lunes, 4 de diciembre de 2017

"La Infancia del Dios Apolo", por Eduardo Navarro "Er Pedagogo Jimenato"

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APOLO y su hermana Artemis, eran hijos de Zeus,  el Rey que gobernaba a los dioses del Olimpo desde su enorme trono negro de mármol pulido de Egipto, y de una diosa menor llamada Leto, siempre cubierta de un velo oscuro, cosa que no tenía nada de extraño, teniendo en cuenta que era una divinidad de la noche.

La verdad que no fue un parto fácil, en el buen sentido de la palabra. Ya que Hera, la diosa Reina, como la que no estaba convencida, se convirtió en la rival de Leto más acérrima. Hera tenía un enorme poder, y podía otorgar el don de la profecía a cualquier persona o bestia que le apeteciese. Por ello contaba con Pitón, una poderosa serpiente engendrada de la Madre Tierra, que había llegado a servir a Tifón.


Zeus buscó un lugar seguro para el parto, para ello recorrió Tracia, la Ática, las islas de Eubea y otras islas del mar Egeo. Finalmente Leto encontró un lugar propicio, en la isla de Ortigia. Heras de forma tenaz trató de impedir el parto, enviando la poderosa Pitón contra Leto. Gracias a Posidón Leto quedo guarnecida en una cueva de un acantilado, oculta por las olas que había creado el dios del mar. A Pitón no le quedó más remedio que volverse a las boscosas laderas del Parnaso renunciando a su presa.
Apolo nació en la isla, además como sietemesino, aunque contaba con las atribuciones de un dios, y esta cuestión, sin lugar a dudas, favorecía un rápido crecimiento. Sin olvidar el tradicional papel de la familia, en su caso no fue alimentado por leche materna, se procuró que estuviera a siempre su lado Temis, que lo alimentó con néctar y ambrosía que acopiaba del mismísimo Olimpo. Tan sorprendente era el crecimiento que ya en su cuarto día pidió un arco, que Hefesto se encargó de fabricarle a su medida.

Hefesto, el dios herrero, era tan débil al nacer, que Hera, su madre, decidió desembarazarse de él y lo arrojó a los abruptos precipicio que van a parar a las aguas del mar, Sin embargo cayó en el mismo mar y sobrevivió, ¡Sea la fortuna reconocida!, porque a pesar de sus deformidades cobijaba un enorme talento en sus manos.
 
Y el pequeño Apolo, colmado de fuerza viril, de tan enriquecido néctar y ambrosía, decidió acabar con Pitón enemiga de su madre, Lo que a priori pudiera aparecer una fácil tarea, no lo fue tanto en la práctica. A pesar de contar con un fabuloso arco y unas fabulosas flechas fabricada de las mismas manos de Hefesto.

No ya por la agresividad y fuerza de Pitón, total eso que era para un dios hijo del mismo Zeus, sino… cómo se diría hoy, por las cuestiones de transporte y de diplomacia. Tanto es así que tuvo que atravesar Pieria, Eubea y Beocia, hasta que llegó al valle de Crisa. Allí no tuvo más remedio y se dejó convencer por las pérfidas palabras de la ninfa Teifusa, que no podía tolerar a la serpiente ni al propio Apolo, aún así le indicó una hendidura en el Parnaso donde se cobijaba Pitón.

Apolo disparó sus poderosos tiros sobre el monstruo, que herido vagó por el monte hasta que fue encontrado por el joven dios, que mientras le pisaba con el pie le decía: “Púdrete donde ahora te encuentras”. El lugar donde pereció recibió el nombre de Pitos y más tarde el de Delfos.

La mismísima Madre Tierra se quejó a Zeus y Apolo por decisión propia se desterró voluntariamente en Tesalia. Una vez cumplido su autocastigo sabía que Delfos sería el lugar elegido para construirse su altar.

Apolo fue creciendo como un arquero infalible, que tuvo entre sus hazañas derrotar a los gigantes Efialtes y Oto. Llegó a enfrentarse al mismo Heracles y tuvo que intervenir el padre de ambos, Zeus, para que ambos adversarios se reconciliaran. O algunas anécdotas, por un pobre juego de orgullo, que le sirvió de motivo para desollar vivo al sátiro Marsias, que era un seguidor de la diosa Cibeles.
 
Como dios de la música le acompañaban las musas, divinidades de las fuentes. Las primeras tres musas, Melete, Mueme y Anide personificaban las tres cuerdas de la lira.

Huelga decir que eso favorecía las aventuras amorosas, pleno de juventud, fuerza y gracia, su adorable música, todas caían en sus garras. No obstante, no siempre fue afortunado en el amor. Porque continuamente fracasaba en el intento de seducir a Dafne, la bella ninfa hija del rey Peneo. Tal llego a ser su obsesión que trato de perseguirla y tomarla, aunque fuese a la fuerza. Cuando ya la tenía a su alcance y Dafne sentía su contacto invocó a la venerable Gea, y en ese momento la tierra se abrió ante sus pies y Dafne pasó a ser tierra. En el mismo lugar nació un laurel, que se convirtió para siempre en la planta sagrada para Apolo.

Y ahora que estas deidades viven olvidadas de los humanos en el Olimpo, sin Facebook, sin Tuenti, ni siguiera Whasapp, quisiera hacerles una advertencia a todos los lectores, no sean que queden atrapados en las redes de este increíble y apasionado dios.

Porque aunque vivan alejados del mundano ruido, Apolo sigue guardando esa eterna juventud y todos sus encantos y cuando la tristeza le embarga por el amor que nunca conoció, de su lira salen notas como suspiros llenos de heridas, que llena su ojos de lágrimas que corren por su cuerpo y llegan a la tierra, hasta los ríos y los arroyos y cuando los enamorados se prometen amor cerca de sus cauces, hacen que sus lazos perduren a lo largo de toda sus vidas, dejando llena de melancolía sus almas eternamente.

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