Las noches electorales suelen ser de bohemias, incluso mutando la letra y música, que sobre la falsedad de ciertos besos tiene como autoría a `Navajita Plateá´, por las de los discursos políticos trileros que efectúan los derrotados. Aunque resulte humano que busquen y no encuentren explicación a la pérdida de votos que han sufrido, solo la desilusión, que para sus adentros erróneamente se lo achacan a lo injusto que fueron sus electores, al menos externamente deberían guardar las formas, transmitiendo un poco de pedagogía política, más tratándose de personajes públicos que convendrían que fuesen veraces, humildes y ejemplares, y no por el contrario montadores de espectáculos chirriantes para demostrar que continúan siendo pardos.
En esta postrera madrugada electorera, tan perezosa para el sueño, y en ulteriores horas encadenadas, ha vuelto a suceder lo que para líderes diezmados en las urnas no es lo fuerte: emplear el rigor a la hora de analizar las causas de sus debacles. La ausencia de autocrítica suele tener culminación acudiendo a consabidos símiles, bien a que no han sabido comunicar, poniendo tela de lerdos a los electores, o yendo a la manida frase: `hemos entendido el mensaje de las urnas´, para a continuación hacer lo inverso, una sesgada lectura sobre el dictamen que proporciona el recuento de papeletas de cara a prolongar la campaña electoral endemoniando al adversario. Al final, todos dan a entender que son ganadores, o al menos en parte, malabareando la estadística a modo de ciencia inexacta y hasta delirante como si anidara recargadamente contaminada por el cannabis.
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