Tacones cercanos, por Miguel Alberto Díaz

Leído en el diario Europa Sur. Por su interés reproducimos este artículo.

Alguien dijo que nadie es profeta en su tierra, pero nada dijo de los bailaores y, mucho menos, si se trata de éste, que nació en una ciudad como La Línea, que cuida como nadie a su gente.

Sí, amigo lector, hoy tengo el honor de hablar de un artista como la copa de un pino: de David Morales, un personaje nacido y criado junto a las fronteras.

Fronteras que nunca respetó, porque nadie puede poner puertas ni alambradas a su arte, ya que tienen una dimensión y un lenguaje universal.

David, que con tan sólo cuatro años demostró a todos su genio, cultiva como nadie la amistad y tiene una devoción inmensa con su familia. He vivido con él momentos de alegría, pero también le he visto sentir hasta el tuétano el fallecimiento de su cuñado Rafael en un accidente laboral.

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Todavía nos duelen las palmas de las manos de aplaudirle, recuerdo, cuando denunciaba con su baile, con los quejíos del cante, la realidad del contrabando fronterizo. Siempre la frontera, como la que da apellidos a un pueblo que lo acogió y que es pura música, como es Jimena.

Me ha quedado grabado para siempre el marco incomparable del Parque María Cristina de Algeciras, viendo cómo la luna se volvía más llena, cuando contemplaba cómo uno de sus hijos mezclaba las culturas de las muchas orillas de nuestro Planeta, acercándonos con El Indiano a las américas.

Como decía, disfruté en el Palacio de Congresos de La Línea la devoción que profesan a este vecino predilecto. Más de diez minutos en pie estuvo un público entregado, que no dudó en intentar devolverle los momentos irrepetibles que nos hizo pasar.

David es mezcla de culturas, hombre comprometido con su tiempo, militante de la vida y del arte y tu zapateao le pone ritmo a esta tierra que llevas alrededor del mundo en tus tacones, unos tacones cercanos, muy cercanos a la gente, a su tierra.

Porque, si alguien quiere apreciar la esencia, el duende de este artista, podrá encontrarlo en la Peña Flamenca de El Junquillo, donde siempre retorna tras los interminables, brillantes y emocionantes periplos alrededor del Mundo y en la que se refugia, acompañado de su amigo Caracoles, para disfrutar del calor de su ciudad, de su gente, de los suyos, que le cargan de energía para seguir adelante con una carrera artística y humana que ya le han hecho universal.