martes, 14 de junio de 2016

Claves del bienestar: "El porvenir", por José Antonio Hernández Guerrero

Los profesionales de la información conocen la avidez con la que los lectores nos preguntamos por el pasado y la ansiedad con la que nos inquieta el futuro. Esta curiosidad es comprensible si tenemos en cuenta que el presente de cada uno de nosotros es el resultado de unas fuerzas irreprimibles que vienen de un pretérito y que nos impulsan hacia un futuro. El nacimiento no ocurre sólo al comienzo de la vida y la muerte tampoco sucede sólo al final de nuestra existencia terrena, sino que son unos episodios que se repiten de una manera diferente y de una forma renovada instante tras instante. Eso es lo que quiere decir "existir": vivir es estar renaciendo y muriendo continuamente.

Pensar en el pasado o en el futuro es vivir de una manera diferente el presente. Es cierto que el pasado despierta interés general y, por eso, la historia y las historias siempre han constituido el objeto de la atención de la mayoría de mortales y del estudio de la minoría de historiadores. Pero también es verdad que, de manera consciente o inconsciente, la curiosidad por el pasado está determinada, en gran medida, por la profunda inquietud que produce el futuro siempre incierto.


Cuando leemos informaciones de ciencia, de filosofía, de historia, de literatura o, simplemente, cuando hojeamos las diferentes secciones de la prensa, en realidad lo que buscamos ansiosamente son pistas que nos orienten en el complicado laberinto del tiempo; las noticias son las claves que nos ayudan a pensar, a imaginar y a intuir la enredada madeja del mañana; son presagios que nos disponen a inventar, a crear, a calcular, a pronosticar y, en definitiva, a controlar el futuro.

Decía Peter Handke que no somos otra cosa que preguntas contundentes y vivas, interrogantes repletos de las dudas inquietantes que provoca la propia existencia. Somos preguntas anhelantes, miradas inquietas y soledad en medio. Por eso la sorpresa, los oráculos, los planes, los programas, los proyectos, los presupuestos y los anuncios de los periódicos alimentan nuestras esperas y nuestras esperanzas. El futuro de la ciencia, de la filosofía, de la técnica, de la sociedad, de la religión, de la literatura, del arte, de la economía, de la política, de la moral o de la medicina son los asuntos que más nos interesan en el momento presente.

La verdad es que estamos en este mundo real y en otros imaginarios: el que recordamos y el que anticipamos, proyectamos e imaginamos, el que no está aquí y el de mañana; estos mundos irreales nos estimulan y confieren sentido, en la doble acepción de la palabra, a muchas de nuestras actividades cotidianas.                                       

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