Leído en el blog de 20 minutos ¡Que paren las máquinas! de Arsenio Escolar.
Desde que nació 20 minutos, en febrero de 2000, hay un clásico en nuestras páginas: en vísperas electorales –sean las elecciones generales, autonómicas o municipales-, repasamos lo que prometieron los partidos y dirigentes políticos antes de llegar al poder y comprobamos lo que realmente han hecho gobernando.
Desde que nació 20 minutos, en febrero de 2000, hay un clásico en nuestras páginas: en vísperas electorales –sean las elecciones generales, autonómicas o municipales-, repasamos lo que prometieron los partidos y dirigentes políticos antes de llegar al poder y comprobamos lo que realmente han hecho gobernando.
El resultado es descorazonador, sea cual sea la formación política o el dirigente que hiciera las promesas: el grado de cumplimiento es bajo o muy bajo.
Los programas electorales de las partidos, y aún más las promesas hechas en el ardor de los mítines, se han convertido en una modalidad de la literatura de ficción, o de la humorística. Los políticos saben que sale gratis prometer y no cumplir, y se permiten todo tipo de licencias. ¡Mariano Rajoy, que hoy presenta un programa lleno de promesas probablemente incumplibles y de silencios sobre dónde va a recortar, nos prometió el sábado pasado incluso “devolvernos la felicidad”!
No corren ningún riesgo nuestros políticos, no pasa nada. Ya os conté aquí, en la campaña de las autonómicas y muncipales de mayo pasado, que el Código de Conducta Publicitaria de Autocontrol, la asociación creada por anunciantes, agencias y medios de comunicación para velar por una publicidad “veraz, legal, honesta y leal”, lleva en su artículo 1 una excepción: las normas “no serán de aplicación a la publicidad política”. ¿Por qué no ha de ser veraz, legal, honesta y leal la publicidad política? ¿Hemos de seguir los ciudadanos inermes ante el incumplimiento de contrato o incluso el engaño y hasta el fraude que suponen las sistemáticas tomaduras de pelo de los políticos?
Los medios de comunicación tenemos también nuestra parte de culpa en este asunto. A menudo les hacemos de voceros a los partidos sin ninguna reserva, y titulamos “Zapatero subirá el salario mínimo a 800 euros” (promesa que hizo ZP en 2008, y el salario mínimo real es de 641 euros; luego la ha incumplido) o “Rubalcaba quitará beneficios fiscales a las grandes empresas” o “Rajoy bajará los impuestos”, cuando en puridad tendríamos que decir “Zapatero asegura que subirá el salario mínimo a 800 euros” o “Rubalcaba dice que quitará beneficios fiscales a las grandes empresas” o “Rajoy promete que bajará los impuestos”. Y a menudo, demasiado a menudo, los medios sólo estamos vigilantes y denunciamos los incumplimientos de aquellos políticos que nos son menos afines, o que son menos afines a nuestros lectores, y hacemos la vista gorda con los ideológicamente más cercanos.
El sábado pasado, el líder de IU, Cayo Lara, pidió la creación de “una especie de Corte Ética” para que los que incumplan los programas electorales “se tengan que sentar en un banquillo”. Es una propuesta valiente, pero me temo que irrealizable. En 1986, gobernando el PSOE de Felipe González, el cantante Lluis Llach los demandó por “incumplimiento de contrato”, por no haber satisfecho los socialistas y su líder la oferta electoral de que España saldría de la OTAN. El juez desestimó la demanda, considerando que no existía legislación aplicable al caso. Sigue sin haberla, y es improbable que la vaya a haber ¿Alguien ve a los políticos legislando contra sí mismos?
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