jueves, 26 de julio de 2018

"De mi yayo", por Salvador Delgado Moya

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LA PUERTA se encontraba entreabierta, quizás dos o tres centímetros de abertura, que era lo mínimo para que la nieta pudiera observar a su abuelo.

    Todos los días escribía en aquel paupérrimo trozo de papel algunas líneas, interrumpidas para secarse las lágrimas con un pañuelo estampado que antaño seguro fue utilizado como improvisado parapeto para sofocar el sol en las duras labores agrícolas.

    Cuando le parecía, cogía aquel papel,  lo doblaba y lo introducía en un pequeño cofre que posteriormente guardaba, con mucho celo, en el altillo de su armario.
    Un día tras otro. Casi siempre a la misma hora y las mismas lágrimas.
    Su pequeña nieta lo observaba a escondidas, incapaz de articular palabra y con la respiración ralentizada.
    Fueron pasando los años, quizás demasiado deprisa, quizás el reloj se volvió loco, desmesurado y apático.
    Aquella noche fue un duro golpe para toda la familia. El abuelo dejó este mundo para descansar en paz con su difunta esposa.
    El tiempo pasó y fue curando las heridas. Cierto día, el cofre llegó a las manos de la que un día fue nieta, y hoy, se ha convertido en una gran mujer.
    Con los dedos temblorosos se dispuso a profanar el secreto que tanto años llevaba allí guardado. Varios papeles allí guardados daban a relucir el secreto del abuelo...
   
    “Estoy seguro que cuando leas estas palabras yo no estaré a tu lado.  Así es la vida y el destino de las personas. Pero ahora y aquí, necesito promulgar mi vida, mis inquietudes, mi vejez, mi ocaso,...”
    “Toda la vida fui una persona humilde, trabajadora y fiel a todos. Pero como de un sorteo millonario se tratara, apareció mi premio, y para colmo fui el único acertante. Me hice rico de la noche a la mañana. Me cambió la vida, me cambió la rutina, incluso hasta el sueño. Y ese premio fuiste tú, mi princesa, mi nieta, mi vida, mi salvación”.
    “Te acurruqué en mis brazos para sentir tu inocencia; lloré para expresar mi dicha y mi corazón palpitó con otro sonido, con otra frecuencia”.
    “Ibas creciendo, y cada vez dependía más de ti, porque eras mi droga, eras esa receta de ese medicamento que necesitaba diariamente para vivir, sin posología, ni indicaciones previas, pero si con unos efectos secundarios  imposibles de igualar”.
    “Aún recuerdo  cuando no levantabas un palmo del suelo, con tu vestidito blanco y dos coletas a juego. Íbamos al parque: ¡abuelo, al columpio!, ¡abuelo, ahora a la resbaleta!, ¡abuelo, cómprame una chuche!... Y yo viéndote, sentado en aquel banco, deleitándome con tu belleza, impregnando mi alma de orgullo, haciéndonos cómplices de secretos para que mamá no se enterase: ¡Hija, has comido chuches!, entonces tu mirada y la mía eran cómplices para decir pequeñas mentirijillas, ¡no mami, no he comido nada!...”.
    “Y echaré de menos aquellos paseos agarrados de la mano, y yo las miraba, y pensaba que las tuyas eran el principio y las mías el final.  Y otra vez me emocionaba, y para  que no te dieses cuenta, te comía a besos...”.
    “Y siempre me hacías la misma pregunta: ¿Abuelito, tu cuanto me quieres?. Entonces se me hacía un nudo en la garganta, la presión arterial se disparaba, esbozaba una sonrisa y te respondía: ¡más que tú a mi!”.
    “Y sufría los días lluviosos cuando tenías que ir al cole. Pero yo siempre estaba ahí, ¡el primero!, el primero para recoger a su nieta y expectante para que me contaras tus historias diarias que al final se convertían en un monólogo tuyo, porque yo me limitaba a asentir con la cabeza todo tu periplo”.
    “Y cuando enfermabas, yo me quería morir. No estaba preparado mentalmente para soportar tu sufrimiento, aunque fuese un resfriado o un leve dolor de cabeza”.
    “Y cuando estábamos en casa, y te recostabas sobre mi, hasta que te quedabas dormida. Entonces yo te miraba, y me decía a mi mismo que ojalá pudiera transferir tus sueños para hacerlos realidad”.
    “Y es que con mi edad, el precipicio lo cruzo diariamente, y cualquier día, un inesperado resbalón...”.
    “ Así que prométeme que estudiarás, comerás, reirás, jugarás, disfrutarás, lucharás  todos los días de tu vida, y lo más importante, tienes y debes ser feliz, porque ese es verdadero secreto de esta corta vida”.
    “Haz todo lo que quieras, siempre y cuando tu actitud sea un regalo para ti y los demás”.
    “Choque de sensaciones. Tu juventud; erudita, inconmensurable, pletórica, y mi vejez; inoportuna, inevitable, dolorosa y realista.
    “¡Y aquel vestido! Una pregunta directa al corazón,¿ estoy guapa, abuelo?, ¡que si estás guapa, me preguntas!. Eres la sangre que circula por mis venas aturdidas; eres el oxígeno limpio que enloquece mi diafragma; eres la causa irremediable de lágrimas desbordadas, eres mi sueño en noches de tinieblas; eres la proteína indispensable para mi movilidad; eres mi miedo; eres mi orgullo; eres la causa para no marchar aún; eres una explosión de sentimientos; eres mi motivación, eres mi vida...”.
    “Mi herencia se resume a casi nada. Quizás yo me lleva más de ti, que lo que recibirás de mi. Gracias querida nieta por ese derroche de vida, gracias por vivir este último tramo de vida con plenitud , con transparencia, sin condicionantes y libre”.
    “Cuando esté allá arriba con al abuela, le contaré todas nuestras hazañas, esas que quedaran aparcadas en el trastero del recuerdo”. Mi niña, ¡cuídate! ¡coge las cosas fabulosas que la vida te brinda! ¡vuela!... “.
    “Me obligas a regurgitar vida, emanando a borbotones ilusión. Ojalá pudiera comprar el tiempo e hipotecar los instantes para recrearme en ellos una y otra vez. Ojalá un chasquido de dedos paralizara mis miedos, diese una tregua a mis preocupaciones y calmase mi agonía. Pero soy un vejestorio, arrugado y torpe, pero tu fuiste la que difuminaste mi soledad, mi inapetencia por la vida y removiste mi alma para incendiar mi motivación”.
    “Sólo lamento que tu abuela no pudiera empañar tu imagen a besos. A besos de amor, de complicidad, de risas, de adoración y de miedos. Porque fuiste ese ser tan especial, que me hizo poder vivir unos años más, hipnotizado, loco, hechizado, cautivado por mi misma sangre, sangre rejuvenecida, joven, vital y necesaria.
    “Quizás, algún día, volvamos a abrazarnos, y ten por seguro, que tus abuelos ya no se separarán jamás de ti”.
    “Quizás,tu yayo, ya se despide, límpiate las lágrimas, mira al cielo, lánzame un beso y seguiré siendo el abuelo más feliz del firmamento...”.

    Feliz Día de los Abuelos.
                   
                                Fdo. Salvador Delgado Moya

4 comentarios:

Anónimo dijo...

ENHORAUENA !!!!!!, por deleitarnos con tus escritos, estoy deseando que escribas el próximo para leerlo, como siempre,es genial lo que escribes y como lo escribes,deberias escribir algún libro o publicar lo que tienes, que seguro será mucho.Felicidades y hasta pronto.

Anónimo dijo...

Pues a mí me parece una horterada

Anónimo dijo...

Preciosooo,seguro que quien critica tú escrito no tiene la suerte de ser abuelo, que pena no saber lo que se pierde y sin saber crítica los sentimientos del afortunado por serlo.

Anónimo dijo...

De lectura obligada para más de un abuelo. Creo que se sentirán completamente identificados. Enhorabuena Salvador, siempre es un placer leer algo de tí. Andrés Beffa.