En primera línea constructiva, el cine de verano Al fondo en círculo el cine de verano de Jimena en panorámica del pueblo contemplado desde el Castillo. Fuente: Ediciones OBA. |
Cuando empezaba la temporada de calor, se abría en Jimena el cine de verano. Mientras, la sala de invierno, o sea el cine Capitol, carente de aire acondicionado, inexistente e impensable que existiera o llegara algún día al pueblo, cerraba sus puertas a todos los efectos, con la única excepción de los días que durara la anual feria de agosto.
Ahora bien, con destino a la sala estival a cielo abierto iban espectadores no sólo amantes del Séptimo Arte sino igualmente los que huían de las sofocantes calores que invadían sus hogares, esperando como consuelo que a su regreso se hubieran al menos mínimamente refrescados.
No obstante, antes de asistir a la función, la mayoría había tenido que hacer sus particulares cuentas dinerarias. Debían de comprobar que pasar por la taquilla y comprar un cartucho de pipas les resultaba más barato que pegarse dos horas consumiendo en los bares. Y es que todas las decisiones que se tomaban en aquel tiempo conllevaban primeramente lo que hoy se llama un estudio de viabilidad económica; o lo que era lo mismo: rascarse el bolsillo para comparar lo que uno se podía gastar según a qué sitio ir. Se atravesaba una época donde todavía duraban grandes penurias.
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