Obra de María Romero. |
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David Romero Pacheco ha publicado este relato en la sección de narrativa del núm. 35 de la revista del Club de Letras de la Universidad de Cádiz SPECULUM, que se publica en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, y dirige José Antonio Hernández Guerrero.
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“Mírame”
Anoche conocí a una chica uruguaya en un pub, o un boliche, como le llaman aquí, en Uruguay. Quise averiguar quién era en su mirada. Me pareció que me observaba, pero no me atreví a hablarle. Por suerte ella se acercó.
Le hizo gracia mi ceceo y que no pronunciara la s; yo me distraje en el color suave de su voz y la ternura de su shuvia y de su sho adherida al movimiento de sus labios. Hablamos, nos miramos, nos besamos. La noche trascurrió; el tiempo se apagó en el resplandor del amanecer, y esha se desvaneció. No le pedí su contacto, y mañana vuelvo a España. Entre suspiros de besos me dijo que los días de sol le gusta pasear bajo los árboles, sentarse en el césped, para ella pasto, y leer durante horas. Camino por las zonas verdes de Montevideo. Es la cuarta plaza con césped en la que la busco cuando, la veo, a lo lejos, sentada, leyendo. Voy hacia ella. Se incorpora y parece mirarme. Me acerco un poco y siento vértigo. Junto a ella veo a un tipo grande y rubio que le sonríe mientras le habla. Me detengo y miro. Un bulldog viene corriendo y me ladra al tiempo que salta extasiado o nervioso o excitado. Me incomoda y retrocedo. Vuelvo a ella que me mira. Le saludo con palabras mudas que le gritan te he encontrado. Ella se gira y responde a su acompañante con la primavera de su risa. Me siento ridículo y me alejo angustiado por los ladridos.
―Hace un día hermoso ―anuncia una uruguaya a su amigo―, anoche conocí a un gallego, ceceaba y se comía todas las palabras, y era relindo e interesante. Me encantó besarlo. Lástima que se volvía a España. Iba tan en pedo que no le di mi número. Que atorrante ese perro. ¿Me pasas mis lentes? No veo nada de lejos. No sé qué le pasa; está ladrando ahí, solo.
Anoche conocí a una chica uruguaya en un pub, o un boliche, como le llaman aquí, en Uruguay. Quise averiguar quién era en su mirada. Me pareció que me observaba, pero no me atreví a hablarle. Por suerte ella se acercó.
Le hizo gracia mi ceceo y que no pronunciara la s; yo me distraje en el color suave de su voz y la ternura de su shuvia y de su sho adherida al movimiento de sus labios. Hablamos, nos miramos, nos besamos. La noche trascurrió; el tiempo se apagó en el resplandor del amanecer, y esha se desvaneció. No le pedí su contacto, y mañana vuelvo a España. Entre suspiros de besos me dijo que los días de sol le gusta pasear bajo los árboles, sentarse en el césped, para ella pasto, y leer durante horas. Camino por las zonas verdes de Montevideo. Es la cuarta plaza con césped en la que la busco cuando, la veo, a lo lejos, sentada, leyendo. Voy hacia ella. Se incorpora y parece mirarme. Me acerco un poco y siento vértigo. Junto a ella veo a un tipo grande y rubio que le sonríe mientras le habla. Me detengo y miro. Un bulldog viene corriendo y me ladra al tiempo que salta extasiado o nervioso o excitado. Me incomoda y retrocedo. Vuelvo a ella que me mira. Le saludo con palabras mudas que le gritan te he encontrado. Ella se gira y responde a su acompañante con la primavera de su risa. Me siento ridículo y me alejo angustiado por los ladridos.
―Hace un día hermoso ―anuncia una uruguaya a su amigo―, anoche conocí a un gallego, ceceaba y se comía todas las palabras, y era relindo e interesante. Me encantó besarlo. Lástima que se volvía a España. Iba tan en pedo que no le di mi número. Que atorrante ese perro. ¿Me pasas mis lentes? No veo nada de lejos. No sé qué le pasa; está ladrando ahí, solo.
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