viernes, 18 de junio de 2021

"Jimena es el paraíso", por Cristóbal Moreno "El Pipeta"

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JIMENA ES EL PARAÍSO

Entre montañas pintadas de chaparros, quejigos y aulagas, oliendo al ládano pringoso de las jaras y al morado cantueso, por donde ahonda el “wad auro”, pasa volando el NORTE en busca de una estrella encendida por la Central Eléctrica del Corchado, que, a latigazos de agua, con plata alumbra, el nacimiento de los valles.

Allí comienzan a jugar -trabajando- las huertas y labradores, con aguacates y naranjales, y verdes prados con pajizos eriales. Por Canuto Largo y Las Cañillas, con los mulos cargados de corcho, caminan los arrieros, que con jolgorio la tasca buscan; y el hozgarganta..., chapoteando va, por la otra orilla. Desde San Martín del Tesorillo, andando por los pastizales, de Marchenilla viene una guapa chiquilla, que para llegar a Jimena por la almena se guía, corre asustada, porque se le va el día.

Despegándose hacia la costa: Sierra Crestellina, que mima a los casareños y derrama entre parrales el dulce mosto de los manilveños. Allí, ahora, como don Quijote, la zona pelea, con monstruos de tres alas que alean: eléctricos molinos que esparcen el olor a moscatel a través de sus eólicas venas. Mientras tanto, como un reloj certero de infinitas horas, entre la sierra y el mar repecha a brazadas el madrugador y alegre ESTE. Lleva por delante al Sol que otea mientras sube: sierras y playas, mansiones y chabolas, esplendor y sencillez. Suspira..., cuando huele al valle y le ciegan sus ríos de estaño: atrás quedó el Genal, del Guadiaro y del Hozgarganta, sus tres preferidos ríos desde hace infinitos años, y al llegar a Jimena, el Este se queda solo, el Sol nunca le espera.

Enfrente de la frente del Este, su hermano el OESTE, siempre adormilado y con los ojos enrojecidos. Para luchar contra la noche espera -en el vacío del río Hozgarganta- y descansando sobre el castillo de la vieja Oba, mientras que con el agua de las aljibes, se lava la cara de vez en cuando. Le gusta ver regar con rocío, el pelo rojizo de los jimenatos tejados y el pasar de las aguas de poniente, lluvias de ruegos y rezos, que vienen de Medina Sidonia y Alcalá de los Gazules, dibujando a los ríos con chocolate, mientra tras los venados un perros late.


Repecha expectante, Jimena de la Frontera, allá en lo alto. Acostado en el Cerro de San Cristóbal El Castillo y detrás, Los Baños de la Reina Mora, donde los romanos esperaban a su amada: aún se huele el jabón de lavanda y a resina de jara, que al bañarse, los fenicios derramaban. Más antigua se escribe la historia en la jimenata Cueva de la La Laja Alta, con los barcos de velas y remos navegando entre el Neolítico y el Calcolítico, y el artista alucinando con Carteya y Gibraltar, y las montañas de allende. Y es que, Jimena es un cofre, y es un libro, que cuenta, entre su portada y sus pliegues, el origen de la humanidad y la transacción errante de la piel de la Tierra a través de sus crestas capilares. Jimena es, junto a sus hermanos Castellar de la Frontera, Gaucín, Casares y Alcalá de los Gazules, con sus castillos y sus desvanecidas fortalezas, los guardas del Estrecho, que el de Tarifa abre antes y después, quizás, de ser Iberia una piel de toro sin almenas.


Y ya, allá..., donde el valle termina bañándose en sal; donde el Flumen Barbésula eyacula su esperma de vida, y donde el mundo se estrecha entre columnas de Hércules, está el SUR: la sangre fluye morena, y por encima de Gibraltar el aire huele a África, y hace ondear entre turbantes a una de las dos hijas solteras con vestidos de colores rojo y gualda: Ceuta, que junto a su Madre, por la Roca lloran.


Jimena dice que se despeina en el Campo de Gibraltar y duerme en Andalucía, una Comunidad de su querida España, y que no divulga su edad porque no la sabe, posiblemente por coincidir con la del hombre. En su castillo durmió Marco Antonio y Cleopatra, camino de Egipto, aquí fue herido el Cid Campeador, y aquí estuvieron todos los que tuvieron que estar. Sus recuerdos, y su historia escrita, fue quemada por el hombre, en la guerra de no hace tanto, y en otras tantas: de tantas guerras anteriores. Aquí los milenios se pierden en la antigüedad como los átomos entre el aire, ¡para que pensar en ello!, Jimena de la Frontera tiene los años más que suficiente para gritar su propia libertad y para reconocer sus deberes y sus derechos; para andar por sus calles y plazas; y por la vida sola, de la naturaleza y de los entresijos de los números binarios. Jimena tiene mente, y es mente natural y libre, y como tal, está por encima del hombre, pero viene de él, hija inhumana con sentimiento humano, tanto que incluso se atreve a recitar viejos y bellos poemas que le enseñaron las personas a través de la historia, y cuenta...:

“”Cuando hablan de la historia de mi bandera, digo, que la recuerdo verde y blanca pintada sobre la cara de primitivos hombres durante sus batallas. Resurge en mi memoria unos versos de extraña lengua que recitaba un moro llamado Abu Asbag iben Arqam, que decían:

Una verde bandera
que se ha hecho de la aurora blanca un cinturón,
despliega sobre ti un ala de delicia,
que ella te asegure la felicidad
al concederte un espíritu triunfante.
Observa con atención los felices augurios
que harán surgir ante ti el éxito.


Me contaron que esta bandera andaba, corría y volaba como el viento sobre mi piel y sobre la piel de Andalucía, mucho antes de llamarse al-Andalusiya, y mucho antes de que se escribieran estos versos cuando, en el año 1.051, la vieron por primera vez ondear en la Alcazaba de Almería.

Yo, Oba, Xemina o Ximena; íbera, fenicia, romana. Árabe y mucho más, denominada Jimena por los cristianos tras la conquista en 1.431, he venido siendo siempre un importante enclave defensivo con vista al Estrecho. El pueblo y mi castillo fueron muchas veces quemado y derruido, porque estaba hecho para el continuo enfrentamiento contra los invasores que, atravesando el mar por el Estrecho, la conquistaban y tomaban como fortificación para seguir apoderándose del resto de las tierras. El bosque de alcornoques, encinas y robles, junto a su variada vegetación y fauna, daba cobijo y solucionaban los problemas de madera y alimentación a los seres que alberga y de paso. Desde el mar era vista con más encanto que una diosa, por lo que era doncella deseada con más valor que el oro y las joyas. Por la copa de los árboles se mezclaba el olor a monte con el sabor a mar, que cabalgaban por la crin de los vientos de Levante y por la flama del poniente veraniego. La brisa del Norte traían a las pituitarias el aroma del cantueso y de las jaras; por el Este la calidez fresca del sol naciente, el dulzor de pasa y mostos, y el olor heredado de las las sardinas al espeto; y por el Oeste ¡ay!, por el Oeste, ricas gambas de los arenales con cata hasta el mareo, de los vinos verdes y finos. Tufillos que aún perduran, olores de la historia, como los del guiso de pata, las ollas de tagarninas, los estofados de jabalí o venado, y ese postre del piñonate moruno.


“¡Por eso yo, -Jimena de la Frontera-, y mi hijos San Pablo de Buceite, la Estación de Jimena y el emancipado San Martín del Tesorillo, cobijados, abrazados, por la <Rojigualda y por la “Verdiblanca>, pueblerinos andaluces y españoles a no más, me llamo española y andaluza con nuestros gentilicios a cuestas, así que, ni soy joven ni soy vieja, ni soy torpe ni soy lista, solo que miro las cosas con el rabillo de mis antiguos ojos que de tanto mirar se han vuelto mutantes.!”

Millones de páginas tiene el libro, y en cada una mil historias, y en cada una de las historias cientos, miles, quizás millones de personas forman parte de la tierra, de esta tierra, dejando como herencia el polvo de sus huesos, que hoy en día pisamos por los campos y caminos de nuestro término municipal. Un bonito cuadro de un bellísimo paisaje, confortable y variado lo conforma y lo rodea. Los colores verdes y verdes frutales o anaranjados, contrastan con el amarillo seco veraniego del pasto y los rastrojos de haba y trigo, según su excelencia por hijo del agua y/o del sol. Repecha vestido de blanco el pueblo, siempre recortado y vigilado por ese castillo de vida y de muerte.

Aún hoy, como antaño, durante las noches de luna llena, las sombras misteriosas acechan desde los canutos, desde los ríos y desde los arroyos, y hasta de los canales de las Reales Fábricas de Artillería, del fondo de las aljibes del castillo, o tras de cada roca; deambulan silenciosas se asoman recortadas desde cualquier recobeco, tras de cada quejigo o entre el sombrío de los alcornoques: pero no hay que preocuparse pues son las aureolas de nuestros antepasados y nos conocen. Mucho de ello saben nuestros arrieros y sus propias sombras, que pillados por la noche sobre las monturas, les cantan por si acaso, y ellas, frágiles y atentas, se paran al mismo tiempo que los grillos callan y las luciérnagas se apagan. Ni el cárabo ni los buhos conocen el nombre de los asustadizos espectros, solo la historia que aprendió a escribir posiblemente tomara nota de algunos de ellos o ellas, y yo me pregunto: ¿tendrán vida y sexo las sombras?

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Cristóbal: maestro y mago de la palabra.
Sant Josep.

Cristóbal Moreno dijo...

Ay, Sant Josep!, barco chocando a la deriva bajo un acantilado, fantasma cansado de mar. Dos Guardias Civiles veinteañeros, aventureros de postín; entre el buque, las olas, el alquitrán  y de la gran pared, colgados de una cuerda, muertos de hambre y de sed, ¡insensatos!, que bajaron tras horas de descender para ver, de los fantasmas su quehacer, inexpertos de la naturaleza y su poder ¿Qué iba alli a haber? Soledad, misterio, hambre de lapas y sed de grietas, en aguas que no se quedaban quietas. A saber, desde dónde vendría perdido el barco sin capitán ni marineros, con aquel nombre extranjero: ¡un coloso fantasma de la tierra no del cielo, un coloso del mar a la deriva y ciego, que insistia una y otra vez, regresar a tierra, a fuerza de golpearla para atravesar las piedras y renacer, nuevo y lustroso. Pero no supo hablar aquél barco, o no entendimos su idioma que se llevó en secreto, volviendo por donde vino, en silencio, lloroso y solo, tras vomitar a los intrusos pringados de alquitrán hasta los huesos. Si dura fue la bajada, más dura fue la subida de dos harapientos "chapapotes", tras 15 horas de negligente batalla con el medio ambiente y una nao sin rol ni gente, con las entrañas oscuras echando peste a vómitos y esclavos y una cara de lata pringosa hasta el último clavo ¿Que sería de aquél barco, después de volver al mar herido en sus costados y en sus ansias de no hundirse y terminar ahogado y magullado? Y esa fue una de mis primeras ingesta de historias, logrando subir agotados, carrilear por pitiusos kilómetros y llegar hasta Santa Inés, en su iglesia santiguarnos y en una tienda saturarnos con dos litros de leche cada uno, que como la gesta nos resultó la leche bastante indegesta, pero aquí estoy contándola, por ser la primera de un millón, con 23 años y por delante un filón, gracias a Dios. Varios jimenatos en Jimena por entonces, buscandose allí la vida: tú 11.13 p.m (el buen escritor primero, por escritor y por amigo); Manolo "Quini", el mejor cantaor, casado y con dos hijas y José Sánchez "hijo de Isabel Justo", buenos amigos mios sin olvidar a Señor Salvador, un casareño increible de una personalidad antigua y astuta. Lástima que te escaparas de mi vista.
 

Cristóbal Moreno dijo...

Quise, al final de mi comentario poner "hijo de Isabel Busto", en vez de Justo, el corrector me la jugó.

Anónimo dijo...

Qué prosa más bonita. Mi Jimena, un paraíso, pues si, sin un sinfín de placas solares.
Cuántas historias cuentas, nunca me canso de leerlas y repito releyéndolas, eres un primor de vecino, un sanpableño peculiar y un jimenato muy especial, ambos pueblos están en deuda contigo.
Muchas gracias, poeta, muchas gracias amigo.

Anónimo dijo...

Muchas gracias amigo, amiga 10.36 se que lo dices con la mejor intención, pero no lo merezco. Lo hago porque quiero y me divierto, simplemente, me distraigo y distraigo (supongo que a algunos), sin afán de conseguir nada, el agradecido soy yo y mis trabajos, porque son leidos y eso me reconforta, pero nadie tiene que estar en deuda conmigo, si acaso yo si con mis lectores, a los que estoy muy agradecido, gracias de nuevo por ser tú, usted, uno/a de ellas/os. Gracias, muchas gracias.
Y al primer comentarista Sant Josep (ampliando lo de mi 9.51), simplemente decirle que yo se plenamente que no soy ni maestro ni mago, pero tú sí sabes ser un ilusionista de las palabras que a mi me faltan.

Anónimo dijo...

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Jimena es el Paraíso
y el Empíreo es, San Pablo,
el Salón del Trono lo fue
y lo volverá a ser, El Corchado
en cuanto esté restaurado.
Cuiden ese remanso de paz
ya que otro igual, no hay
llevo toda una vida buscando
por mucho que me he esforzado
no he encontrado por el mundo
nada que seque sea como él
ni tan siquiera, que se le asemeje.

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