¿Es posible el bienestar cuando carecemos, por ejemplo, de salud, de dinero, de vivienda o de trabajo? Nuestra respuesta, constatada en múltiples y diferentes experiencias propias y ajenas es positiva. Aunque es cierto que la carencia de cualquiera de estas necesidades y de estos derechos humanos puede desequilibrar toda la vida, arruinarla y hacerla desgraciada, también es verdad que, a veces, es posible compensar el malestar con el disfrute de otros beneficios. Esta posibilidad, sin embargo, no ha de eximir a los poderes públicos ni a los convecinos más “próximos” de la obligación de paliar solidariamente tales carencias y sufrimientos.
En una visita a los hospitales o a las residencias de ancianos, por ejemplo, podemos comprobar cómo algunos pacientes, incluso graves, están contentos, alegres y, en cierta medida, se sienten felices. ¿Porqué? Sus respuestas a nuestras son múltiples: porque tienen esperanza, porque están acompañados por la familia y por los amigos, porque confían en los profesionales de la medicina, porque están mejorando, porque algún hijo ha aprobado una asignatura o ha logrado un empleo o, simplemente, porque ha ganado el Cádiz.
Sin caer en ingenuos optimismos, hemos de buscar la fórmula eficaz para evitar que la desolación pesimista nos contagie y tiña toda nuestra existencia con los colores lúgubres de los lamentos pero, además, hemos de encontrar un acicate al que agarrarnos y una clave que nos ayude a interpretar los signos de esperanza que lucen en medio de, a veces, oscuro paisaje. Si las sombras y los nubarrones pueden servir para resaltar las luces y para aprovechar mejor los días soleados, la profundización en el dolor y en la miseria del mundo nos puede ayudar para que descubramos el germen vital que late en el fondo de la existencia humana. Si pretendemos evitar el desánimo, en el balance permanente de la crítica y, sobre todo, de la autocrítica, hemos de evaluar los otros datos positivos que compensan los malos tragos.
Apoyándonos, por ejemplo, en la convicción de la dignidad y de la libertad del ser humano, en nuestra capacidad para mejorar las situaciones y para aprender, sobre todo de los errores, podemos alentar esperanzas y elaborar proyectos de progreso permanente de cada uno de nosotros y de la sociedad a la que pertenecemos.
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