martes, 18 de febrero de 2020

"La libertad ¿para qué?", por José Antonio Hernández Guerrero

-- 
LA LIBERTAD ¿PARA QUÉ ?
-
La “dictadura económica” pone gravemente en peligro los valores humanos y cristianos
-
Georges Bernanos
La libertad ¿para qué?
Madrid, 2019

-
Confieso, en primer lugar, que, durante la relectura de este libro que reúne una serie de conferencias del ensayista y dramaturgo francés Georges Bernanos (1888- 1948) me he sentido más sorprendido que cuando lo estudié por exigencias académicas hace ya más de cincuenta años. Si entonces sus afirmaciones me parecieron alarmistas, exageradas y pesimistas, ahora las juzgo como los anuncios de un vidente o, mejor, como las revelaciones de un profeta. Quizás tenía razón cuando afirmaba que “un profeta no es profeta de verdad sino después de su muerte”. Bernanos, efectivamente, fue un hombre libre, claro y valiente que asumió las consecuencias de su decisión de “proclamar” su peculiar visión de la realidad -su verdad cristiana- a pesar de que era consciente de los “sarpullidos” que sus palabras producían porque estaba convencido de que: “las voces liberadoras no son las voces sedantes y tranquilizantes”.

En este libro distingue las palabras “optimismo” y “esperanza”  La primera es un falso sinónimo, un mero sucedáneo y una “trampa” que los políticos emplean como herramienta propagandística con el fin de que los ciudadanos ingenuos se dispongan a creer, a aprobar y a sufrir las promesas engañosas. De manera rotunda él llega a afirmar que “el optimismo es una falsa esperanza para uso de los cobardes y de los imbéciles”. Especialmente oportunas me parece su denuncia de la crisis que sufriría Francia y Europa, a mitad del siglo XX, y que, en la actualidad, a mi juicio, son aplicables a todo el mundo: “Pero pienso -y más vale decirlo cuanto antes- que esas crisis no son más que las manifestaciones diversas de otra crisis mucho más general. Esa crisis es una crisis de civilización”.

Singular importancia adquieren en estos momentos sus análisis sobre el tecnicismo, sobre “dominio absoluto de la técnica” cuyos poderes que, en vez de facilitar el crecimiento humano y el desarrollo social, aceleran la destrucción de los valores e impiden la justicia, la solidaridad y la convivencia en paz. Ya entonces él advertía el peligro creciente de la “nueva civilización de las máquinas”, ese imperio tecnológico que disminuye el ejercicio de la libertad e impide el desarrollo de la creatividad personal.

Hemos de tener en cuenta, sin embargo, que su crítica al tecnicismo y al cientifismo no es la condena de la técnica y de la investigación científica sino sus usos en beneficio exclusivo de la especulación, de ese afán ilimitado y sin control de obtener beneficios económicos sin tener en cuenta las perversas consecuencias que tienen sobre el empleo y sobre el bienestar de la sociedad. De manera clara él advierte que la “dictadura económica” pone gravemente en peligro los valores humanos, esos que, a lo largo de los siglos, han constituido los cimientos y la estructura de nuestra civilización, de nuestra sociedad e, incluso, de nuestra definición como seres humanos. Y es que, efectivamente, la civilización y la sociedad humana se edifican mediante la libre, la justa y la solidaria unión y colaboración de los hombres que, como es obvio, somos “seres dotados de cerebro, de corazón y de tripas: de alma y de cuerpo”. Explica con claridad cómo esta noción tan simple entra en contradicción con la concepción que, en la práctica, sirve de criterio para definir y para valorar a los seres humanos: “Aquí tenemos delante de nosotros al hombre entregado a sus propias manos, sus manos rebeldes, sus manos multiplicadas de repente casi hasta el infinito por los técnicos y por los mecánicos, el hombre atacado por sus manos, despojado por ellas, pero desnudo como un gusano impotente, esperando ser despedazado, poco a poco, trazo a trazo, fibra a fibra, desintegrado”.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Independientemente de la sabiduría de su literatura, lo que más me llama la atención, lo que más me gusta de toda ella (trabajada a propósito), es su rico léxico natural y sencillo, tan culto y común al mismo tiempo; tan variado de palabras comunes, de las calles (y digo de las calles porque son las comunes que se entienden en todos los pueblos y ciudades de habla hispana, independientemente de sus dialectos), sin adornos, sin tecnicismo, y entendibles, comprendidas, por todas las clases sociales.
Un docto que escribe y habla como sus semejantes, para sus semejantes, para sus alumnos, para sus amigos, para sus paisanos, como sus vecinos, pero con las palabras usuales de todos; sin tener que ojear el diccionario de vez en cuando para conocer el significado de las palabras. De esas palabras tan difíciles, tan rebuscadas, tan extrañas, tan ripipis, que el que las utilizas a menudo suele llamarles cultas, como si las otras no tuvieran la cultura en sus raíces, vulgares las llaman. Y no me refiero a los localismos o regionalismos ni al argot esencialmente profesional ni al propio de un lugar, logica retórica; me refiero, repito, a que lo que se diga o se escriba sea entendida perfectamente por todo oyente o por cualquier lector de ese idioma: claridad natural. Hablar, leer y escribir El que está escribiendo ha de conseguir que el que esté leyendo procese la información de la forma más sencilla posible. El exceso tecnológico del lenguaje no debe ser excesivo, sino ajustado al tiempo sin impacto y al lector como universalidad para leerlo en el correspondiente idioma oficial.

E. Alonso dijo...

"La libertad ¿Para qué?"

Para elegir entre decir sí o no.
Mientra que digas "SÏ" a todo. Todo te irá bien ("Sí, señor director. Sí, mi sargento, Sí mi querida esposa.....")
Si dices NO. Todo te irá mal (No hago eso. No te quiero. No quiero ir a la guerra, No quiero comer. No quiero hacer el amor....)
Entonces ¿Para que coño o carajo quiero la libertad?

Anónimo dijo...

¿Qué significa léxico, docto, tecnicismo, argot, exceso tecnológico?
Cogeré el diccionario