Amistad -del latín “amicitia” que, a su vez, proviene de “amor”- es una de las formas de amor que se establecen entre personas iguales, unidas de una manera libre, recíproca, gratuita y estable. Es la “filia” de los griegos, opuesta a otros conceptos como los de “estorgué” -deseo-, “eros” -pasión- y “ágape” -caridad-. Los romanos también distinguían entre la “amistad”, el “amor” y la “caridad”.
La amistad es un sentimiento, un estímulo, un compromiso y, sobre todo, un ámbito de comunicación más que una obligación de colaboración. Es una relación interpersonal que, basada en una afinidad espiritual, tiende a un acompañamiento vital.
El amigo
-es otro ser próximo y semejante que nos comprende, aunque no le expliquemos todas las razones de nuestros comportamientos;
-es el intérprete que identifica las claves de nuestra peculiar manera de ser, aunque no analice psicológicamente nuestro temperamento;
-es el exégeta que descifra el sentido profundo de nuestros pensamientos, aunque no se lo formulemos con palabras;
-es el experto que alcanza la razón última de nuestros deseos íntimos y llega hasta las raíces ocultas de nuestros temores secretos, aunque no haya vivido nuestras propias experiencias.
Dijimos en una ocasión que los seres humanos, para llegar a ser nosotros mismos -sea cual sea el escalón temporal o social en el que nos encontremos- necesitamos que alguien nos explique, con claridad y con tacto, quiénes y cómo somos; necesitamos que nos diga cómo suena nuestra voz, cómo cae nuestra figura y cómo se interpretan nuestras palabras.
Pero hemos de completar nuestra reflexión afirmando que, para tener y para conservar los amigos, hemos de despojarnos de todos los atributos que, por representar poder -aunque sea con minúscula-, nos elevan; y hemos de prescindir de todas las insignias que, por encerrarnos en instituciones -aunque sean abiertas- nos distancian afectiva y efectivamente.
Los uniformes y los hábitos, las estrellas y las condecoraciones, las mitras y los bonetes constituyen escalones y barreras que no los puede saltar la amistad. Por eso hablamos de la soledad de los poderosos; de esa soledad, enfermedad mortal, que enfría el clima, seca la tierra y asfixia el aliento; que deteriora las condiciones ambientales imprescindibles para el cultivo de una flor tan vital, tan frágil y tan delicada como es la amistad.
El amigo -repetimos- es ese oidor atento y ese auditor respetuoso que nos escucha y nos entiende; que descubre el secreto hondo de nuestras aparentes contradicciones, que esclarece las claves secretas de nuestras engañosas incoherencias, que descifra el misterio que cada uno de nosotros encierra, que desvela el secreto que guardamos y que explica el ejemplar diferente y único de la compleja existencia personal.
El amigo es un acompañante sensible, respetuoso, experto y generoso que capta las ondas sordas de nuestros latidos íntimos, que descubre nuestra verdad y al que confiamos nuestras fortalezas y, sobre todo, nuestras debilidades. Es un firme aliado con el que compartimos los secretos; es un confidente, fiel guardián y cómplice de lo más delicado, frágil y valioso de nuestra vida privada.
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***Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista
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