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SI es cierto que la felicidad individual y social constituyen las metas últimas de las actividades personales y los objetivos finales de las instituciones públicas, también es verdad que, si no controlamos estas ansias irreprimibles, corremos el riesgo de que el "bienestar" de una mayoría afortunada se satisfaga a costa del "malestar" de algunas minorías desgraciadas. Si, siguiendo las pautas evangélicas, pretendemos ser justos y solidarios, hemos de repartir equitativamente los bienes y los males, los gozos y los dolores, las alegrías y las tristezas, las ganancias y las pérdidas, la salud y la enfermedad, el calor y el frío, las comodidades y las molestias, los llantos y las risas.
SI es cierto que la felicidad individual y social constituyen las metas últimas de las actividades personales y los objetivos finales de las instituciones públicas, también es verdad que, si no controlamos estas ansias irreprimibles, corremos el riesgo de que el "bienestar" de una mayoría afortunada se satisfaga a costa del "malestar" de algunas minorías desgraciadas. Si, siguiendo las pautas evangélicas, pretendemos ser justos y solidarios, hemos de repartir equitativamente los bienes y los males, los gozos y los dolores, las alegrías y las tristezas, las ganancias y las pérdidas, la salud y la enfermedad, el calor y el frío, las comodidades y las molestias, los llantos y las risas.
No podemos aceptar que, por ejemplo, para que una ciudad esté más bella o para que un hogar esté más tranquilo, expulsemos o alejemos a los que afean el paisaje y a los que perturban la calma, o, en otras palabras, no es justo que, para que unos pocos o unos muchos lo pasemos mejor, alejemos las molestias que nos causan, los ancianos, los niños, los enfermos, los minusválidos, los pesados, los torpes, los raros, los locos, los cuentistas, los ignorantes, los maleducados, los nerviosos, los desordenados, los tranquilos, los orgullosos o los tímidos.
Si no controlamos la ganancia de dinero, la adquisición de los conocimientos, la acumulación del poder y el cultivo de la cultura, estaremos formando un hombre y construyendo un mundo inhumanos. Los profundos y rápidos cambios que experimentamos, las mejoras de las balanzas y el alza de los índices macroeconómicos, culturales e, incluso, los adelantos sociales por sí solos nos llevan a una sociedad "asimétrica" que es lo mismo que afirmar que estamos construyendo un “mundo injusto”.
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*** José Antonio Hernández Guerrero es catedrático
de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club
de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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1 comentario:
¿Entra aquí la Iglesia con su banco y el Vaticano por delante?
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