimiento explícito de que la persona humana constituye el fundamento y el punto focal de todas las acciones económicas, sociales y políticas. Por muchas estrategias pedagógicas que ensayemos, no lograremos alcanzar una paz estable en la familia y en la sociedad si no aceptamos que el respeto a la persona -a todas las personas- es una condición esencial y el punto de partida de las teorías filosóficas, de las doctrinas éticas y de las prácticas educativas.
En la actualidad la dignidad humana está amenazada seriamente por el nihilismo filosófico -todos los valores vigentes son una pura nada-, por el fanatismo religioso o político -la entrega apasionada y desmedida a una idea o a unas convicciones consideradas como absolutas, y el ansia irreprimible de imponerlas a los demás mediante procedimientos represivos-, por el individualismo radical liberal -sólo mi vida vale y la del otro tiene un valor funcional- y por la concepción hedonística de la vida -todos los placeres físicos deben ser satisfechos sin restricción alguna-.
Pero, a mi juicio, en los ambientes intelectuales se está introduciendo otro germen patógeno que es mucho más destructivo: el cientifismo que defiende una ciencia sin conciencia y que fomenta un progreso científico que es independiente del crecimiento ético. Ya tenemos suficientes experiencias históricas para llegar a la conclusión de que la paz está en peligro cuando no respetamos la dignidad humana y cuando, en la convivencia social, no buscamos el bien común. Por eso deberíamos seguir insistiendo en la centralidad del ser humano en el universo y en la historia. Éste es, a mi juicio, el fundamento de un humanismo integral y solidario que garantice el crecimiento humano y el progreso social: el respeto al ser humano y a todos los seres humanos.
*** Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, profesor de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.

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