
Estos estudios han
demostrado cómo las ideas que constituyen el fondo de las diferentes ideologías
están íntimamente asociadas a sentimientos y a pasiones que, dependientes de
experiencias anteriores, transforman los conceptos fríos en ardorosas, firmes
y, a veces, destructivas convicciones. Aquí reside la base del fenómeno que los
especialistas denominan fuerza “connotativa” de las imágenes y de las palabras,
y ésta es una de las claves que explican las opuestas maneras de interpretar
una misma realidad y las diferentes formas de reaccionar ante idénticos
episodios. “No comprendo cómo ese señor, que es tan inteligente y que está tan
bien informado –me decía ayer un compañero de Universidad refiriéndose a otro
colega- es miembro de un partido político que defiende ideas tan equivocadas”.
Espero
que los especialistas del cerebro expliquen con claridad a este colega y amigo
cómo la cultura, el arte, la conciencia, la cognición, la memoria, el
aprendizaje, los lenguajes artísticos y los procedimientos persuasivos
modifican nuestra percepción de nosotros mismos y nos proporcionan nuevas
claves para interpretar los comportamientos sociales e, incluso, para orientar
de manera adecuada o inadecuada el progreso humano. Opino, sin embargo, que,
para alcanzar un saludable y esperanzador humanismo moderno, es inevitable que
los conocimientos se apoyen en una sólida base ética fundada en los elementales
derechos y deberes humanos. Sólo de esta manera las ideas nobles germinarán en
proyectos humanamente esperanzadores: mientras que a la búsqueda de verdades no
se una el cultivo de otros valores como el respeto, la concordia, la
solidaridad y el amor, las luchas ideológicas -determinadas todas ellas por
hondas convicciones político-religiosas- seguirán siendo torrenciales fuentes
de desenfrenados y de enconados odios. Durante la desagradable campaña
electoral que acabamos de sufrir me han seguido resonando aquellas palabras de
Mariano Peñalver, “lo único y lo absoluto conducen inevitablemente a la mortal
violencia”.
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*** Enviado por José Antonio Hernández Guerrero,
catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director
del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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Foto de www. americapublicaciones.com
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