Los seres humanos poseemos una singular tendencia a engañarnos a nosotros mismos, a convencernos de que las realidades que perciben nuestros sentidos son puras imaginaciones y meras apariencias. A veces, impulsados por convicciones ideológicas, por creencias religiosas, por falacias pseudocientíficas o, incluso, por convenciones artísticas y literarias -cuya función específica consiste en emocionarnos mediante ficciones-, tratamos de persuadirnos de que algunas verdades comprobadas por nuestros sentidos son falsedades. Pero el hecho cierto es que no podemos cerrar los ojos ante los objetos físicos y ante los sucesos reales: podemos ignorarlos, olvidarlos e, incluso, negarlos; pero no está en nuestras manos hacerlos desaparecer como si no hubieran existido.
La realidad es tozuda, irrenunciable y, si le somos infieles, las consecuencias son graves. Por mucho que lo empujemos, el corcho vuelve a salir a flote. La realidad no desiste. Los deseos humanos o la voluntad pueden hacerlo. No podemos hacer concesiones sobre la gravedad o sobre la dureza de los materiales o sobre la impenetrabilidad de los cuerpos.
La realidad tiene una naturaleza que hemos de reconocer y aceptar humildemente: si la desconocemos o la negamos, se "venga" a su manera de nosotros, con un sistema implacable de resistencias y de reacciones. Pero también hemos de reconocer que la realidad es poliédrica y no es sólo física y biológica sino también humana, personal, psicológica, social e histórica. Sus estructuras son más complejas y, por eso, más difíciles de descubrir, de definir y de precisar, aunque no por eso son menos efectivas. Y el error respecto a ellas o la falta de respeto también los pagamos con estrepitosos fracasos. A veces tengo la impresión de que los políticos de diferentes ideologías tienen en común una obstinada ceguera para percibir lo que realmente ocurre en la sociedad. Quizás deberían leer el Ensayo sobre la ceguera del premio Nobel de Literatura, el portugués José Saramago, en el que traza una imagen aterradora -- y conmovedora -- de los tiempos sombríos que estamos viviendo.
1 comentario:
La realidad es la que es
y no hay más vuelta de hojas.
Pero la percepción de esta
creo que muy mucho depende
de los ojos y algo más
del sujeto que la contemple.
De su altura y posición
del estatus y desde el escalón
que a la realidad se la mire.
Yo me retrotraigo a El Corchado,
a los años de mi niñez,
al contemplar la fachada principal
de la fábrica de la luz,
me parecía, enorme
y la llegaba a comparar
con la reproducción que en los libros
hacía de alguna que otra catedral.
En pasado ya los años
que doblé yo mi estatura,
no la veía tan grande,
la fachada había menguado
muchísimo, bastante más,
que yo había crecido en estatura.
Y la fachada en realidad,
era y es la misma.
La realidad que es a veces
horrible, cruda y muy dura,
esa misma realidad,
no es igual para el pudiente,
que para el que a su puerta mendiga.
La realidad se ve diferente,
no por el color
del cristal con que se mira,
la realidad se aprecia muy distinta
dependiendo de los ojos
del que la misma realidad mira.
.
01.05.16
.
Antonio. - El niño del Corchado-
Publicar un comentario