Por José Antonio Hernández Guerrero.
Recordemos, por ejemplo, la palabra “carajo” que, en griego, significaba punzón de escribir. El origen etimológico de las palabras que, como hemos repetido en varias ocasiones, no determina su significado actual, a veces, nos orienta en el proceso de su adecuada interpretación pero, en otras ocasiones, nos puede llevar a conclusiones erróneas.
La palabra “matrimonio” está compuesta de dos voces latinas: “mater”, que significa “madre”, y “munus”, que traducimos por “función”, “cargo”, “tarea”, “deber”, “servicio”, “oficio”, “prerrogativa” y “regalo”. Los derivados de este último término son, por ejemplo, “re-munerar” e, incluso, “in-mune”, que, primitivamente, servía para designar a los que estaban exento de algún servicio. Conviene tener a la vista que uno de los derivados más potentes de la palabra “munus” es “municeps, municipis”, del que nació el concepto de “municipio”. “Municeps” (de munus y capio) es el que tiene derecho a gozar de los munera (oficios, cargos, beneficios, etc.) del ciudadano, es decir del hombre o de la mujer libre.
La traducción literal de “matrimonio” sería, por lo tanto, “el ejercicio de la función o del oficio de madre”. Este oficio, como es sabido, a lo largo de la historia de las distintas civilizaciones, se ha ejercido de diferentes maneras, pero su denominador común es el que la proporciona la propia naturaleza biológica: el de sustentar, alimentar y nutrir. En la actualidad aún se conserva la expresión latina que usamos en diferentes contextos de “alma mater” y que traducimos por “madre nutricia”.
La palabra “casamiento” se deriva de casa, quizás en el sentido primitivo de “poner casa a parte”. La palabra “casado” se podría interpretar como el inicio de la vida en pareja con una casa sólo para dos, en la que convivirán y comenzarán a formar su propia familia, además de disfrutar plenamente del amor profundo que sienten el uno por el otro. Todos hemos escuchado el dicho popular que afirma que "el casado casa quiere", en cuyo trasfondo se encuentra el deseo de independencia y de autonomía familiar de los que han contraído matrimonio, a quienes denominamos “esposos”. Originalmente, el esposo o la esposa eran quienes habían celebrado los “esponsales”, es decir, los que habían hecho la promesa mutua de celebrar un futuro matrimonio (del latín spondere/prometer).
Algunos autores relacionan la palabra “familia” con fames que significa “hambre”. En nuestra opinión, ésta son palabras de orígenes diferentes, aunque tengan algunos sonidos comunes. Por muy gracioso que nos resulte el juego, no podemos concluir que los “fámulos” -servidores familiares- se convirtieron en “famélicos” -muertos de hambre-, y aún menos que fuera la “fames” (el hambre) el impulso que los convirtió en “fámulos”.
Desde el punto de vista léxico deberíamos tratar de encontrar nombres distintos del “matrimonio” para extender los beneficios patrimoniales, civiles y sociales a las parejas homosexuales. Resulta paradójico que, cuando el feminismo trata de sacudirse el oficio exclusivo de madre -al que se refiere la palabra “matrimonio”- lo reivindicasen justamente aquellos a quienes la naturaleza de su unión les impide el acceso a esa realidad y a ese oficio.
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Foto: Zara González y Jorge Gómez que contrajeron matrimonio el pasado 6 de agosto.
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