jueves, 31 de julio de 2008

!Salvad el Guadiaro!

Leído en el diario Sur. Por su interés reproducimos esta noticia.
JOSÉ BECERRA GÓMEZ
“A perro enclenque todo se le vuelven pulgas” dice un refrán serrano, que como todos los que nacen del saber popular poseen la profundidad del sentir y de la experiencia de quienes vivieron sometidos a la incuria que siempre merecieron los que vivieron en el y por el campo. Las pulgas son las que desde hace décadas están haciendo sangrar con sus picaduras a un río, el Guadiaro que fenece a ojos vista sin que parezca que nadie ponga remedio, o al menos no parece que lo pusieron con tiempo.
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Quien lo vio y quien lo ve. El Guadiaro, a su paso por Benaoján, regeneraba huertas y sus aguas limpias y frescas propiciaban veranos deliciosos a los que se acercaban a sus orillas. El verano en la Serranía siempre fue angustiosamente cálido, pero ahí estaba el río, jalonado por sus “charcos” – el Túnel, La Molineta, La Barrranca… - y en primer lugar, el charco Azul, a los pies de la efigie del Gato de piedra, con sus aguas transparentes como cristales y “frías como cuchillos”, pata aliviar los ardores de la estación. Pesca del barbo, captura del cangrejo, competiciones deportivas; muchos eran los alicientes que animaban a acercarse a sus riberas (chopos, junqueras y adelfas siempre verdes, eternamente fragosas.

El Guadiaro ejercía además de su menester como vía fluvial el desempeño de una función social. La gente lo consideró siempre como un punto de referencia, para el encuentro, la celebración de un acontecimiento familiar, la vivencia de una circunstancia ufana. Pero eran otros tiempos. La industrialización desaforada, la contaminación galopante, las sequías sucesivas, la desidia de quienes tenían que haber puesto coto a los reiterados atentos que contra él impunemente se cometieron acabaron por cambiarle la faz. Aguas sucias y cenagosas, vertidos incontrolados, deforestación de las márgenes fueron acabando con su vida placentera de otrora.

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Días atrás, en este mismo diario, un grupo de estudiantes que, aprovechando una excursión a la Sierra de las Nievas se acercaron a la Cueva del Gato, hicieron saltar de nuevo las alarmas en una carta al director. Hoy sabemos que la Consejería de Medio Ambiente ha abierto expediente y se tiene en el punto de mira a quienes pudieron provocar un nuevo vertido que ha venido a golpear allí en donde más duele al curso normal del río; a saber, la conjunción de las aguas del Campobuche o Gaduares con las del Guadiaro que bajan desde las huertas de Ronda. Este afluente suministraba vida al río, por que siendo una rambla subterránea siempre bajaba limpia y exenta del menor detritus infecto. Ahora vemos que también esto se ha truncado.

Si persiste la contaminación en este preciso lugar que hasta ahora se mostraba indemne tendremos que convenir que el Guadiaro labró definitivamente su tumba. Por eso, las administraciones públicas tienen la obligación de obrar con celeridad y evitar en lo posible la debacle. El Guadiaro merece vivir, si no es posible con la entereza de otros años, sí con la placidez de quien no sufre agresiones impunes a su integridad porque hay quien vela por ello. Aunque esté incluido en el programa Ríos Vivos de la Agencia Andaluza del Agua mucho nos tememos que si no se ponen los medios pertinentes esté exhalando los últimos estertores agónicos.

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