miércoles, 21 de marzo de 2018

"La Boda de Hera y Zeus", por Eduardo Navarro "Er Pedagogo Jimenato"

Imagen de Pepe Quirós.
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“LOS GRIEGOS tenían un gran respeto por Hornero y Hesíodo, y las historias (hoy llamadas «mitos») que ellos y otros poetas narraron se convirtieron en parte de la cultura, no sólo de Grecia, sino de cualquier lugar donde llegara la lengua griega: desde Asia occidental hasta el norte de África y España.”
Robert Graves, en “Dioses y Héroes de la Antigua Grecia”.

Algunos de esos mitos se localizan en el sur de la Península Ibérica. Como cuando Heracles llegó al extremo occidental del Mediterráneo y se encontró que África y España aún estaban unidas y tuvo que separar las costas abriendo un paso hacia el Atlántico con su colosal fuerza. Cada una de las montañas que se divisan en cada una de las orillas del Estrecho hoy en día se las conoce como “Las Columnas de Hércules”.
 
Este relato  va dedicado al grupo de mujeres maravillosas y potentes, que con su ceremonia permiten al público de las Jornadas habitar en otras épocas y conocer acontecimientos de nuestro pasado, sin su determinación y aliento… no sería posible iniciar el trayecto. ¡Va por ustedes!

EL REGALO DE BODAS DE HERA Y ZEUS
Los doce dioses más importantes de la Antigua Grecia vivían en el monte del Olimpo. Si bien es cierto que despreciaba a todos los dioses menores, mayor desprecio sentía por los mortales. Residían juntos en un palacio protegido por murallas, construido por un ciclope de un solo ojo.
 
Los soberanos del Olimpo eran Hera y Zeus. Hera, la diosa celeste, también conocida como Paternia, tenía plena independencia de Zeus, era el prototipo divino de la mujer, diosa madre, cada año se sumergía en las fuentes del Cánato, para recobrar su virginidad perdida, en sus prodigiosas aguas.
 
Por su parte Zeus, padre del cielo, era capaz de amenazar con sus terribles rayos, ya que tenía el poder de los cuerpos celestes. El soberano paso por diversos casamientos antes de unirse con Hera. Y eso que su madre, Rea, le prohibió casarse. Él la amenazó furiosamente con violarla. Ella se convirtió en serpiente, cuestión que no amedrantó a su hijo, que se convirtió en serpiente macho y cumplió su promesa.
 
Trecientos años estuvo Zeus tratando de convencer a Hera para que se casara con él, siempre obtenía el “no” por respuesta. Hasta que un día se transformó en un pequeño pájaro y pidió refugio llamando a su ventana en una terrible tormenta que el mismo había creado con su poder sobre los astros. Ella le dejó entrar, secó sus plumas, lo acarició y le dijo: “Pobre pajarito, te quiero”. Zeus, de repente recobró su verdadera forma. Desde ese momento Hera, como madre del cielo, se sintió obligada a dar ejemplo y no rehusar su oferta de matrimonio.

La boda de Hera y Zeus se celebró en el Olimpo y asistieron todos sus dioses, así como

los dioses menores, las ninfas, las musas, los sátiros, etc., incluso acudieron las tres parcas, diosas tan ancianas que nadie conocía su origen. Por supuesto no faltó la Quimera, bestia ceremonial que tenía la cabeza de león, piel de cabra y cola de serpiente, que lanzaba arcaicos hechizos afrodisiacos para fomentar la fertilidad.
 
El banquete resultó de los más interesante, los centauros prepararon amanita muscaria para que los novios y comensales tuvieran ardor imparable, embriagados de  vino y cerveza hechos de hiedra, alegrados con un vino tinto sobrenatural, en realidad, una aguamiel morena y primitiva, y por supuesto quedaron extasiados con los divinos néctares y ambrosías recolectados en el mismo Jardín de las Hespérides, que nace de un regalo muy especial para los pretendientes.
 
Ahora, no vaya a creer ustedes que resultara un matrimonio bien avenido, a pesar de tan fabuloso banquete. Incluso, porque con el excepcional poder de ambos resultaran la pareja ideal para controlar a su rebelde y pendenciera familia. Tal vez se debiera a la terrible historia de su infancia y porque Zeus y Hera fuesen hermanos gemelos.
 
El rey Cronos, su padre, se había casado con su hermana Rea, a la que estaba consagrada el roble. Pero la Madre Tierra y su padre Urano, había profetizado que uno de sus hijos le destronaría. De esa forma cada año engullía a uno de sus hijos, una de las primeras en nacer fue Hestia, más tarde a Deméter, luego Hera, prontamente Hades y Poseidón.
 
Rea furiosa consiguió esconder a su tercer hijo, Zeus, gemelo de Hera, en un monte donde las criaturas no proyectan su sombra. Entregado a la Madre Tierra fue amantado por Amaltea, una ninfa-cabra. Cuando alcanzó la edad viril, ayudado por su madre, envenenó a su padre Cronos que escupió primero piedra y después a todos sus hermanos, que le ayudaron a derrotar a los titanes y conquistar el trono.

Aunque todos los dioses y extraordinarios personajes míticos presentaron sus regalos, para Hera el más singular de todo fue el de la Madre Tierra, un árbol de manzanas de oro, del que Hera estaba tan gozosa, que fue recogido en un hermoso jardín, guardada por las ninfas Hespérides y custodiadas por el Ladón, un enérgico dragón que daba constantes vueltas al árbol de las manzanas de oro y nunca dormía.
 
Sin olvidar que la divina ambrosía, alimento básico de los Dioses del Olimpo, era recolectada en tan asombroso jardín. Ni tampoco que aunque el jardín pertenecía a Hera, Atlante, padre de las ninfas Hespérides, sentía por el jardín el orgullo de jardinero, por ello un día Temis le dijo a Atlante: “Un día dentro de mucho tiempo, Titán, tu árbol será despojado de su oro por un hijo de Zeus”. Tal vez fuera quién puso a Ladón a su guarda.
 
Ese hijo de Zeus no sería otro sino Heracles, inmensamente fuerte, su madre, Almecna, una princesa de Tebas. Se sabe que desde el mismo dia de su nacimiento, ya estaban contados los días del dragón guardián. Aún no ha llegado ese momento...
 
La belleza de Hera resultaba aún más resplandeciente en su jardín y cuando untaba su piel con aceites fabricados en aquel lugar, el aroma de la diosa cautivaba a todos los animales. Allí era donde componía de forma más hermosa sus trenzas con broches de oro y se rodeaba del aire modulado por las ninfas Hespérides vestidas de distintos colores. Todos ellos confeccionados por Atenea, diosa de la sabiduría, que sabía más que nadie de tejeduría y sobre las manualidades, enseñando al mismo Hefesto a manejar sus herramientas.
 
En un lugar perdido en el tiempo y el espacio… las Hespérides aguardan que la fortuna sea agraciada Ya no tardarán en recibir la visita de las sacerdotisas de una extraña tierra. Sacerdotisas que rinden culto a la dueña del espíritu de los caballos, diosa de la fertilidad y reina durante la primavera. Las Hespérides temen a Ladón, ¡Viajeros! ya en el aire se envuelven las esencias de otros tiempos.

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