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EL VERDUGO coloca un oscuro pañuelo sobre la cabeza de Juan Ruiz. No es agradable, ni siquiera para el que retuerce el tornillo, ver la transformación que sufre, en segundos, el rostro de un ser humano ajusticiado a garrote vil: Crujir de huesos y tendones, ojos fuera de las órbitas, boca abierta por la que corre un hilillo de saliva, y un semblante, en el momento de la expiración, de profundo dolor e incomprensión que se te puede aparecer en las tormentosas noches de invierno. No. Mejor no ver.
Capítulo I.-
A mediados del siglo XIX los jornaleros andaluces no eran jornaleros sino siervos a disposición de los propietarios de la tierra: Catorce horas diarias, sueldos miserables, analfabetismo crónico, altísima mortandad infantil, chozas insalubres, y curando sus enfermedades con pociones y ungüentos más propios de la Edad Media que del siglo que les tocó vivir.
Sin embargo en el Marco de Jerez a los terratenientes les iba bien. Bonitos cortijos, excelentes resultados económicos, caballos pura sangre, derecho de pernada y saraos, marcan su día a día. Surge una nobleza blasonada, emparentada con la aristocracia anglosajona, que financia un sistema político y policial corrupto, pero que les asegura paz y prosperidad. Los gobernantes entienden que ése es el orden natural de las cosas, que la Iglesia, desde los púlpitos, bendice como justo y misericordioso.
En ese contexto histórico nace La Mano Negra, una organización secreta anarquista y revolucionaria que luchará para subvertir ese dramático escenario. ¿O sólo fue una leyenda?
Capítulo II.-
Hagamos un poco de historia: En 1882 una pertinaz sequía hizo que las cosechas se perdiesen: No hay trabajo y llega el hambre. Se producen robos en tiendas de comestibles, almacenes y cortijos que conducen a la cárcel a los asaltantes y, de paso, propicia la excusa perfecta para iniciar una campaña de represión contra las organizaciones obreras.
La guinda la pone un teniente de la Guardia Civil de nombre Oliver, que declara haber encontrado, debajo de una piedra, los estatutos de una organización denominada La Mano Negra, afín a la Internacional Socialista, donde se propugna la liquidación del orden social imperante y la eliminación física de los enemigos de la clase trabajadora.
El caso es que, primero en las haciendas, y después en los despachos, saltan las alarmas y una operación en la que participan latifundistas, Guardia Civil y políticos se pone en marcha para acabar con la amenaza: Se detiene a líderes campesinos acusados de pertenecer a la sociedad secreta, se divide al movimiento obrero comprando a los más débiles, se identifica revolución con criminalidad y se acusa a sus integrantes de todos los robos, fechorías e incendios habidos y por haber. En 1.883 el Gobierno declara en el Congreso de los Diputados que está dispuesto a acabar, cueste lo que cueste, con el socialismo revolucionario en Andalucía.
Capítulo III.-
Antes, en diciembre de 1.882, se produce el crimen de “La Parrilla”, una finca de El Valle, en la que alguien mata, de dos tiros de escopeta, a Bartolomé Gago Campos “el Blanco de Benaocaz”, supuesto renegado de la clase obrera. La represión es brutal: Se detiene, se arresta, se interroga, se tortura, a más de cuatrocientas personas logrando declaraciones absolutamente contradictorias, poco creíbles, basadas en el terror, pero que son la base para acusar de asesinos a los supuestos dirigentes de la organización clandestina.
Juan Ruiz Ruiz tenía 36 años cuando ocurrieron los hechos. Natural de Écija, vive en una pequeña pedanía de San José del Valle donde mantiene abierta una escuela rural. Maestro sin título, enseña a leer y escribir a los hijos de los braceros, pero también se desplaza a cortijadas y diseminados con el mismo propósito. Juan es secretario de la Sociedad Obrera de Jerez a la que representó en el Congreso de Sevilla de la FTRE en 1882.
El fiscal no pudo probar su participación en el crimen pero, junto a otros catorce acusados, se sienta, el día cinco de junio de 1.883, en el banquillo del Palacio de Justicia de Jerez con el veredicto final de siete sentencias de muerte y ocho (entre las que se incluye a Juan Ruiz) de diecisiete años de prisión.
Capítulo IV.-
Para ese mismo día, asociaciones de clase como la Unión de Trabajadores del Campo, la FTRE y grupos autónomos anarcosindicalistas, convocan una huelga general en el campo gaditano.
Un pulso que todos pierden. Era tiempo de cosecha, y los propietarios, ante la posibilidad de desaprovechar la recolección de la vid, pide ayuda al Gobierno Civil. Tras consultar con altas instancias, se decide que sean soldados de reemplazo los que realicen las faenas previo pago de un sueldo superior tres veces al que hubiesen cobrado los jornaleros. Pierden los trabajadores, reprimidos, despedidos y con la sensación de que la huelga no ha dado resultado. También sale mal parado el gobierno de la Restauración que pierde credibilidad, al ser tachado de colaboracionista con la patronal.
Capítulo V.-
El día 5 de mayo de 1.884, en segunda instancia, y en un hecho sin precedentes, el Tribunal Supremo endurece las penas enviando al patíbulo a los quince acusados. Uno de ellos, Cayetano de la Cruz, se suicida en la cárcel, y otro, José León Ortega, se vuelve loco lo que le libra de la muerte.
Unos días después el Consejo de Ministros perdona la vida a los ocho penados en principio a cárcel, menos a Juan Ruiz al que mantiene la pena de muerte. ¿Por qué? ¿Para sustituir a León Ortega? ¿Para eliminar a un líder sindical? Posiblemente esta última sea la razón más convincente pues, al ser el único de los implicados con instrucción cultural, se le atribuye el papel de organizador, ideólogo y máximo responsable de La Mano Negra en Andalucía.
En la madrugada del 13 de junio de 1.884 entran en capilla: los sacerdotes hacen lo que pueden, se espera un indulto que no llega y se les entregan las mortajas, mientras, fuera, en la plaza del Mercado, suenan los martillazos que levantan el cadalso. Los familiares, esposas e hijos, viven los momentos más duros de sus vidas, el rey Alfonso XII se niega a firmar la sentencia de muerte y es el primer ministro, Cánovas del Castillo, quien lo hace.
Al alba, Juan Ruiz Ruiz, ante un funcionario que da fe, escribe una carta de despedida a su compañera María y sus tres hijos, dejándoles todas sus pertenencias: quince pesetas y un arcón lleno de libros.
Aquella mañana, siete jornaleros: Pedro, Francisco, Gregorio, Bartolomé, Manuel, Cristóbal y Juan -cuyo único delito fue aspirar a cambiar la sociedad que les tocó vivir- pasaron a formar parte de la memoria histórica de este país, que yo, hoy, con este humilde relato, quiero honrar.
Nota del autor: Años más tarde, aparece, vivo, Bartolomé Gago en Barcelona adonde había huido temiendo la venganza de sus antiguos correligionarios.
3 comentarios:
Enhorabuena Sr. Mata por su escrito.Le invito a que nos siga relatando sobre nuestra Andalucía profunda. Sin conocimiento del pasado se hace imposible caminar hacia el futuro. Un saludo.
Un buen artículo. Es cierto que sin conocer el pasado, es imposible edificar ningún presente que nos conduzca a un futuro. Se han realizado Jornadas y Ponencias sobre este tema y hay una buena bibiblografia.
¡ Enhorabuena y a seguir!
No cabe duda que la mejor manera de que el presente sea mejor, es imprescindible conocer el pasado. Y nadie mejor para hacerlo saber, que aquellos que han estado cerca de quien lo vivio
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