Tener “mal humor” no es lo mismo que tener un “humor malo”. El primero indica un defecto psicológico, mientras que el segundo revela una escasez de imaginación. Un “genio” -sin adjetivos- es el artista o el científico que, por su originalidad, por su lucidez, por su agudeza o, a veces, por su oportunidad, destaca sobre el común de los seres humanos, sobresale sobre los hombres y sobre las mujeres normales. Es, por lo tanto, un tipo raro, excepcional y extraordinario que nos llama la atención y que nos causa la sorpresa. Pero, si a esta palabra le añadimos el adjetivo “mal” o “malo”, no sólo matizamos su significado, sino que lo cambiamos totalmente. Como es sabido, cuando afirmamos que un señor o una señora tienen “mal genio”, no queremos decir que es un “genio malo”, sino que posee “mal carácter” o “mala leche”; aseguramos que es “antipático”, “insoportable”, “fastidioso” y “desagradable”.
Aclaro estas distinciones a propósito de una de las conclusiones a las que han llegado los especialistas que intervinieron en el Seminario del Humor que organizamos hace ya algún tiempo: todos estaban de acuerdo en que es saludable para el alma y para el cuerpo manifestar las sensaciones y exteriorizar los sentimientos: las sensaciones agradables y también las desagradables, los sentimientos positivos y también los negativos.
El que reprime las alegrías y, sobre todo, el que guarda los malos humores, disimula los rencores o camufla las antipatías -afirmaron- corre el riesgo de que le aumente la presión sanguínea y de que sufra un infarto, de que padezca úlceras de estómago, de que contraiga la gripe y hasta de que muera de cáncer. Los sufrimientos interiores y los disgustos mal digeridos –explicaron- se somatizan en forma de dolencia física con diferentes síntomas y de distinta gravedad. Por eso es bueno y necesario que, de vez en cuando, hablemos, nos quejemos y lloremos. Nuestro interior es una caldera cuya presión hemos de aflojar liberando los buenos y los malos humores.
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