El Obispo de Cádiz Rafael Zornoza y el Papa Francisco. |
La celebración del 750 aniversario de la restauración de la diócesis de Asido y de su traslado a Cádiz nos ofrece la oportunidad y la obligación de recuperar, de interpretar, de adaptar y de difundir un legado valioso y fértil que, en gran medida, es desconocido. Las conmemoraciones, como es sabido, nos proporcionan la ocasión de rescatar trozos de las experiencias vividas mediante el recuerdo, mediante la estimulante recuperación de tiempos pasados y de adelantar el porvenir recurriendo a la imaginación, a los sueños, a las expectativas y a las esperanzas.
Es cierto que la cultura del olvido nos borra el sentido de nosotros mismos y el significado de nuestras acciones; destruye los fundamentos de nuestra historia y erosiona los cimientos de nuestra propia biografía, pero también es verdad que es imposible vivir el presente plenamente si no divisamos, aunque sea de una manera borrosa e imprecisa, el futuro, el significado de los episodios que están por venir.
No podemos permitir que el miedo al futuro nos amargue el presente porque la cultura es memoria, es proyecto pero, también, revolución permanente. Quizás podría servirnos de pauta el ejemplo de Francisco quien, con sus gestos sorprendentes, con sus actitudes amables y con sus palabras claras, nos enseña, más que a llamar la atención sobre sí mismo, a marcar las líneas maestras de una nueva cultura eclesial y a explicar las sendas por las que han de discurrir los cambios de hábitos de los creyentes cristianos. Con sus sencillas recomendaciones, formuladas con expresiones tan coloquiales como “salir a la calle”, “armar lío”, “no dejarse excluir” o “cuidar los extremos de la vida”, nos apremia a todos los miembros de la Iglesia para que nos “convirtamos” al Evangelio. De manera directa y explícita nos estimula a todos para que cambiemos las costumbres eclesiásticas, y para que copiemos el estilo evangélico partiendo del supuesto de que la crisis actual de fe obedece, más que a la fidelidad a los dogmas teológicos, a la incoherencia de nuestros comportamientos. Sus claros mensajes verbales y sus sencillos gestos constituyen unos convincentes signos de su nuevo estilo pastoral que alcanza su sentido si los ponemos en relación con las palabras y con los gestos de Jesús de Nazaret. El Papa ha querido dar de sí la imagen que corresponde al modelo de sacerdote como “buen pastor”, como servidor que no sólo va al encuentro de su “grey” sino que se mezcla con las gentes hasta llegar a irradiar, más que el “olor de santidad” o la “fragancia de incienso”, el “tufo, natural y saludable, de las ovejas”. Éste es, según Francisco, el aroma que ha de desprender el que, en vez de estar encerrado en los lujosos y artísticos apartamentos, habita en los espacios, a veces sombríos, de los hospitales, de las residencias de ancianos o de los colegios de niños pequeños.
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