Cuando los aficionados futboleros, cachondeándose del insulso e ineficaz juego del equipo amarillo, le gritan “Esto sí que es una chirigota”, no tienen en cuenta la “seriedad” de estas agrupaciones carnavalescas que, mediante sus ocurrencias, demuestran, además de ingenio, preocupación por los problemas sociales y enfado por la ineficacia de las gestiones de nuestros representantes políticos. Los que conocen el elevado nivel de afición y de disciplina que exige la preparación de las chirigotas saben muy bien que no sirven de referencia para denunciar el aburrimiento del espectáculo que, durante una temporada tras otra, nos ofrece el equipo amarillo debido a la triste imagen que ofrece.
Busquemos, por favor, otro término de comparación porque este juego soso, conformista, falto de imaginación y de fantasía, que aburre hasta el forofo más apasionado, nada tiene que ver con una chirigota por muy modesta que ésta sea.Si queremos emplear esta calificación, sería preferible que la reserváramos para rememorar aquellos viejos tiempos en los que disfrutábamos con las jugadas inverosímiles de Manolín Bueno, con la lujosa creatividad de Jorge González “Mágico”, con la exquisita habilidad para jugar sin balón de Joaquín Sierra “Quino”, con la “jondura” de los quiebros de Diego el de Margara, con los diseños de tiralíneas de Francisco Narváez “Kiko”, con la medida exacta de los pases de Pepe Mejías, con las sutiles penetraciones de Mosquera, con los cambios de ritmo de Carvallo, con el temple y la visión de Enrique Montero, con la sobria elegancia de los cruces de Carmelo, con los etéreos vuelos de Superpaco o, incluso, con la exacta precisión de los driblings de Matías Pavoni. Eso sí que era arte y eficacia comparables con los mejores chirigotas de nuestro carnaval.
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*** Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático
de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club
de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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