Leído en Diario de Cádiz. Por su interés lo reproducimos.
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SI aceptamos la afirmación obvia de que la Universidad ha de servir a la sociedad que la sostiene, hemos de concluir que, de igual manera que desde el punto de vista comercial la oferta se ha de acomodar a la demanda, que desde la perspectiva de la comunicación la palabra ha de responder a las preguntas previamente formuladas y que desde la óptica de la Medicina las prescripciones han de ajustarse a las patologías rigurosamente diagnosticadas, el servicio de la Universidad se ha de acomodar, ha de responder y ha de ajustarse a las necesidades reales de la sociedad y contribuir al planteamiento correcto y a la solución eficiente de los problemas serios que a ésta le acucian.
Esta afirmación previa sirve para evitar caer en la frecuente tentación de concebir a la Universidad como una lujosa y aislada torre de marfil y para insistir en que, de manera permanente, nos hemos de impregnar de esa realidad compleja y polivalente que es la vida de los ciudadanos. Por eso hemos de explicar con claridad a esa sociedad que, incluso cuando la Universidad se interroga sobre sí misma y cuando solicita medios o exige remedios para superar sus propias deficiencias, lo hace persuadida de que sus problemas están inscritos en otra cuestión más permanente, más acuciante y más importante: es su conciencia de la obligación de cumplir un servicio efectivo a la sociedad.
Por eso, detrás de todas las preguntas sobre la Universidad, hemos de escuchar el clamor, a veces exasperado, que nos cuestiona la eficiencia real -a corto, a medio o a largo plazo- de este tinglado complejo en el que la sociedad gasta tantos medios y tantas energías. Por eso juzgo que la mejor manera de activar y de rentabilizar nuestras capacidades, es la de apoyar su fecundidad y la de asegurar su supervivencia esforzándonos todos para ayudarle a salir de sí misma ofreciendo sus servicios a los ciudadanos, abriendo las sendas por las que nos salgamos de nosotros mismos dispuestos a dialogar, a convivir, a colaborar y a servir.
Hemos de tener muy en cuenta que, en la situación actual de crisis, la vida no se para sino que sigue discurriendo, caminando, a pesar de los frenos impuestos por las circunstancias adversas en cada uno de las encrucijadas históricas. Por eso, sin lamentarnos y sin aplaudir al destino, hemos de luchar contra el desánimo paralizante y contra la euforia triunfalista. Hemos de ser conscientes de que, para establecer el diálogo con la sociedad, hemos de evitar la proliferación de la verborrea, las trivialidades maquilladas de la erudición y esa inflación de teorías que se retroalimentan de una manera autosuficiente. Hemos de escuchar con atención los latidos y las zozobras de los sentimientos humanos y evitar el uso de los clichés gastados por la dilapidación pedante e irreflexiva. Quiero decir que, evitando la tentación de promiscuidad, la Universidad ha de servir a la sociedad real y a las personas en sus diversas formas de unirse y de reunirse para lograr fines culturales, religiosos, sociales, artísticos, culturales o, incluso, económicos.
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