jueves, 5 de febrero de 2015

"Aprender leer y a escribir, para aprender a vivir", por José Antonio Hernández Guerrero

¿Tiene sentido y eficacia real -me preguntan, con cierto asombro, varios lectores- un Club de Letras que nos ayude a mejorar nuestras destrezas lectoras y escritoras? 

¿No habíamos quedado en que la escritura era una actividad libre por excelencia? 

¿No habíamos afirmado que era escritor el que decidía vivir su vida, explicar su visión personal del mundo y contar su concepción original del la existencia humana?


Es posible que esta sorpresa surja de una interpretación errónea del sentido que, en este caso, le damos a los términos “escuela” y “escritor”. Por supuesto que no concebimos el “Club” como ese lugar convencional en el que el profesor, desde una tarima, dicta unas lecciones de literatura, explica unas doctrinas estéticas y formula unas pautas de redacción correcta, sino que, por el contrario, la entendemos como un espacio abierto de encuentro, de diálogo, de trasvase de informaciones, de contraste de opiniones, de reflexión y de debate sobre la lectura y sobre la escritura. Usamos la denominación “Club” para poner de manifiesto el único denominador común que nos une a los que, a pesar de estar impulsados por diferentes propósitos, y, aunque poseamos diversos estilos y distintos talantes, pretendemos leer la vida de una manera más intensa y vivir la literatura de una forma más plena.      

Aunque partimos del supuesto de que la propia personalidad -un derecho y un deber inalienables- es un punto de partida ineludible y una meta insustituible, reconocemos que la identificación del perfil propio exige una permanente reflexión y que su consecución requiere un concienzudo esfuerzo. Descubrir el “yo” y llegar a ser “uno mismo” son el resultado de una laboriosa e interminable búsqueda, realizada con habilidad, con esfuerzo y con constancia.  Si pretendemos lograr el estilo personal, por lo tanto, hemos de emprender una tarea investigadora, hemos recorrer un arriesgada senda hacia la aventura, y hemos de aceptar el acompañamiento de otros seres solidarios que, ilusionados, también indagan su propio camino.   

Pero es que, además, estamos convencidos de que la escritura es una tarea que exige una adecuada “formación” concebida -recordemos a maestro Eckhart- como el proceso mediante el cual vamos progresivamente  siendo los creadores -los autores- de nosotros mismos. Aprender a escribir es una labor personal en la que, pacientemente, vamos logrando modelar nuestro propio yo, construyendo nuestra personalidad y cincelando nuestro estilo. En el “Club” nos reunimos quienes coincidimos con una concepción, quizás próxima al moderno concepto de “autonomía personal” que se refiere al modelo propio y, por lo tanto, a un tipo de escritura -de vida- único, original, inédito e irrepetible que cada uno de nosotros pretende crear.

Si nos situamos en el ámbito de la literatura, podemos recordar cómo Hegel definió la novela -la epopeya moderna- como una de las fórmulas más eficaces para expresar y para vivir los ideales del sujeto y para superar las barreras impuestas por la familia, por el estado y por la sociedad. Así concebido, el aprendizaje de la escritura es el recorrido por esa vereda apasionante y por ese sendero empinado que subimos paso a paso, tropezando -entrando en conflicto- con los obstáculos que impiden o dificultan la  configuración de nuestro mundo.

Quizás sería oportuno explicar que la primera regla que aplicamos en el Club es que para escribir -para vivir y para dejar huella en los demás- necesitamos formarnos a nosotros mismos partiendo de lo que somos y acercándonos a lo que pretendemos ser. Pero la difícil empresa de conocernos y de construirnos a nosotros mismos implica ser capaces de observarnos en diálogo y en colaboración en con otros.

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