Recogida del corcho en el Parque Natural de los Alcornocales en Jimena de la Frontera, Cádiz JUAN CARLOS TORO |
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3.000 jornaleros luchan por producir cada verano el 30% del corcho mundial en un negocio acechado por la crisis
JESÚS A. CAÑAS, CARLOS ORQUÍN
Corta el viento y el corcho con la precisión de un cirujano. Golpes sordos, acompasados y precisos rompen el ascético silencio del Parque Natural de Los Alcornocales (Cádiz).
Ni un corte más, ni uno menos. Con su afilada hacha, Juan José Gallego dibuja una línea vertical perfecta en el árbol. “Es una prolongación de mi brazo. Siento cuando ha llegado al tronco”, explica el capataz. Con la empuñadura hace palanca y el corcho de desprende. En no más de 10 minutos ha acabado con el alcornoque. Pasa al siguiente. El ritmo es agotador. Gallego, de 36 años, dirige una cuadrilla de 14 hombres que, durante dos meses en verano, trabaja en la saca del corcho en Cádiz.
A lo largo de la geografía española, son hasta 3.000 trabajadores los que emplea este sector, tradicional y amenazado, pero que es capaz de producir 62.700 toneladas, el 30% de la producción mundial, y colocar a España como el segundo productor del mundo tras Portugal.
La pausada industria del corcho lucha por sobrevivir en la vertiginosa economía actual. No lo tiene fácil. Entre saca y saca, un alcornoque tarda de 10 a 12 años en recuperar su corteza. Su principal destino es la fabricación de tapones. Pero no toda la producción es válida, en Cataluña solo se aprovecha para este fin entre el 20 y el 25%. En el macizo de Les Gavarres, en Girona, ya hay alcornoques que llevan décadas sin pelarse. En Los Alcornocales, el relevo generacional del corchero no está asegurado.
Gallego se ha levantado a las 4 de la mañana para empezar la faena a las 6.50 en la finca pública de Los Naranjos, en Jimena de la Frontera (Cádiz). Su cuadrilla trabaja para el empresario que este año se ha hecho con la licitación para extraer el corcho en esa zona. A cientos de kilómetros, en la finca gerundense Fitor, Mohamed y otros cuatro compañeros marroquíes hacen lo propio para el propietario Joan Botey. Cada uno saca 400 kilos por día y ganan unos 120 euros netos por jornal, según el Instituto Catalán del Corcho (Icsuro). En Cádiz, cobran por kilo y alcanzan una suma similar. Trabajan a destajo y la siniestralidad es cotidiana. “Esto”, dice el capataz señalando su afilada hacha “no pregunta, lo único bueno es que el corte es limpio”.
No es fácil encontrar jornaleros
“Comparado con otros trabajos del campo, no está mal pagado, pero si miras la especialización que tenemos, sí”, reconoce Gallego, hijo y nieto de corcheros. Y ya no es fácil encontrar a jornaleros con sus habilidades, él mismo tiene dos aprendices “para evitar que el oficio no se pierda”. Botey lo sabe bien, ha tenido verdaderos problemas para encontrar gente dispuesta a aprender la técnica de la saca. Por sus 1.000 hectáreas de bosque pasaron jornaleros catalanes, luego andaluces y, desde hace 15 años, magrebíes.
Cuando la cuadrilla de Gallego termina su faena en los montes gaditanos, los arrieros cargan el corcho en mulos y lo llevan hasta claros de bosque, los patios, donde lo recogen los camiones. Antes, se refuga o clasifica en función de su calidad.
Para conseguir el codiciado tapón de corcho, la materia prima viaja a fábricas donde se cuece a altas temperaturas. En esta segunda etapa, tampoco se libran de problemas. “Es complicado por el monopolio existente y las escasas ayudas”, reconoce el gaditano Eladio Sáez, dueño de Cork Spain. Se refiere al poder de Corticeira Amorim, la empresa portuguesa líder del sector que compra buena parte de la producción española y controla el 35% del mercado mundial.
En Cataluña, también ha hecho mella la concentración empresarial. Según Joan Puig, presidente de la asociación de empresarios Aecork, “hace años había 60 empresas en el sector y ahora rondan las 20”. De la mengua no se escapa la fabricación de los tapones. En Cataluña subsisten 25 compañías como Trefinos, Oller o Manuel Serra. Además, “el bajo consumo de vino en España obliga a buscar el mercado fuera”, dice un portavoz de Trefinos.
A Sáez no le asustan estas dificultades. Está en proceso de pruebas para crear la primera fábrica taponera de Cádiz. El sector lucha por reinventarse. La Iniciativa Territorial Integrada (ITI) de la Junta de Andalucía contempla subvenciones en Cádiz para dar nuevos usos al corcho, como el aeroespacial. En el Institut Català del Suro investigan aplicaciones basadas en el reciclaje, como la biomasa. Sáez está esperanzado en que el negocio en el que nació tenga futuro: “No es fácil, pero lo llevamos en la sangre y vamos a intentarlo”.
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CÁDIZ LO PRODUCE Y CATALUÑA LO TRANSFORMA
En las 575.000 hectáreas de alcornoque (distribuidas en Andalucía, Extremadura y Cataluña) España es capaz de extraer el 30,5% de la producción mundial del corcho. La actividad genera 2.000 empleos directos que ascienden a 3.000 en el tiempo de la saca. Andalucía produce de media 35.956 toneladas anuales. Unas 14.376 este año serán solo de Los Alcornocales (Cádiz). “De aquí se extrae el 14% del corcho mundial”, apunta el director del parque, Juan Manuel Fornell. Cataluña genera solo entre 3.500 y 5.000 toneladas anuales pero concentra 138 empresas fabricantes, frente a las 55 de Andalucía.
El corcho más grueso y denso, el 97% de la producción, va para tapones, el más poroso para ser triturado, según Iniciativa Cork.
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