Mi amigo Juan, “El cabrero”, que parece un lelo, es poseedor de una inteligencia innata, se había centrado profundamente en las teorías del universo del famoso científico Stephen Hawking: “El big bang, los agujeros de gusanos, los agujeros negros y el poder viajar en el tiempo a la velocidad de la luz, entre otras”. Su finalidad: entender el tiempo y el por qué se envejece.
«Los agujeros negros no son tan negros». Siempre se escapa alguna energía de ellos. Los planos ondulados o doblados del universo poseen agujeros negros que los traspasan. Lo que entra en ellos se comprime hasta el tamaño mínimo de lo no visto ni conocido; y pasan hasta la cara inversa del plano donde su energía se expande y vuelve a reconstruirse en lo que eran dentro de un mundo paralelo. Eso le habían explicado, pero por mucho que se centraba en estas cuestiones no llegaba a estar de acuerdo.
Mentalmente navegaba hacia atrás en la lejanía del tiempo: siempre existiría un algo que llevaría a otra cosa, no había principio ni fin; la energía se transforma pero es eterna; la transformación posee caducidad y vuelve a ser energía; todo es energía. Un mundo infinito de energía, con el solo término del tiempo igualmente infinito, que va penetrando en otro tiempo vacío que lo absorbe, y allí sigue la transformación energética. El tiempo es energía y la energía tiempo y ambos, imanes de un todo. La clave está en el tiempo.
Si consiguiera llegar al núcleo del tiempo él lo sabría todo. Para eso tendría que detenerlo, o mejor aún, pararlo ¿Y cómo se para al tiempo?
Después de mucho pensar solo llegó a la mejor y única de sus conclusiones: “El tiempo de cualquier persona o cosa se para haciéndole una fotografía: envejecería la fotografía pero no la persona ni la cosa”. Por tanto el tiempo está en lo vivo y en todo (ya que también envejece la fotografía) y no tiene principio ni fin a igual que el propio universo.
Él era una persona cristiana, creyente, y ahora con dudas sobre la teoría del big bang origen del universo. ¡¡Inexcusablemente hay un Dios!!, -pensaba- ¿pero qué pudo existir antes del cataclismo..., nuestro Dios Jehová...? ¿Y antes de él otro Dios...?, se preguntaba. No había fin -se atrevió a decir-, ni tampoco principio: sino una sucesión de dioses. ¡Vaya, vuelvo a justificar el principio!
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