Un relato histórico de su blog Andalucía y la Educación.
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ESTA nueva crónica, conocida en mis viajes en el tiempo, comienza el 3 de dhul-hijja del año 833, el 1 de septiembre de 1430 en vuestro calendario, narra una historia de amor ocurrida en la frontera nazarí y cristiana. De un amor complicado en tiempos espinosos, de unos sueños que pueden ser más fuertes que lenguas y religiones, de la propia esencia de la Diosa Tanit, que me ha cautivado con sus poderes.
En la fortaleza fronteriza de Ximena encontramos un hombre con un rostro serio, se encuentra en la torre central de vigilancia en la zona oriental del recinto, su mirada perdida en el horizonte, pensaba con desolación ¡cualquier día seremos sitiados! Se trataba de Abumohamed Abdala, el Al Qaid o Alcaide, de linaje noble granadino con importante reputación, de hecho su familia era descendiente de Muhamemed I ibn Nasr, fundador del Reino nazarí.
Abumohamed no sólo era la máxima autoridad militar, también se le tenía en alta estima en las cuestiones morales, religiosas y judiciales. No era tan sólo una fortaleza, era el Al Qaid de una zona fronteriza de mucha importancia para Granada.
Sabía que el nacimiento del Reino hacía casi dos siglos, en 1238, estaba relacionado con la derrota musulmana en la batalla del Al Uqab, Las Navas de Tolosa, ocurrida dos décadas antes, que supuso que su familia nazarí, de origen árabe, comenzará a tomar importancia, así como el debilitamiento del Imperio Almohade. Y como ya transcurría casi un siglo, en 1340, de la amarga derrota en el río Salado de Tarifa, en donde definitivamente el control del estrecho es ejercido por los cristianos, evitando la llegada de refuerzos, para dejar aislado y condenado, irreversiblemente, al Reino de Granada a su fin.
En ese momento, septiembre de 1430, el Reino Nazarí se encontraba gobernado por Muhammad IX, conocido como al-Aysar, “el zurdo”, en su segundo reinado. En Castilla gobernaba Juan II, al-Aysar propuso un pacto a Juan II, éste declino la oferta de al-Aysar y le propuso unas condiciones que sabía que no sería aceptadas de ninguna manera, su objetivo obtener tiempo, con la intención de conquistar Granada y su territorios.
Abumohamed sabía que seguían siendo superiores en muchos aspectos a los cristianos, como en las artes o las ciencias, muestra de ello era el mayor avance en medicina, muy ligada a la botánica y farmacología, o el esplendor de La Alhambra. No obstante, la debilidad con respecto al poderío militar y organizativo de los cristianos era evidente, su mirada perdida en el horizonte se llenaba de un dolor intenso. A su mente llegaba los versos del poeta, que el transformaba de la siguiente manera:
Ya ahla Ximena,
La darra darru-kum
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¡Oh gente de Ximena
Qué desdicha la vuestra!
Los miembros de la guarnición de Ximena eran, por un lado, los voluntarios de fe, para ellos la lucha por el territorio era una prescripción divina de mucho mérito espiritual, la muerte luchando contra los infieles suponía la salvación automática, por el otro, los mercenarios y piratas de las fronteras, en algunos casos temporalmente reclutados, de heterogénea condición, algunos de ellos habían sido bandidos con anterioridad en la vida fronteriza. Resultaba complicado mantener el adecuado equilibrio, aunque abumohamed tenía el respeto y aprecio de sus soldados y de los civiles a los que protegía.
Cada mañana recorría todo el perímetro del recinto, deteniéndose en cada una de sus torres, a medida que avanzaba y se acercaba la zona occidental, su mirada se perdía de nuevo, esta vez en dirección al río, se agolpaban los recuerdos que le producían una extraña mezcla de dulzura y de aflicción que le presionaba su corazón y hacía que impulsara su sangre con más fuerza.
Recuerdos de su llegada tan joven a la fortaleza, de cuanto admiraba a Ximena, de las largas e intensas cacerías con arco, de la única mujer que había amado, Morayma, que conoció en la ribera del río. Con sus ojos negros profundos, con su pelo azabache enredado, era como un néctar de un cuerpo joven y afrutado que desprendía olor a ternura, de una mujer de un caudal inmenso, colmada de la herencia de la riqueza milenaria de estas tierras.
Sería imposible calcular cuanto lloró su pérdida y cuanto le quedaba aún por llorar hasta el fin de sus días. El mayor aliciente de su vida era su hija Zoraya, Morayma había perdido su vida en el parto, era sus mismos ojos, su mismo pelo, pronto cumpliría los 16 años, había sido prometida con un respetable jurista granadino, Abu Bakr ibn Asim, el año siguiente, después del verano sería concedida. Sabía que su hija estaba entregada a estas tierras, que las amaba profundamente, igual que su madre, Abumohamed entendía que se encontraba en una sociedad islámica, que se debía respetar las tradiciones y que vivir en una ciudad como la Granada nazarí con un hombre sabio sería un buen futuro para su hija.
En ese mismo momento, cuando Abumohamed estaba ensimismado contemplado el paisaje, se le acercaba Haadiya, era la adiba de Zoraya, mujer que se dedica a la enseñanza particular, por el movimiento nervioso de sus brazos sabía que había ocurrido. Zoraya se había vuelto a escapar y se encontraba de nuevo rondando por los lugares que más le seducían. Una fría conmoción recorrió su cuerpo, la frontera se encontraba en un momento peligroso para que la hija del Al Qaid de Ximena estuviera sola y sin protección. Inmediatamente comenzó a disponer lo necesario para su búsqueda.
Mientras tanto, en la ribera del río, Zoraya, sentada a la sombra de las adelfas soñaba en viajar y conocer mundos distintos. Haadiya le había descrito ciudades como Bagdad o El Cairo, ella no quería casarse con Abu Bakr, porque cuando lo conoció en el viaje que hizo con su padre a Granada, aunque le pareciese un hombre dulce y sabio, era muy mayor, ella no quería ser, dentro de algunos años, la esposa joven de un anciano.
Unas voces castellanas la asustaron, quedo escondida entre los matorrales cercanos y pudo ver dos hombres que se acercaban. Uno tenía muy mal aspecto, de rufián, el otro era un apuesto joven, con grandes ojos claros, se estremeció con un suspiro, pudo oír como el rufián le decía al muchacho:
- Amo Gonzalo, tenemos que volver a casa, estamos cerca de la fortaleza.
- Sólo observaremos sus defensas desde más cerca, nos retiraremos antes que noten nuestra presencia. Fue la respuesta del joven.
Su criado se separo para asegurar el lugar desde un cerro más alto, antes de seguir. Gonzalo se encontraba cerca de Zoraya, sin querer, ella al mover sus pies había roto una rama. Gonzalo inmediatamente alertado de un salto se acercó al lugar que estaba Zoraya, sus miradas se cruzaron y sus ojos quedaron clavados el uno en el otro. Nunca había visto a una muchacha tan bella.
- Eres Gonzalo ¿verdad?, soy Zoraya vivo aquí en Ximena. Le dijo en un perfecto castellano, que denotaba que su padre se había preocupado que tuviera una educación por encima de las mujeres musulmanas de su tiempo.
Tartamudeando, Gonzalo no sabía que decir, su belleza le tenía prendado, además su voz le había entrado como un torrente de luz y de perfúmeres exóticos en los más profundo de su ser. Así que muy nervioso sólo se le ocurrió decir:
- Eres la mujer más hermosa que he conocido.
Zoraya, turbada, le regalo una sonrisa sincera, que hizo que todavía quedará más aturdido. Su criado que llegaba, lo llamó preocupado. Inmediatamente Gonzalo se separó y se acercó a Cristóbal y le dijo que se marchaban de inmediato. Cristóbal, fue en otros tiempos un auténtico rufián y pirata, D. Pedro García Herrera le salvó de una muerte segura y lo puso a su servicio, llevaba ya más de 10 años cuidando a su hijo, desde que éste tenía tan sólo 6 años.
Aunque, por sus saberes antiguo, Cristóbal podía oler a mujer, lo que significaba una presa fácil, percató las pupilas dilatadas de Gonzalo, le debía mucho a su padre, además después de tantos años le quería como a un hijo propio, sonriendo para sí, sabía que el muchacho se había enamorado por primera vez. De esa forma, sin perder más tiempo, partieron de vuelta a casa.
En los siguientes meses ocurrieron acontecimientos importantes en donde se vieron implicados los jóvenes enamorados, que os iré contando en próximas crónicas, lo cierto, que en el río, los poderes mágicos del amor se habían desplegados de nuevo, ¡Oh Diosa Tanit!, con lazos que atan para siempre y versos que son cantados en el agua que fluye cada día.
Ibn Yubairt, el Gran Viajero
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