Si es cierto que las
pasiones –las bajas y las altas- pueden generar atroces fechorías, también es
verdad que la aparente ausencia de emociones explica, a veces, unos crímenes
horrendos. Según el ministro de Interior francés, el autor de los asesinatos cometidos en un colegio judío de Toulouse es “un
hombre muy frío y, por lo tanto, muy cruel”. Esta afirmación que, a primera
vista, puede parecernos paradójica, contradice las conclusiones a las que,
recientemente, han llegado las Ciencias Neurológicas: que las ideas, por muy
abstractas que aparenten ser, siempre envuelven hondas y arriesgadas emociones
que impulsan unos comportamientos que pueden desembocar en asesinatos y en
suicidios.
Estos estudios han
demostrado cómo las ideas que constituyen el fondo de las diferentes ideologías
están íntimamente asociadas a sentimientos y a pasiones que, dependientes de
experiencias anteriores, transforman los conceptos fríos en ardorosas, firmes
y, a veces, destructivas convicciones. Aquí reside la base del fenómeno que los
especialistas denominan fuerza “connotativa” de las imágenes y de las palabras,
y ésta es una de las claves que explican las opuestas maneras de interpretar
una misma realidad y las diferentes formas de reaccionar ante idénticos
episodios. “No comprendo cómo ese señor, que es tan inteligente y que está tan
bien informado –me decía ayer un compañero de Universidad refiriéndose a otro
colega- es miembro de un partido político que defiende ideas tan equivocadas”.
Espero
que los especialistas del cerebro expliquen con claridad a este colega y amigo
cómo la cultura, el arte, la conciencia, la cognición, la memoria, el
aprendizaje, los lenguajes artísticos y los procedimientos persuasivos
modifican nuestra percepción de nosotros mismos y nos proporcionan nuevas
claves para interpretar los comportamientos sociales e, incluso, para orientar
de manera adecuada o inadecuada el progreso humano. Opino, sin embargo, que,
para alcanzar un saludable y esperanzador humanismo moderno, es inevitable que
los conocimientos se apoyen en una sólida base ética fundada en los elementales
derechos y deberes humanos. Sólo de esta manera las ideas nobles germinarán en
proyectos humanamente esperanzadores: mientras que a la búsqueda de verdades no
se una el cultivo de otros valores como el respeto, la concordia, la
solidaridad y el amor, las luchas ideológicas -determinadas todas ellas por
hondas convicciones político-religiosas- seguirán siendo torrenciales fuentes
de desenfrenados y de enconados odios. Durante la desagradable campaña
electoral que acabamos de sufrir me han seguido resonando aquellas palabras de
Mariano Peñalver, “lo único y lo absoluto conducen inevitablemente a la mortal
violencia”.
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*** Enviado por José Antonio Hernández Guerrero,
catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director
del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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Foto de www. americapublicaciones.com
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