
Creo que, a medida en que vamos cumpliendo años, deberíamos revisar, sobre todo, los frenos con el fin de tenerlos a punto para controlar las emociones, para, por ejemplo, no emborracharnos de euforia ni dejarnos abatir por el pesimismo. Ya sabemos que, durante este año, en el que, a consecuenciade la crisis, aumentarán los problemas económicos, sociales y políticos, también crecerán las ilusionadoras promesas y las amargas frustraciones.
Para paliar, en lo posible, los previsibles trastornos mentales deberíamos evitar entusiasmarnos demasiado con esos planes atractivos y con esos proyectos halagüeños sobre el año de La Pepa con los que los políticos intentarán estimular nuestras ilusiones de crecimiento y nuestras esperanzas de una vida más confortable. Todos conocemos el disgusto profundo que generan las promesas incumplidas y el dolor intenso que nos causan los desengaños, cuando se descubre su vaciedad o su inconsistencia.
Si es mala la apatía en la que caemos cuando carecemos de metas estimulantes, peor es el golpe que genera la frustración, ese sentimiento defracaso, de desencanto íntimo, de profunda desilusión, de intensa tristeza por no alcanzar un objetivo, por comprobar que los resultados no corresponden a las promesas. Pero, a mi juicio, todavía más descorazonador nos resulta comprobarque esos proyectos en los que habíamos cifrado todas nuestras esperanzas, cuando se hacen realidad, ni sacian los deseos ni resuelven nuestros problemas. Por eso hemos de desconfiar de los que emplean las estrategias ilusionistas para desviar la atención de los ciudadanos de otros problemas que son más graves, más urgentes y más difíciles de resolver como, por ejemplo, la agilidad de la justicia, la reforma laboral, los desequilibrios económicos, la educación y la investigación.
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*** Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático
de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club
de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista
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