domingo, 9 de marzo de 2014

"El juego de los cartones", por Cristóbal Moreno El Pipeta

EL JUEGO DE LOS CARTONES

    Mirando a un lado y a otro, viendo a unos chavales y a otros, hoy, como siempre, se ven a todos en sus afinidades: desde el más chico hasta el mayor (refiérase de entre 5 y 18 años), no saben jugar, se aburren con los juegos convencionales de toda la vida; solo les interesa la televisión, los teléfonos con sus juegos, sus WhatsApp, tablet y otros sistemas electrónicos.
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Ley de vida, avances tecnológicos, dirán ustedes, la imaginación del hombre que no tiene límites: también. Pero los que tenemos cierta edad; los que nos vamos quedando atrás en estas cosas; los que no tenían tan buen nivel de vida como el que hemos vivido recientemente, nos acordamos de como jugábamos nosotros, buscando los medios para jugar con lo que teníamos a mano o de otras formas aprendida de los mayores. Ya no se sabe que regalar a un crío en Reyes, en sus cumpleaños, o como premio por algo conseguido; y de los juguetes se cansan muy pronto y lo abandonan en el cuarto de los trastos. La verdad es que tienen de todo y de todo pasan. Solo les ponen interés al principio, después pierden la ilusión.
    Habrá que contaros algunos juegos, para que los jóvenes veáis como eran en aquellos entonces (1.958-1.9670) y los mayores los recuerden. En esta ocasión será el juego de “Los Cartones”.

OBTENCIÓN DE LOS CARTONES – ¿QUE ERAN LOS CARTONES?
    Se obtenían de la parte frontal y trasera recortadas de una caja de cerillas (de “cera” por entonces) fabricadas por “Fosforera Española”. La parte de atrás tenía poco valor pues era escrita con el texto o título relativo al dibujo o foto de la cara frontal; la que más valor tenía era la frontal por la calidad y variedad de sus dibujos, y el premio consistía en tener más pluralidad.
    Hoy en día esas cajas de cerillas o sus caras recortadas y pegadas en parejas, forman parte de verdaderas colecciones, no solo con las españolas sino también con las carteritas de fósforos extranjeras. Todavía suelen venderse, anunciadas en Internet, algunas de ellas.
    Los frontales eran de temas muy diversos, desde obras de arte, toreo, hípica, etc., pasando por futbolistas, equipos, ciudades, temas publicitarios y  un sinfín más de variedades de toda índole. Esto hizo que los coleccionistas comenzaran a decantarse por este tema. La publicidad comenzó en el alzados continuándose con el esmero en el diseño y en las grafías… Por lo que, hoy en día, representan casi la totalidad de la base de estas interesantes colecciones ¡Que pena…! no haber guardado todo esos cartones que los niños teníamos; algunos eran buenísimos en tal juego, y eran portadores de una ingente cantidad de dichas cartulinitas.
    Hay que tener en cuenta, que en aquellos años (sesenta y durante muchos años después) en la vida diaria no solo era imprescindible las cerillas para el encendido de cigarrillos o cachimbas, pues también lo eran para encender los primeros fogones y hornillos de petróleo, y luego más tarde llegaron (las de cera, sustituidas por palillos de cartón o madera) hasta las cocinas de butano.  Estas a su vez vivieron en armonía con los mecheros de chispas y mecha, con los de petróleo y hasta con los primeros hornillos de butano.

    EL JUEGO DE PARED (LAS MONEDAS, LOS PLATILLOS)

    Hablando especialmente de esta zona del Campo de Gibraltar, y muy especialmente en San Pablo de Buceite, el juego de los cartones entre niños (a los que a veces se les sumaba algunos metidos a adultos) era muy popular. Los dos juegos más populares de pared que había entonces era el de los cartones y el de las monedas; el de las monedas era mayoritariamente de adultos, si bien los niños también lo ejercían con las “chicas y las gordas”, que eran las monedas más inferiores de entonces, pero utilizaban más los platillos de las cervezas (tapones) con sus bordes aplastados. No tenía este juego ningún misterio: acordada la distancia por los jugadores (entre dos y diez jugadores, lo normal y máximo), se tiraban las monedas o platillos hacia la pared y el que más cerca quedaba de ella ganaba al resto. Había diferentes juegos con las monedas y los platillos, pero se ha comentado este de la pared por su semejanza con el de los cartones. Con la única diferencia de que el cartón se tiraba desde la misma pared (mientras que la moneda o el platillo era hacia la línea en la que se unía la pared con el suelo). Para ello se marcaba una línea horizontal (que casi no se hacía nunca para que no nos regañaran los dueños de la pared, puerta o muro) o un punto (desconchón, suciedad etc.) y de ahí ya trazábamos una visual en horizontal, de la que algunas veces había que discutir su altura con respecto al punto de origen.

    LOS CARTONES
    Era normal oír y ver a una algarabía de niños (y a algunos mayores mirando), tirados por esas aceras de las calles, en los portales y en donde quiera que había una pared. En los recreos de las clases ese bullicio “cartonil” se concentraba en las paredes del antiguo colegio Cristo Rey (fachada de lo que hoy es el edificio de la Casa de la Cultura con la ampliación que se le está haciendo; el recreo se hacía en un llano terrizo y algo pendiente y pedregoso abarcado hoy por la Plaza de la Constitución) y en las paredes del transformador  cuando no había fútbol. Se mezclaba con el vocerío infantil de niños corriendo por aquí y por allá jugando a juegos diversos. Ya después, durante las horas extraescolares, la algarada se centraba en el cúmulo de acurrucados niños, en cualquier punto de las calles del pueblo, jugando a “Los Cartones”.
    Dicha ya, la importancia y calidad del frontal de la caja de cerillas, según su tema, que contra más interesante era éste, más atrayente era el juego, pasaremos a las reglas del juego:
    No había límites de jugadores, pero era raro que pasara de diez, lo normal era entre dos y cinco.
    Se marcaba una altura en la pared de la que no se podía bajar; con respecto a pasarse en la altura allá cada uno, y en cuanto a su recorrido en la visual, es decir horizontalmente no había límites. Se echaba a suerte quién era el primero que tiraba, era normal, que el que tiraba primero lo hiciera con el reverso de la cajetilla por su menor valor (ya hemos dicho que solo valían la frontal y el reverso recortado, por tanto quedaba descartado el resto de la cajetilla, nada de laterales ni cajón). Así, por turno, iban tirando los demás, y ganaba quien pisara desde un poco hasta mucho a uno de los cartones que habían ido fallando y se acumulaban en el suelo por no haber tenido la fortuna de montar en otro, aunque hubiera sido con uno de los piquitos; por tanto, podía ocurrir, que en la superficie hubiera uno o más cartones.  Si tiraban todos y ninguno pisaba volvían a tirar con otro cartón diferente, hasta que uno montaba y se llevaba todos aquellos que conformaba una o más tirada. Deduciendo, como se ha explicado antes, que si al tirar desde el punto de altura acordado, y al hacerlo, el cartón volaba cayendo más lejos, se podía recorrer horizontalmente por la raya que delimitaba la altura y tirar desde donde le gustase al jugador, pero siempre desde esa línea o visual horizontal.

    ¿Y como se obtenían los cartones además de ganar en el juego? Pues, o se les compraba a los demás, o de las cajillas que compraban nuestras madres para su uso cotidiano. Era muy raro que el chico comprase una cajilla de fósforos entera, pues le salía más barato comprar a otro el cartón. También, y era una gran suerte, cuando esta, ya vacía, era hallada tirada en el suelo o en la basura.
    Se daba el caso de niños que tenían más de mil de estos cartones. A algunos solo le interesaba tener contra más mejor, sin importarle la grafía escrita o dibujada.  Pero también estaban los que hacían sus propias colecciones por temas, jugando solo con los repetidos.
    También decir, en relación a las propias cerillas (llamadas vulgarmente mixtos) y expresamente a las de cera, que, contrariamente a las de ahora de palillos, aquellas se podían encender de cualquier manera: rascándola en el rascador adosado en uno de los laterales, sobre la pared, pellizcando el fósforo que formaba la cabeza, frotándola rápida y fuertemente sobre los zapatos y en cualquier superficie dura, y hasta como se ve en las películas americanas de vaqueros: en las botas y sobre la propia barba del individuo, aunque esto quedaba para los “caraduras”, o con una barba muy corta pinchona y espesa.
    Por último decir, que los fósforos eran de mucha mayor calidad que los de ahora, que se parten con nada y algunos solos tienen una pintada de fósforo que ni siquiera humea al intentar encenderla.

    ¡Ah, se me olvidaba!, se hacían con estas cerillas unas naves espaciales que, en ocasiones, llegaban a alcanzar los cuatro metros de altura en su ascensión hacia el cielo. Muchas veces se hacía en interiores y chocaban con el techo ¿Qué como se hacían? Pues se unían con papel de plata  las cabezas de cinco o seis cerillas de tal forma que estas quedaran muy apretaditas y juntas. El papel de plata debía dejar al descubierto al menos las tres cuartas partes de las mismas, que servían como pies de la nave. Cada pata (tercera parte de una cerilla) se abría un poco hacia el exterior, buscando la estabilidad y posicionamiento vertical sin caerse el conglomerado. A continuación se prendía por lo más alto de entre medio de las cinco o seis patas, que comenzaban a arder e inmediatamente las cabezas de las cerillas que, al combustionar dentro del papel aluminio impulsaba al artefacto hacia arriba con una rapidez tal que alcazaba la altura anteriormente reseñada, que sin techo, algunas veces podía sobrepasar los tres o cuatro metros.  Esto a los niños les encantaba. Pero había que tener mucho cuidado con que no prendiera la casa, la del vecino, o el campo, según donde se hiciera.
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Imagen de www.entredosamores.es  www.numismatics.es

1 comentario:

Anónimo dijo...

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En los tiempos de mi infancia
Malditos años cuarenta,
los mismo que los cincuenta
y los que le precedieron.
¿Juguetes? ¡Eso que era?
Soñábamos todos conque
de los cielos llovieran,
los juguetes que veíamos en la tienda.
Para la gran mayoría,
ni por las fiestas de Reyes
pero la imaginación hacía,
que una lata de conserva vacía
de la leche condensada,
de marca… de todos bien conocida,
(Esa, que en la etiqueta de papel
Tenía una mujer campesina
que un cátaro de leche llevaba
encima de su cabeza)
Con la lata, sin tapadera,
un clavo de carpintero
o de los de herrar a las bestias
y una tabla de madera,
hacíamos un coche de los de entonces
aquellos que en la trasera
llevaban el gasógeno,
donde se quemaba leña,
que producía los gases
con los que el motor, funcionaba.
No había gasolina,
tampoco había diésel.
En la lata metíamos ramitas
y trocitos de leña molada
para que al quemarla
una buena ”jumaréa” echara,
Como lo hacía los Chrysler´s,
Austin´s, aquellos coches de alquiler
que ahora le llaman Taxis.
Una caña, o una vara de jara
o de una adelfa verde,
atada con una cuerda
como si fuese la jáquima,
metida en la entrepierna
era un caballo, un mulo
o un borriquillo mohíno,
depende de que lo montara
y a trotar o galopar.
Con tiras de trapos liadas
se hacían las pelotas,
que cuando estaban mojada
pesaban muchísimo más
que si de piedras, estuvieran llenas.
Llegaron las Navidades
y el seis de enero, Los Reyes
en el coche de Don Juan
el ingeniero de Buitrera,
desde la estación de Gaucín
bajaban, a traernos el regalo
deferencia de la Compañía sevillana
a cada niño del poblado.
La noche antes, yo soñé
qué a mí, no me traían nada,
por no regar el huerto en verano
y no haber hecho picón en el invierno.
Pero a mi hermano pequeño,
le trajeron un caballo de cartón,
a mi hermana una muñeca pepona.
Cuando nos levantamos muy temprano,
el del caballo salió y lo metió en la regata,
que desaguaba los lavaderos,
para que bebiera agua.
Mi hermana, entró en el cuarto de baño
y a su muñeca bañó,
aún no eran las nueve
y los dos estaban llorando,
ya que, pepona y caballo,
al meterlos en el agua
como eran de cartón,
se hincharon y se deshicieron
Uno traía en las manos
un puñado de hojas del Caso
y la niña otro montón de hojas del ABC,
ya que los juguetes estaban hecho
en unos moldes de madera
con papeles de periódicos
aglutinados con una gachuela de harina,
pintados con brocha a mano.
Había en mi casa esos días
una joven de un cortijo,
bonita, lozana, rubia,
que para ayudar a mi madre
venía de vez en cuando.
Que al ver a los niños llorando
con esa gracia que ella tenía
dijo: - ¿De dónde habéis
sacado los periódicos
si hoy es día de fiesta
y ni el Caso ni el ABC, editan?
Entonces me desperté
comprobando que fue un sueño,
y que a mí me habían traído,
un juego de Damas-ajedrez
que algunas piezas conservo,
mi hermana un estuche de costura,
al de en medio y al siguiente
libros y estuches de lápices,
y al pequeño, al benjamín
de cuerda, un bonito coche.
Estos fueron para nosotros,
nuestros últimos juguetes y Reyes
era enero del año, 1955.
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15.04.16
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Antonio. –El niño del Corchado-