Como es sabido, son los asesores de imagen quienes, apoyándose en amplios y en detallados análisis demoscópicos, elaboran los diseños de las campañas electorales y quienes, incluso, aconsejan los procedimientos retóricos que los líderes emplean en sus mítines.
A pesar de que reconocemos sus habilidades para explicar cómo reacciona la mayoría de los destinatarios de estos peculiares discursos, nos llama la atención que nuestros sondeos de opinión, realizados sin pretensiones científicas, están en franco desacuerdo con esas prácticas agresivas tan generalizadas y tan aplaudidas. La totalidad de los amigos, familiares, compañeros y alumnos con los que he hablado durante estas últimas semanas ha rechazado frontalmente los procedimientos que más se suelen emplear. Sin excepción alguna, todos han repudiado –por molestos, por ineficaces y por contraproducentes- las descalificaciones de los adversarios y, más concretamente, el recurso a las hipérboles caricaturescas y, sobre todo, las insinuaciones difamantes. Los hechos que más les han irritado han sido el tono de riña, los gritos de bronca y las expresiones de desprecio lanzados con violencia a los líderes de los partidos adversarios.
En contra de lo que dictan dichos asesores de opinión, todos mis amigos están convencidos de que las muestras de respeto, de corrección e, incluso, de amabilidad favorecen la aceptación de los líderes y la identificación con sus propuestas. En nuestra opinión, el nivel supremo de liderazgo lo alcanzan quienes logran que sus programas sean aceptados, incluso, por quienes, en cierta medida, se sienten perjudicados en sus intereses inmediatos. Y es que, en general, depositamos nuestra confianza en las personas nobles con mayor facilidad que en los que alardean de astucia, y nos fiamos más de los buenos que de los inteligentes. A veces, incluso, desconfiamos de aquellos políticos que presumen de singular destreza para persuadirnos, porque tememos que nos hagan creer que lo negro es blanco.
Es cierto que algunos “forofos” gritan desaforados pidiendo que los líderes “den caña”, pero hemos de tener en cuenta que, en ocasiones, estas voces minoritarias forman parte de la partitura diseñada por los gabinetes de publicidad electoral. Si es cierto que los comunicadores han de sintonizar con los sentimientos de los destinatarios de sus discursos, también es verdad que, cuando estamos enfadados, nos molesta que pretendan aumentar nuestra irritación y agradecemos que, al menos con el tono de la voz, alivien nuestro malestar y nos liberen de nuestros propios fantasmas.
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*** Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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*** Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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Imagen de http://lascargaeldiablo2.blogspot.com/
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