jueves, 25 de agosto de 2016

"El regreso de los mitos", por José Antonio Hernández Guerrero

Leído en Diario de Conil. Por su interés reproducimos este artículo.
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Marilyn Monroe o Diana de Gales, Camarón o Curro Romero, por ejemplo, siguen constituyendo en la actualidad variadas ilustraciones gráficas de la persistencia de los mitos. Esos devotos comportamientos de miles de "fieles" que les rinden culto sirven de testimonios elocuentes del proceso de transformación mediante el cual las biografías de algunos personajes se convierten en leyendas y sus pertenencias se transforman en iconos fetichistas que alcanzan precios millonarios en las subastas. Y es que la veneración, la devoción y, a veces, la adoración de los personajes populares constituyen las formas más universales y más permanentes de reconocer y de admirar nuestras más profundas aspiraciones.

Los mitos -encarnación de ideas o materialización de valores- no son, como quisieron hacernos creer algunos teóricos, unos cuentos infantiles o unas maneras rudimentarias y primitivas de pensar. La fabulación mitológica no es, ni mucho menos, un procedimiento elemental para transmitir creencias ingenuas a gente iletrada, sino una vía indispensable y un camino complementario de acercamiento a la realidad misteriosa de la existencia humana: es una manera de identificar nuestros ideales; es una forma de conocer los valores sólidos y las pompas vacías, de expresar nuestra concepción de las virtudes y de los valores, y nuestra idea de los vicios y de los defectos.

Contrariamente a las enseñanzas de toda una pedagogía bicentenaria, hemos de afirmar que no hay interrupción entre los argumentos de las antiguas mitologías y los asuntos de las ficciones culturales modernas tal como las relatan la literatura, las bellas artes, las ideologías o las historias. No debe extrañarnos, por lo tanto, que uno de los rasgos que caracterizan el pensamiento, el arte, las relaciones sociales y las teorías y las prácticas políticas actuales sea la presencia permanente de los mitos. Recordemos la lucidez con la que Max Weber (1864-1920), hombre de ciencia y, ocasionalmente, periodista político, había profetizado que los viejos dioses, vencidos por los aires racionalistas y sepultados por los vientos secularizadores, volverían un buen día entre nosotros.

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