domingo, 27 de marzo de 2016

Cautivos en la Frontera IV: "El Plan de María", por Eduardo Navarro "Er Pedagogo Jimenato"

Relato histórico de su blog Andalucía y la Educación.
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MARÍA, LA MADRE DE JUAN, intuía que su vuelta del Reino de Granada había tenido una relación estrecha con Naima, su cautiva. Sentía un dolor profundo por la separación que había mostrado con su padre ¡Había estado tan ciega por el dolor por la pérdida de su hijo!.


Así que aquella noche no pudo dormir. Tenía un propósito claro, para ello ideó un plan que comenzó a poner en práctica esa misma mañana. Antes del amanecer despertó muy pronto a su hijo pequeño
-   Madre, todavía no es de día, ¿Por qué me levantas tan temprano?
-    Apresura, tenemos trabajo, vamos a preparar el regreso de Naima a su tierra

Esas palabras, como si se hubieran tratado de un resorte, hicieron que Benito se levantara presto y, sin tan siquiera probar un bocado, partiera detrás de su madre sin preguntarle el camino que habían de tomar. También vislumbraba que la vuelta de su hermano estaba relacionada con Naima y deseaba con todas sus fuerzas que también ella volviera a su hogar con su familia.

Así que se dirigieron hacia el Guadalete, en un lugar no muy lejano de su casa rodeados de encinas. Allí encontraron varios acebuchales y fueron recogiendo los vástagos de acebuche más finos y rectos que encontraron. De la misma forma, fueron recogiendo varas finas de Alamillos negros que se encontraban en la zona, árbol que decían las antiguas leyendas que tenían su origen de mano de la familia Columela, vecinos de la ciudad romana de Gades.

Una vez recogido un buen manojo de varas de Acebuche y Alamillo, recuperando fuerzas con pan y queso a la orilla del Guadalete, tomaron el camino de vuelta a su casa, para poner en marcha la siguiente parte de su plan.

Ya en la casa, María le fue diciendo a Benito que tenía que hacer con cada una de las varas, insistiendo en que pusiera en mayor de los empeños porque con ello lograría la libertad de Naima. De tal forma que los fue clasificando por tamaño y grosor, limpiando con todo el cuidado e ilusión posible cada uno de los nudos que encontraba, porque mientras mayor suavidad en los vástagos imaginaba esos grandes ojos negros inmensos de alegría abrazando a su madre, con su pueblo, con su gente.

En los días siguientes comenzaron a construir la base de un canasto, formada por una estrella varas de acebuche con 16 extremos, añadiendo a cada rama otras 16, dando la vuelta en forma de jaula de perdiz. Después  el ribete de la parte baja, con varas más gruesas enlazadas en la base, para añadir en ese momento las varas de alamillo negro, 16 de acebuche, 16 de alamillo y 16 de acebuche, hasta ir elevando el tamaño.

María estaba asombrada por la habilidad adquirida por Benito, el cimbreo de las varas de acebuche, el viento de invierno que sentía en sus espaldas, los enormes ojos negros de Naima que a él le parecían un doble luna llena, que no dejó de tener presente, hacían que de sus manos brotara un don especial.

Benito, con las instrucciones de María, tuvo que tener en cuenta las dos varas que usaron de guías el entrelazado del asa, que iba ya determinado desde que comenzaron el trabajo. Le pusieron 10 varas más a cada lado, haciendo toniza, hasta que las fueron juntando. Una vez trenzada el asa, como última parte se construyó el ribete de la parte superior, con la toniza que lo cerraba.

El resultado del trabajo de María, con el corazón de Benito, que puso toda su alma en ello, resultó uno de los mejores canastos que jamás había construido, de toda una experta en esa tarea. Lo lleno de pequeñas vasijas de mermelada de naranja amarga, otra de sus especialidades y así como habas y alguna lechuga de su propia huerta y, de la mano de Benito, tomaron camino hacia Xerez.

Representando a una de las familias más poderosa de Xerez, se encontraba Lorenzo Fernández de Villavicencio, gran servidor de Don Enrique III y, posteriormente, de Don Juan II de Castilla, que en el final del año 1409 se encontraba como uno de los Regidores de la ciudad y Alcaide de los Reales Alcázares. 

María y Benito entraron en el hermoso patio de su propiedad, con el canasto en mano. El patio constaba de una planta cuadrada, con dos galerías porticadas, con seis arcos formando ángulo.  En los arcos, de medio punto, se apoyaban sobre columnas de mármol estilizados en capiteles de orden compuesto, sobre los que figuraban los escudos del linaje familiar. Los entorchados y enjarjes del zaguán, ponían el acento en la influencia mudéjar de la construcción.

D. Lorenzo estaba sentado en un gran sillón decorado, delante tenía una mesa con una jarra de agua y un cesto de fruta, quedaba manifiesto la profunda alegría que sentía con la visita de María, que servía en su casa y se conocían desde que eran pequeños. Él mismo facilitaría que María pudiera establecerse en un cortijo rural fuera de la ciudad, con su marido y sus hijos.

Se alegró profundamente de la vuelta de Juan, escuchando atento todos los detalles de su huida, asombrado por su valentía, prestando especial atención en el encuentro con el Adalid Álvaro Martínez y el motivo que traía a María con su hijo pequeño a visitarla.

Así que por un momento absorto en sus reflexiones, Juan ofrecía un enorme potencial como aprendiz de un Adalid tan valiente y experimentado oficial, que además estaba a sus órdenes. Sin embargo, a pesar de la tregua entre Juan II y Muhammad VII en abril de 1408, fue renovada por su sucesor, Yusuf III, hasta marzo de 1410, el Infante Don Fernando estaba realizando los preparativos para la conquista de Antequera. Donde sabía que participaría activamente con su tropa.

La liberación de una cautiva podría parecer como un motivo de flaqueza ante sus mismos soldados. En ese momento María acercó el obsequio que le traía, D. Lorenzo, siempre le sorprendía los canastos de María, así que cuando lo tuvo en sus manos, ante su belleza y suavidad, quedó fascinado, con una sensación que nunca antes había tenido, es como si el alma, el deseo de Benito de liberar a Naima, se hubiese fundido con él.

Se levantó, dejando a María con su hijo en el patio. Apareció más tarde con un documento en la mano. Era un salvoconducto con unas órdenes precisas, en donde Juan Viudo se incorporaba de aprendiz de Adalid con Álvaro Martínez y se le solicitaba que ejecutara de la manera más apropiada la liberación de la cautiva que se encontraba en su familia.

A la vuelta a su casa, Benito buscó a Naima hasta que dió con ella, se encontraba en el arroyo cercano lavando ropa, Benito se acercó y la abrazó con ternura, ella había comprendido, cerró sus ojos y cabalgó hacia los brazos de su madre y su hermana, a las que sabía que muy pronto volvería a tener a su lado.

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