Las experiencias personales de todos nosotros nos confirman que, para alcanzar y para conservar el bienestar, es necesario, no sólo pensar bien sino también sentir bien y actuar bien. Hemos de reconocer, sin embargo, que nacemos sin saber los métodos adecuados y que, con frecuencia, nos equivocamos al aplicar unas fórmulas que, a primera vista, juzgamos acertadas pero que, en la práctica, nos llevan al fracaso. Por eso, a lo largo de toda la vida, hemos de hacer diferentes pruebas con el fin de encontrar las ideas y las emociones que, hábilmente conjugados, nos orienten hacia ese conocimiento personal del bienestar posible.
Hasta hace poco tiempo, aplicábamos la palabra “inteligencia” para referirnos sólo a las operaciones del conocimiento como, por ejemplo, los ejercicios de la memoria, de la argumentación, del análisis o de la síntesis, esas tareas que nos servían para plantear y para resolver problemas científicos o filosóficos. En la actualidad, sin embargo, los psicólogos y los neurólogos reconocen la importancia “intelectual” de las operaciones no cognitivas como, por ejemplo, la “inteligencia social”, ese conjunto de habilidades que nos ayudan a conectar, a dialogar, a comprender y a colaborar con otras personas, o la “inteligencia emocional”, esa serie de destrezas que nos permiten interpretar y expresar, de manera equilibrada, nuestras propias emociones y entender los sentimientos de los demás.
Podemos afirmar que la persona es inteligente cuando, manteniendo un equilibrio entre esos dos grandes sectores del cerebro -el cognitivo y el emocional-, es capaz de entenderse a sí mismo, de convivir en paz con sus convecinos y de encontrar su lugar en el mundo y en el tiempo en el que vive. Para lograr esa meta, sea cual sea nuestra edad, tenemos que seguir aprendiendo a pensar, a sentir, a valorar, a amar y a tratar las cosas y a las personas. Un procedimiento practico y eficaz es el de expresar, de manera clara, correcta y desinhibida, nuestros sentimientos de respeto, de amistad y de cariño a nuestros familiares, convecinos, paisanos e, incluso a nuestros visitantes. ¿Cuántas veces y a cuantas personas –me pregunto- he repetido hoy con palabras, con gestos o con acciones la expresión “te respeto, te admiro o te quiero”?
3 comentarios:
Dos obras de arte: una es un escrito, la otra un dibujo. Cada una de ellas con un estilo propio que marca un retocado camino en la experiencia sensorial de la vida.
Como muy bien sabéis -queridos amigos- esta es mi manera de estar presente en San Pablo, en nuestro común San Pablo. Mis palabras y mis dibujos pretenden ser respuestas a vuestras preguntas y, sobre todo, una confesión "descarada" de lo mucho que os quiero. Un abrazo y un beso. José Antonio
Señor Hernández, un placer leerle siempre!! Con cariño desde San Pablo.
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