Fue víctima de la represión durante y después de la guerra civil. Jimenato, médico titular de Jimena por oposición en julio de 1936. Por su militancia masónica fue desposeído del cargo, juzgado, condenado a muerte, indultado, condenado por dos veces a condenas de cárcel. - Noticias relacionadas-
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UNA HISTORIA MERECEDORA DE HABER SIDO AL FIN RECONOCIDA AL DOCTOR MONTERO
Ignacio Trillo.El pasado dos de septiembre, recibí un mensaje a través de mi portal de Facebook de una “especial” algecireña, pero en sus entrañas paisana del mismo gaditano pueblo que me vio nacer, Jimena de la Frontera, y a la que no tenía agregada en la cuenta ni conocía: Victoria Guerrero Montero. Se me presentó como nieta del doctor don José Montero Asenjo, jimenato, médico, colega de profesión de mi padre y amigo de mi familia, al margen de ideologías de las que entonces por miedo no se hablaba. Me escribía a colación de su abuelo y ello hizo catapultarme al pasado. Su imagen la recordaba con nitidez. Quedó latente en mi retina a la vez que con peculiar cariño en ese recuerdo proveniente de mi infancia y adolescencia que transcurrió en tan privilegiado lugar en que la naturaleza se funde en el paisaje con el paisanaje que lo ha sabido respetar, en pleno corazón del Parque Natural de Los Alcornocales.
Me habló Victoria, como principal motivo de su comunicación, sobre la altruista labor que su abuelo como médico desempeñó asistiendo a heridos y contusionados en aquella apocalíptica tarde del 17 de agosto de 1961, en que se hundió la plaza de toros portátil de Jimena abarrotada de espectadores y con el toro de lidia en el ruedo. Sin embargo, echaba de menos que no hubera sido reflejada en mis artículos escritos sobre esa tragedia.
Inmediatamente recuperé de mi privilegiada memoria una frase de reconocimiento hacia esa ingente labor que estaba realizando aquella larga noche el doctor Montero. Lo comentó mi padre cuando en ese preciso momento no daba abasto en atender igualmente en su clínica, entonces no había centros de salud, a los siniestrados del coso taurino, repartiéndose la atención a los heridos según pudieran o no subir a pie, ya que los escasos coches existentes eran insuficientes, la cuesta de la calle Sevilla.
El doctor Montero por el
ejercicio de sus libertades fundamentales había sido duramente
represaliado por los golpistas de la sublevación militar y separado de
por vida en su condición de médico de la sanidad pública. Sólo podía
atender a pacientes en la condición de privados en una época donde los
bolsillos de los jimenatos estaban en su mayoría tan vacíos como sus
estómagos. A pesar de ello, porque la situación lo requería y era un
hombre de solidaridad, en su modesta consulta y de igual manera que los
demás profesionales de la sanidad pública, se había puesto la bata
blanca de faena para atender generosamente y de forma altruista a
cuantos le llegaban contusionados, sangrados, fracturados o mutilados
por los hierros o las maderas del anillo del redondel taurino derruido.
No dudé en prometerle a
Victoria que esa memoria rescatada, inmediatamente lo trasladaría, en
justo reconocimiento a su abuelo, a mi blog en el reportaje que escribí
sobre aquel trágico suceso. Y así quedó reflejado al día siguiente: LA
TRAGEDIA TAURINA DE JIMENA EN 1961 http://ignaciotrillo.wordpress.com/2013/02/05/14892/
A continuación, establecida la mutua confianza en esta primera vez en vida que nos comunicábamos, me envió enlaces que recogían el homenaje de reconocimiento que a su abuelo le habían realizado, apenas un mes antes, 25.07.2014, el Pleno del ayuntamiento de Jimena con la unanimidad de todos los partidos políticos representados (PP, PSOE e IU) secundado por el Servicio Andaluz de Salud (SAS) de la Junta de Andalucía, y a iniciativa del cronista oficial, el entrañable farmacéutico y amigo, José Regueira Ramos, que tan meritoria labor lleva a cabo poniendo en valor la historia del pueblo, la de sus hijos más sobresalientes, así como apoyando a las nuevas promesas locales de futuro para que no vean frustradas su desarrollo. Esa consideración tan especial que hubo ese día en ese acto hacia el doctor Montero quedó reflejada, tal como pude visionar, en una placa que había sido colocada, descubierta por el hijo José María que vive, junto a sus hermanas, María Teresa y Carmen, en el nuevo Centro de Salud que fue inaugurado por las autoridades políticas y sanitarias, acompañados de paisanos y de su amplia familia de cuatro generaciones.
Le manifesté a Victoria mi pesar por no haberlo llegado a saber y podido personar en el acto, no por cumplido sino por merecimiento del doctor Montero y asimismo en homenaje a quienes como él, en tan difícil trance de la historia de nuestro país, hubieron de padecer en sus vidas sacrificios tan extremos, solidarizándome aunque fuera `post mortem´ con su abuelo. Igualmente, más cuando en su persona se hacía, más allá de la consideración especial como injusto represaliado político, un explícito reconocimiento, extensible a los facultativos rurales, que, como mi padre, ejercieron la medicina en tan oscura y penuria época, practicando la profesión con horario de veinticuatro horas y teniendo las consultas en los propios domicilios familiares a las que habían dotados, a costa de sus propios economías particulares, de material adecuado para atender a todo tipo de enfermedades y a las urgencias que acontecieran.
Yo tuve que abandonar en 1966
el pueblo de Jimena porque no había Instituto, para proseguir estudiando
el bachiller superior en Madrid, porque allí vivía la familia de mi
padre, y el doctor Montero, un año antes, por su mal estado de salud
física y económica, se había tenido que marchar a vivir a San Roque,
falleciendo en 1967, así que no volví a verlo.
Victoria, que tan amablemente me había remitido los enlaces de la grabación del acto de homenaje a su abuelo, a pesar de la avanzada hora de madrugada que era y que a la mañana siguiente trabajaba, hizo que no pudiera irme a la cama sin visionarlos todos ellos, así como, reteniendo el sueño que me alertaba, cuando finalicé, tuve fuerzas para mandarle un correo al cronista oficial de Jimena, José Regueira, gallego de origen y jimenato de honor adoptivo, rogándole me pudiera enviar su intervención escrita sobre la semblanza biográfica del doctor Montero, de cara a que apareciera en este Blog como contribución, asimismo, a ese héroe que tanto sufrió por ser leal a sus convicciones ideológicas y al orden constitucional de aquel aciago periodo. Pocas horas después, Regueira me lo hizo llegar amablemente.
Al día siguiente, recuperé de
mi ordenador lo que sobre el doctor Montero, como notas que después
desarrollé, escribí para el Pregón de feria con el que me dirigí al
pueblo de Jimena en la feria anual que se celebra en el mes de agosto y
que pronuncié en el año 2003. De igual manera, lo incluyo en este mi
homenaje y recuerdo hacia él, tal como aquella noche de nuestro primer
contacto se lo adelante a su nieta Victoria, y que lo llevaría a cabo en
el primer hueco que entre mis múltiples ocupaciones tuviera. En el
mismo sentido, en ese mismo día por la tarde estuvimos ya charlando por
teléfono con el efecto y la complicidad de quienes se conocen desde toda
la vida. Quedó en enviarme las escasas fotos de que dispone sobre la
vida de su abuelo que son las que, junto a otras que he podido
recopilar, acompañan e ilustran este `post´.
LA SEMBLANZA DEL DOCTOR DON JOSÉ MONTERIO ASENJO
José Regueira Ramos. Cronista Oficial de JimenaConocí a don José Montero en los últimos años de su vida, que coincidieron con mis primeros años en Jimena, al inicio de los años sesenta. Mi condición de vecino de Jimena data desde noviembre de 1960 procedente de La Coruña, lo que me permitió coincidir algunos años con él como convecino.
Aunque habían transcurrido ya más de veinte años de la finalización de la guerra civil, todavía imperaba un claro temor a hablar de hechos derivados de esa tragedia que afectó a numerosas familias jimenatas. Menos todavía se hablaba de las represalias subsiguientes padecidas por personas no adictas al Régimen. Faltaban quince años todavía para la desaparición de Franco y el miedo era la tónica general.
Tengo muy presente la imagen de aquel anciano y achacoso médico apartado del ejercicio profesional en cargos oficiales. Vivía dos o tres casas por encima del Ayuntamiento (1), enfrente de la actual Biblioteca o de la Casa de la Cultura. Curiosamente, el lugar ocupado antiguamente por el Pósito que en esos años era cuartel de la guardia civil y durante y después de la guerra era el lugar de represión, según informa José Algarbani en su libro “Y Jimena se vistió de negro”. Venía los días en que sus achaques no eran muy agudos a tomar café al bar de Gabriel “El Bollito”, situado enfrente de la Pensión “La Perla”, actualmente propiedad del Ayuntamiento, donde se hizo recientemente una restauración aún no terminada.
La imagen que conservo es la de un anciano de muy buen carácter, frecuentemente risueño, para el que el desplazamiento de poco más de cien metros entre su casa y el bar se convertía en un trayecto difícil de recorrer, especialmente en su regreso por la calle Sevilla (entonces de José Antonio Primo de Rivera). La empinada cuesta se convertía en un ejercicio de alpinismo que sólo podía superar apoyándose en las paredes de las casas, sujetándose a las rejas y haciendo descansos cada quince o veinte metros. Jamás le oí ninguna queja ni alusión a su historial represivo.
Todos los testimonios de vecinos de Jimena cuyo recuerdo conservo de entonces y los que he podido consultar ahora con motivo de este expediente, coinciden en un elogio unánime hacia sus valores humanos y su altruismo profesional al servicio de los más débiles y necesitados, a los que prestaba servicios médicos de forma totalmente desinteresada.
Datos biográficos:
Don José Montero Asenjo nació en Jimena de la Frontera e 23 de junio de 1892, vivió prácticamente toda su vida (excepto los años que estuvo en la cárcel) en su pueblo y murió en 1967 en San Roque, en la casa de su hija María Teresa, que lo había acogido dado su precario estado de salud y su ruina económica.
Era miembro de la Logia Masónica Fénix de los Valles nº 66 de Jimena, desde su fundación al principio de los años treinta del siglo pasado, en la que desempeñó diferentes cargos, entre ellos el de tesorero y posteriormente el de Venerable Maestro.
Ejercía como médico con plaza como “Médico de Asistencia Domiciliaria”, que era la denominación de la época para la modalidad de ejercicio de casa en casa, ya que no existía ningún local sanitario adecuado para el ejercicio de la medicina. Su primera plaza fue en el pueblo jiennense de Los Villares, en cuyo Colegio Médico estuvo colegiado desde 1917 a 1921. Fue la única localidad donde ejerció fuera de Jimena.
Debido a esta militancia masónica, cuando las tropas sublevadas iban a entrar en Jimena en septiembre de 1936, huyó de la población a través de los montes hacia zona republicana a la vecina provincia de Málaga, siendo capturado en febrero de 1937 por las tropas franquistas. Fue la célebre huida (léase “juía”) de la que fue protagonista la inmensa mayoría de la población de Jimena y que tan magnífica y dramáticamente relató la jimenata Ángeles Vázquez en su trascendente libro, “Un boomerang en Jimena de la Frontera”. En este éxodo le acompañaron su esposa y sus seis hijos. Su casa fue saqueada, llevándose todos los enseres domiciliarios, libros de medicina e instrumental médico.
En la zona republicana, inmediatamente ofreció sus servicios de médico, tan necesarios para atender a la población residente y a la ingente cantidad de población huida de las poblaciones a donde iba llegando el ejército sublevado.
Al ser detenido se le encarceló y se le hizo Consejo de Guerra en Algeciras el día 26 de abril de 1937. Se le aplicó el Código de Justicia Militar y se le condenó por “masón” (todavía no se había constituido el Tribunal de Represión de la Masonería), por “auxilio a la rebelión” y por haber sido militarizado en zona roja como alférez médico. Por todas estas acusaciones se le pidió la última pena, siendo condenado finalmente a veinte años de prisión.
Permaneció en la Prisión del Puerto de Santa María desde febrero de 1937 hasta agosto de 1940, en cuya fecha se le liberó por reducción de la pena. A su llegada a la Estación de Jimena el pueblo en masa le hizo un entusiástico recibimiento, dada la popularidad y el afecto que el pueblo profesaba a don José.
Al constituirse el Tribunal
para la Represión de la Masonería es llamado a Madrid. Tanto él como la
familia pensaban que se trataba de un mero trámite burocrático pero
nuevamente se le procesa en 1942 y es condenado a otros doce años y un
día de prisión, conmutada luego por seis años (2)
Fue encarcelado primero en la Prisión del Dueso (Santoña, Cantabria) y luego en la de Burgos. José Algarbani, en su obra “Y Jimena se vistió de negro” dice también que estuvo en la colonia penitenciaria de la Isla de San Simón, en la isla de Vigo, pero en la documentación que se me entregó no figura la estancia en esta prisión, de la que tampoco tienen noticia sus familiares.
Además fue inhabilitado a perpetuidad para el ejercicio profesional y para ocupar cualquier cargo del Estado e incluso puestos de responsabilidad privados.
El doctor Montero era médico titular de Asistencia Pública Domiciliaria de Jimena en esos años treinta republicano y médico de la Sociedad Industrial y Agrícola del Guadiaro (SIAG).
Al ser encarcelado se le condenó también a la retirada de su plaza de médico titular a perpetuidad, así como la de ocupar cualquier cargo oficial. Los encargados de la SIAG y concretamente su administrador en San Martín del Tesorillo D. Raimundo Burguera tuvieron un correcto comportamiento con él al ser condenado. Le dieron un empleo de cobrador en Tesorillo a su hijo mayor, Paco, al que luego emplearon en Madrid en la empresa Uralita, propiedad de la Casa March (4). Años más tarde, emplearon igualmente a su hijo menor, José María. Cuando salió de la cárcel le concedieron al propio don José Montero la representación de esta empresa para Jimena.
Al menos en los últimos años tenía la asistencia médica de alguna Mutua o empresa de Seguros como La Unión y el Fénix, pero estas compensaciones eran insuficientes para atender sus necesidades familiares. En los años de su encarcelamiento en los que sus hijos eran menores la familia pasó muchas penalidades, que continuaron posteriormente. Ello le obligó en los últimos años de su vida a solicitar del Colegio Médico alguna ayuda para poder sobrevivir, lo que se le concedió ya a última hora, cuando estaba recogido en casa de alguna de sus hijas (5)
(1) Calle José Antonio Primo de Rivera, 89, hoy calle Sevilla como se denominó de toda la vida, también popularmente se conservó tal denominación bajo el franquismo, que da nombre a la Cañada histórica que iba desde el campo de Gibraltar a la capital hispalense. Las calles rebautizadas por el franquismo, a pesar de la larga Era en que se mantuvo, cuatro décadas, no hizo mella entre los jimenatos. Así, la calle Padre Marcelino y Justo, siempre se llamó calle Romo, o la de Héroes de Toledo, Fuente Nueva. Restablecida la democracia volvieron oficialmente a sus tradicionales nominaciones.(2) Unidas las dos condenas y sumados los tiempos conmutados, don José Montero salió definitivamente de la cárcel en el año 1948 tras pedir benevolencia argumentando la frágil situación económica en que se encontraba su familia.
(3) Durante la IIª República don José Montero, según recoge José Algarbani, el historiador de la guerra civil en el Campo de Gibraltar, fue miembro destacado de Unión Republicana. Este partido aglutinó a la gran masa de la burguesía avanzada socialmente, sus militantes eran especialmente intelectuales y profesionales y sus votantes procedían sobre todo de las clases medias progresistas. Tuvo como líder nacional a Diego Martínez Barrios y en las elecciones generales de febrero de 1936 sería cuarta fuerza política con 38 diputados, e, integrado en el Frente Popular que ganó esos comicios, entraría a formar parte del Gobierno hasta 1939, final de la guerra con victoria de los golpistas.
(4) El titular de la Casa March, dueño en los años cuarenta de gran parte de El Tesorillo y San Pablo de Buceite, las dos grandes pedanías de Jimena de la Frontera, como tierras recorridas por el río Guadiaro, fue Juan March Ordians, conocido banquero y hombre de negocios mallorquín, asimismo conspirador permanente contra la IIª República y financiador de la sublevación franquista contra el ordenamiento constitucional.
(5) Don José Montero, ya muy enfermo, murió en agosto de 1967 en San Roque en la casa de su hija María Teresa donde pasó sus últimos dos años. Las secuelas de la estancia tiempo atrás en las ímprobas cárceles franquistas le pasaron factura en su pleura pulmonar.
(6). El doctor Montero hizo la carrera sanitaria en Cádiz que solo tenía una prestigiada Facultad de Medicina, fundada oficialmente en 1845 aunque con enormes antecedentes anteriores como enseñanza de la salud por la Armada con especializaciones como Medicina y Cirugía que fue la primera en Europa, y que, cubriendo los Distritos de Cádiz, Huelva, Málaga, Islas Canarias y Posesiones del Norte de África, era dependiente entonces de la Universidad de Sevilla. La Universidad de Cádiz no se creó hasta 1979.
(7) Identificación del personal sanitario encarcelado en la prisión de Burgos que figura en la foto y que me ha sido facilitado por la propia Victoria Guerrero Montero ya que su tía, la hija del doctor Montero, María Teresa, ha tenido a buen recaudo durante las décadas que duró el franquismo hasta que ya en democracia lo publicó en su libro “Memorias de una cigüeña” de edición limitada. Atención historiadores de ese periodo y familiares de víctimas y represaliados por la sublevación sediciosa, pues es la primera vez que aparece publicado en la Red. De izquierda a derecha (de pie): Juan Rubio Ortiz (de Almería); José L. Serrano Salagavar, médico (Cádiz); Filomeno García Ballester, médico (Cartagena, Murcia); Antonio Luffo Ramos, médico (Cádiz); José Montero Asenjo, médico (Jimena de la Frontera, Cádiz), le he situado una flecha como indicación; Antonio Santos Gutíerrez, médico (Málaga); Juan Montaña, médico (Vigo, Pontevedra); Francisco Chacón Martorell, practicante (La Línea de la Concepción, Cádiz); Eduardo Alfonso, médico (Madrid); Julio López Orozco, médico (Elche, Alicante); Francisco Florido del Río, veterinario (Málaga); Jose Porra Bandera, farmacéutico (Málaga); Eliseo García Ramírez, médico (Madrid); Julio Serrano del Reino, médico (Cádiz) Sentados, de izquierda a derecha: Enrique Ordaz Caballero, practicante (Cádiz); Gustavo Cevallos, médico oficial (Burgos); Manuel Torres Oliveros, médico (Madrid); Antonio Pérez Caravante, practicante (La Línea de la Concepción, Cádiz) y Eugenio de Grau, médico (Barcelona)
LOS RECUERDOS DE MI INFANCIA HACIA EL DOCTOR MONTERO
Ignacio Trillo.A continuación transcribo unas anécdotas que hice referencia, tal como ya introduje, sobre el doctor Montero en el Pregón que llevé a cabo en la inauguración de la feria de agosto del 2003, gracias a la invitación que me cursó el alcalde de Jimena, Idelfonso Gómez, así como el gran amigo de siempre, edil y primer teniente de alcalde, Andrés Beffa, y que remato en su último apartado sobre lo que ahora ya conozco de su meritoria biografía.
Por aquel entonces, en época de tantas penurias, me refiero a la década de los cincuenta y principios de los sesenta del pasado siglo XX, aparte de La Estación donde ejercía el doctor don Manuel Lastres Abente, la población del casco urbano de Jimena, junto a las diversas huertas y cortijos, tenía la suerte de contar con tres médicos. Dos ejercían la sanidad pública, mi padre y el doctor don Juan Marina, cuyo segundo apellido, Bocanegra, nos hacía mucha gracia a los niños de mi edad, quizás por asociarlo a algún personaje cómico de películas de matiné.
El tercero, el doctor Montero, estaba condenado a ejercer la medicina sólo en el ámbito privado por ser desafecto al régimen franquista; se murmuraba que durante la II República había sido masón. Esta expresión sonaba como muy mal, porque el dictador, apenas que articulaba su simple y `patriótico´ discurso, la primera palabra de descalificación, de la larga lista de enemigos de España, que le salía de su siniestra alma, era la de masón, para a continuación seguir condenando a las tinieblas o al paredón con las de judío y comunista.
Después, ya de mayor, supe que
optar por la condición de masón no era acabar como una persona satánica
sino, por el contrario, humanista, con una concepción laica de la vida,
sin apego a las supersticiones derivadas de los dogmas de fe religiosos,
optando en todo momento por un comportamiento ético y fraternal entre
los seres humanos con apuesta siempre decidida por el respeto a los
derechos humanos. Importantes personajes intelectuales y del mundo de la
cultura, lo fueron en aquel periodo tan agitado.
Pero lo único cierto que recordaba de aquella infancia, es que el doctor Montero me caía muy bien y era muy bueno. Además, muy generoso conmigo; en cada circunstancia que me veía, me llamaba y me regalaba un caramelo de los que siempre llevaba en su bolsillo.
Una tarde, tendría unos cuatro años, encontrándose sentado en la terraza del bar de Ernesto Cuenca, por entonces ubicado en El Paseo del pueblo cercano a la plaza de la Constitución, los suegros del veterinario del pueblo, don Isidoro Sánchez, que estaban de vacaciones procedente de su lugar de residencia, el Larache magrebí, por entonces formando parte del colonial Protectorado español, me reclamaron para darme unas chucherías de regalo, a lo que acudí diligentemente. De regreso al Paseo, todo contento y corriendo, tropecé y me di un buen guarrazo; los caramelos quedaron esparcidos por el suelo y mi ceja izquierda infortunadamente fue a dar contra el pequeño bordillo de lozas de piedras que daba acceso a la explanada, separando el Paseo de la Plaza. Un reguero de sangre alarmó a los primeros asustados que me socorrieron. Precipitadamente me trasladaron a la clínica de mi padre. Al encontrarse mi progenitor ausente, solicitaron la inmediata comparecencia de otro médico. Localizado de inmediato el doctor Montero, procedió a realizarme allí mismo la cura adecuada. Me cogió varios puntos de sutura para cegar la brecha abierta. Antes me había limpiado y desinfectado la herida. Lo realizó, cogiendo de la vitrina de mi padre un botecito de polvos de “Azol”.
Cuando dos días después mi padre procedió a abrir el esparadrapo con la gasa para analizar la evolución de la lesión y proceder a su limpieza, se encontró con una ingrata sorpresa. La zona siniestrada ofrecía un feísimo aspecto. La raja continuaba abierta a pesar de los puntos y la piel aparecía como quemada. Indagada la causa de lo acontecido, la aclaración se halló en el interior del propio envase del desinfectante; se encontraba a tope pero de otros polvos, de bicarbonato de sosa para el estómago de la marca “Torres Muñoz”.
Las dolencias estomacales de mi padre, producto de sus malas y tardías digestiones, las paliaba con ese alivio. Para que nunca le faltara, las tenía distribuidas por varias partes de la casa en tarros que él solo controlaba de los envases farmacéuticos ya vacíos de medicamentos. Así pues, cogido a tiempo y realizada una limpieza a fondo de la referida lesión, no tendría mayores consecuencias que me pudieran aquejar al globo ocular. No obstante, me quedaría marcada la huella de una larga y ancha cicatriz que, como continuidad de la ceja, me sigue acompañando como monumento a la caótica dispersión de la adicción de mi padre al milagroso polvo; a él le gustaba calificarlo así por su efecto inmediato sobre la acumulación de gases que le mortificaba asiduamente el estómago ante la hernia de hiato que padecía y que fatalmente también heredé y me sigue acompañando, ya sin combatirlo con bicarbonato de sosa pero sí a base de “Almax” y “Omeprazol”.
El otro médico, don Juan Marina, aun estando en el sector público no se destacaba tampoco por sus elogios al régimen de Franco, ni porque tan siquiera llegara a pisar una iglesia. De él se decía, en los medios oficiales del Régimen, también en tono peyorativo, que era un liberal. A mí todo esto me desentonaba, me chirriaba, no me cuadraba con los esquemas teóricos que me intentaban inculcar de qué ideologías eran las buenas y cuales las malas. Ambos doctores eran de muy alto nivel cultural, amables, simpáticos, ocurrentes, exquisitamente educados y afables, amigos de mi familia; si bien, para anular discrepancias improbables de conciliar, desechaban hablar de política o de temas religiosos con ellos.
La realidad es que los profesionales de la sanidad que lo habían ejercido en el pasado en el pueblo –década de los años treinta- se habían caracterizados por sus simpatías hacia el republicanismo. Por ello pagaron un altísimo precio. Así, el farmacéutico Diego Pitalua, que junto a sus dos hijos, José y Francisco, fueron fusilados por los franquistas. Asimismo, el médico don Guillermo Ortega, masón y presidente local de Unión Republicana que liderara a nivel nacional, Diego Martínez Barrio, jefe de la logia masónica en España. Huyó del pueblo antes de la entrada de los sediciosos y no pudo regresar nunca. De esta forma, se benefició de mejor destino, salvando su vida. Prestó sus servicios sanitarios en Alicante, donde fue director de su hospital provincial, hasta que fue ocupada dicha ciudad por las tropas rebeldes, muriendo como otros en el exilio, recuerdo aquí al bueno de don Antonio Machado como a otros tantos, pero no en tierras francesas sino venezolanas.
Ahora, he tenido conocimiento
también por Victoria, que uno de los hijos del doctor don José Montero,
Juan, el cuarto en descendencia, se casó con una hija del doctor don
Guillermo Ortega que era originario del malagueño pueblo de Montejaque y
cercano al municipio de Jimena de la Frontera, de nombre Rosa María.
La esposa del doctor Ortega era doña Pura Terrones, que ejerció en el pueblo el magisterio durante los años de la República y a la que tantos elogios le dispensa Ángeles Vázquez en su libro “La Jimena de mi niñez”.
El doctor Ortega, siete años menor que el doctor Montero, moriría en Caracas en 1949, a la temprana edad de 50 años, sin poder regresar a la tierra que le vio nacer y donde desarrolló su vida y se encontraba su familia.
Se puede afirmar, por tanto, que la relación entre los doctores Montero y Ortega, más allá de la medicina, la masonería, la política y la persecución sufrida, que les unió en la convulsa etapa en común que vivieron de forma tan tremendamente intensa, continúa hasta nuestros días con los herederos de la fusión de estas dos grandes familias.
Como tantos paisanos, fueron perseguidos, encima por la contradicción que significa que lo fueran por el único delito que se les acusaba, la de que sus tendencias políticas estaban acordes con la legalidad constitucional vigente.
Y esa represión no quedó limitada a la etapa bélica. Cuando concluyó la guerra, un jurado al efecto constituido en Jimena, catalogó públicamente a los vecinos entre adeptos al nuevo Régimen y desafectos. Estos últimos, la mayoría, de la que asimismo formaba parte el doctor Montero, sufrirían no sólo la pérdida de sus derechos cívicos sino de igual forma los de cualquier otra índole, incluida la laboral y profesional. Les fueron negados los certificados de buena conducta que expedían la Guardia Civil y el cura párroco, condiciones imprescindibles para poder desarrollar una vida normal, moverse de un municipio a otro, o para acceder a muchos de los exiguos trabajos que por entonces se podían realizar. En el caso del doctor Montero, tal como ya se ha indicado, al menos la vida laboral de sus hijos, como la reducción de sus penas carcelarias, hallaron compasión paradójicamente en la influyente mano de la Casa cuyo titular, Juan March, fue quien pagó el golpe de Estado que protagonizara el general Franco. Fue quizás uno de los pocos respiros que al final casualmente tuvo el coherente y comprometido doctor Montero con sus irrenunciables valores.
EL DOCTOR MONTERO, EMPRESARIO DE CINE-TEATRO
De esas primeras escenas que se tiene conciencia en la niñez, recuerdo gratamente cuando los sábados por la tarde me llevaban a ver los guiñoles a un cine de verano que existió unas casas más arriba del ayuntamiento, al lado de donde vivía el doctor Montero, adonde creo que además vi mi primera película en blanco y negro de cine cómico mudo para niños y otra de barcos y piratas en color. Luego, aquella sala se cerró y tiempo después, tras estar largo tiempo abandonada, a principios de los años setenta sirvió para construirse un inmueble y un moderno mercado de abastos.
En fechas recientes, en dicho espacio ha sido elevado un edificio municipal como ampliación del Ayuntamiento e incluye el salón de Plenos.
Y he aquí que topándome con la biografía del doctor Montero, a través de su nieta, Victoria, he descubierto además el carácter polifacético de su abuelo. Fue el propietario y empresario de aquella sala de espectáculos al aire libre. Para ello, antes de la guerra adquirió las casas colindantes a su consulta y domicilio particular de cara a construir dicho cine.
Espacio para el celuloide, gozaba de amplia pantalla, escenario, patio de arena para sillas y fondo de gradas de piedras que acogían a unos trescientos espectadores. Revolucionó al pueblo con anterioridad al inicio de la sublevación facciosa de 1936 y su apertura siguió largo tiempo después a pesar de las penosas peripecias que le ocurrieron al doctor Montero. Por allí pasaron compañías de varietés, de teatro, se daban bailes, se proyectaba cine donde los jimenatos vieron en sus cintas a todos los artistas de la época, tales como Miguel Ligero, Manolo Caracol, Lola Flores en sus comienzos…
En dicho lugar, se daban de igual forma banquetes de bodas, como aconteció en 1949 con la hija del doctor Montero, Victoria, casada con Moisés Guerrero Moreno, los progenitores de la nieta que me aporta esta interesante historia, Victoria. Los niños de entonces que sus familias no tenían dinero para sacarse las entradas, se subían al barranco de atrás de cara a ver gratis desde la altura las películas y demás eventos que allí se celebraban. No obstante, el franquismo triunfante prohibió allí los bailes en tanto duró su guerra, como ahora hacen con estas actividades lúdicas los talibanes de ámbito islámico, a la vez que aconteció con los famosos carnavales de Jimena aunque éstos quedaron proscritos hasta la llegada de la democracia.
El negocio fue fundamentalmente familiar. El inicial operador del montaje de las películas y de su proyección fue José Liñán Jiménez, al que le sucedió a finales de los años cuarentas e inicios de los cincuentas el hijo del doctor Montero, José María, para lo cual hubo de sacarse en 1954 el carnet de operador en Málaga de cara a poder proyectar. Poco tiempo después, cerró el cine. Desde 1943 a 1945, tiempos en los que también el doctor Montero se hallaba encarcelado en Burgos, estuvo de taquillera su hija, Victoria. Sobre 1950, la que vendía las entradas fue Isabel Sánchez Montero, la sobrina del médico, hija de su única hermana de padre, Dolores Montero.
Tras la salida de la cárcel de Burgos del doctor Montero, 1947, por la penuria económica que lógicamente arrastraba, se asoció con otros dos jimenatos, Bartolomé Macías González (padre del profesor y periodista Andrés y de mi entrañable amigo José María) y con José Sánchez, que tenía un bar en las proximidades de correos. Le pagaban una cantidad por llevar la gestión del ambigú que estaba en su interior. Ya a mediados de la década de los cincuenta, se cerró definitivamente. Con posterioridad, don José Montero se lo vendió fue a “los Luques” (José, Luis y Sebastián). No obstante, el cine no desapareció de Jimena puesto que en el barrio de abajo, a inicios de la calle Sevilla, ya existía el cine Capitol, propiedad del empresario agrícola, Antonio Ramos, -antes, de los hermanos Luque (también: José, Luis y Sebastián)- que tenía como gerente a su yerno, Antonio Sabau, casado con su hija Eugenia, y para el montaje y proyección figuraba Gonzalo Saavedra. De portero, Agustín el marido de Frasquita “La de los churros”, y de acomodador, José Tinajero.
Afortunadamente queda aún la huella de la existencia del local cinematográfico del doctor Montero en las gradas de piedras que estaban a su fondo y que han perdurado hasta la fecha por constituir un muro de contención que da seguridad a las edificaciones que hay detrás con gran desnivel de altura respecto a la parcela que albergaba la sala de espectáculos y eventos. La calidad de su conservación denota que fueron construidas con una gran profesionalidad. Lo lamentable es que ofrezcan desde hace años un estado de total abandono.
En Estados Unidos, una
reliquia, como ese cinematográfico graderío que se conserva y que
supuestamente data de principios del siglo XX, tendría la calificación
de especial protección y de enorme atracción para visitantes. En España,
sabemos que tenemos una historia mucho más antigua y valiosos
monumentos del pasado, pero he manejado anteriormente el término
supuesto porque pudiera ocurrir que esas pétreas gradas fueran más
pretéritas que cuando adquirió ese espacio el doctor Montero, o que
estuvieran ya allí o fueran trasladadas al efecto desde otro anfiteatro
que hubiera existido en el pueblo. Al Ayuntamiento de Jimena le
correspondería, quizás en colaboración con otras entidades, salir de la
duda, pero en todo caso velar por la limpieza de ese entorno e
incorporarlo al circuito de visitas para que sea afamado y visto por
paisanos y turistas. Sería también una contribución al conocimiento,
junto a la historia de Jimena, de la biografía del doctor Montero.
La descendencia del matrimonio Montero Nuñez, hijos (sobreviven, de izquierda a derecha sentados en el centro de la foto, Carmen, José María y María Teresa) nietos, bisnietos y tataranietos, citados expresamente desde distintos puntos de la geografía en el bar Cuenca de Jimena para el homenaje que en el Centro de Salud se le dio al doctor Montero. 25.07.2014
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