"Nuestros santos dioses", por Cristóbal Moreno El Pipeta

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NUESTROS SANTOS DIOSES

¿Qué tal Nicomedes?

    Pues mira hombre, hoy me siento como un pobre hombre, al que llevan al patíbulo después de haber sido martirizado.

O como aquellas pobres mujeres que durante la Guerra Civil Española y en la posguerra la paseaban públicamente por las calles de sus pueblos atadas y haciéndose encima sus diarreicas necesidades tras haberles hecho ingerir infusiones de aceite de ricino antes de ser fusiladas y enterradas en fosas comunes, o en cualquier fosa de cualquier inesperado lugar nocturno.

    Pero ahora, después de dejarme caos, he revivido mareado y violado por delante y por detrás, muerto pero de hambre,  tras los tres días de martirio y ayunas, a los que mi esposa me ha sometido por orden médica superior, ¡y de las diarreas tras los dos sobres de potingue y los tres litros de agua no te digo nada…!, ¡pa… cag…,  morirse!

    ¿Y viste a Dios?¡ Claro que lo vi, a Dios y a sus ángeles masculinos y femeninos!, solo me extrañó una cosa: no tenían alas, llevaban batas quirúrgicas, gorros  y mascarillas.

    Con sus dulces y amables voces de cielo, con sus milagrosas manos, con sus corazones de oro y acero  y, con sus décimas caricias impregnadas de ciencia, me dejaron dormido como a un diamante en bruto. Al despertar me dijeron: "Estás en el hospital, te hemos realizado una endoscopia y una colonografía, todo está bien; por prevención te hemos quitado un pólipo de un centímetro,  tienes una pequeña hernia de hiato y diverticulosis de colon".

    En aquél momento me acordé de aquel otro médico extranjero, especialista en gastroenterología, de mi seguro y de su..., digamos, cualidad, pues fue él el que me causó la hernia de hiato en una primera endoscopia para diagnosticarme -ya hace años- la diverticulosis y…, ya de camino, agregó hasta mis últimos días la dichosa hernia a los otros síntomas del vientre, sumándole el acompañamiento de un miedo enorme al “en vivo”.

    Así me informaron posteriormente otros colegas suyos de esta incómoda técnica médica, pues me la realizó a la vieja usanza, sin anestesia y a “embuchármela” viva: ¡a boca abierta tragando metros de amarga goma negra…!; él empujándola para adentro y yo apretando para afuera; los ojos se me querían salir de sus órbitas a cada arcada; las ansias por vomitar me mataban y las lágrimas me bañaban.  No le di un puñetazo en su "jeta" porque tenía las manos atadas a la camilla, eso le libró de haberle atizado bien “atizao”.

    Su diagnóstico: “tienes diverticulosis de colon, nada grave, pero muy molestas a veces  ¡Molestias...? ¡Molestias el martirio al que me has sometido, anda que voy a venir más a tu consulta, vas listo so ...., diablos con el médico!.
    
    Pues bien, sigamos con mi despertar, ¡qué diferencia, no sentí absolutamente nada esta vez…!,  y semiadormilado aún, pero hambriento, no pude ni darle las gracias a estos santos dioses sanitarios, pero logré balbucear:

     "Me siento tan a gusto como si me hubiera follado un regimiento, pero..., pese a esta extasiante experiencia, sigo soñando con el camarero del bar restaurante del hospital, al que deseo más que nunca."

    Nada más bajar las escaleras y salir por la puerta del hospital, tambaleante aún y cantándome las tripas, me solté de mi pobre esposa y corrí hacia el bar como un hambriento enamorado que, corriendo, se lanza a los brazos de su amada, en este caso en los del “asombrado camarero” al son de una bandeja bailando por los suelos… Logré decirle: ¡¡perdón, perdón…, no es amor lo que deseo, “solo quiero una ración de guiso de pata, un bollo y una jarra de cervecita bien fría”, y te lo agradeceré toda mi vida…!!

    ¡Vaya por Dios Nicomedes, amigo, no sabía nada de tus pachuchos….!, adiós y que te mejores… (¡!Joé con el tío, si lo sé no le pregunto…¡¡)

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