jueves, 7 de diciembre de 2017

"Sentir la Navidad", por Salvador Delgado Moya

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EN estas fechas ya nos están bombardeando con anuncios de Pre-Navidad. Sus objetivos los cumplen: vender, consumir,  solidarizarse, enternecerse con la música de fondo apropiada y aparentar ser muy, muy feliz.


    Pues si me lo permiten, como si no, voy a utilizar mí espacio para contaros esta pequeña vivencia y después juzguen ustedes…

    Aquella tarde me dispuse a visitar un familiar en el hospital. Cuando llegué a la habitación vi que la componían dos camas. Tras un saludo austero y casi silencioso me posicioné en un rincón entre un butacón  agujereado y una especie de taquilla. Desde allí divisaba todo lo que ocurría en aquellos pocos metros cuadrados, apostado en aquella espontánea trinchera.

    En la otra cama, un hombre de avanzada edad, casi incorporado de cintura para arriba,-supongo que sería para facilitarle la respiración- los pulmones balanceaban la sábana impetuosamente, la boca entreabierta, los ojos cerrados, en definitiva, la imagen representaba a una persona desahuciada de la vida, con el equipaje hecho para ese último viaje.  No me di cuenta que junto a él, había una mujer octogenaria, que estaba haciendo las funciones de enfermera incondicional de ese señor.

    .- ¡Vamos José, despierta!
    .- ¡Despierta José!
    .- ¡Venga, hijo mío, tienes que despertar y comer algo!

    Todo este ritual acompañado de besos en la cara y en la frente, caricias por el blanquecino pelo y pequeñas cachetadas en la cara. Pero ella insistía…
    .- ¡Joselito, despierta, por favor!
    .-¡Por dios te lo pido, despierta!
    .-¡Venga hijo, despierta!

    Una enfermera que entró le tomó la presión arterial y muy seria escudriñó unas palabras con la anciana mujer.


    Ella, María, se bebía las lágrimas, y acercándose a un oído entre besos y caricias le dijo: “Vamos José, tienes que ser fuerte, no puedes dejarme sola en la vida, sólo nos tenemos el uno al otro, ¡vamos Joselito, despierta!, mira, ya mismo es navidad y te voy a comprar ese turroncito tierno que tanto te gusta, y peladillas, y almendras garrapiñadas, y lo que tú quieras, mi vida, pero despierta y sonríeme, como vienes haciendo toda la vida…

    Las lágrimas caían por las arrugas de esa mujer a borbotones, sin consuelo y sin esperanza, porque veía que el único motivo que la quedaba para vivir, se le iba,  para ya  nunca volver. Con la cabeza sobe su pecho, lo intentó una vez más, desesperada…

    .- ¡José, despierta, mi vida!
    .-¡No me dejes, por favor!

    Tras un insonoro suspiro, que nos hizo a todos los presentes temblar  temiéndonos lo peor, José abrió los ojos, y empezó a nombrar tímidamente a su María… y a María le faltaba rostro para darle besos y besos, llorando desconsoladamente pero alentada por la trayectoria de la nueva situación. Palabras escuetas, pero cargadas de agradecimiento…

    .-¡Gracias, Dios mío! ¡Gracias, Dios mío!

    Mi ser se removió como si mi alma hubiese descorchado una botella de champán, inundando de efervescencia todos mis sentidos, brindando por la vida, por los abrazos, por las miradas cómplices, por el pertenecer y por el estar. Y  desde aquel instante, supe que es la vida y que es la Navidad. Porque esta historia es el claro ejemplo del amor, de la solidaridad, del compromiso, de la necesidad, de la esperanza, del cariño, del compartir, del esperar  y del necesitar. Donde te estremeces, donde lloras, donde ríes, donde disfrutas, donde sufres, donde decides, donde proclamas, donde pides y donde rezas. De milagros incomprensibles y de ansiadas peticiones.

    Quizás esa señora, esa viejita, solo y únicamente con sus actos y sus propósitos me enseñara el valor de las emociones, el patrimonio de los valores, la posesión de lo innecesario, la acumulación de vivencias, estibando día a día, año tras año, alegrías, amistad, comprensión, solidaridad y afecto.

    Ni el dinero, ni las posesiones, ni el estatus, ni la tarjeta visa, podrá comprar la riqueza más grande que posee la vida y la Navidad… amor, amor y más amor.

    Sin más me despido, creo que José y María vinieron a este mundo a hacerme ese regalo tan maravilloso y a aportar valores que ni ellos estudiaron, pero que con sus acciones impregnan las almas de todos los que tuvimos la suerte de conocerlos. Cada bola de mi árbol de Navidad, quiero que sea de un color distinto, de una intención variada, de un propósito conseguido, de una realidad ansiada y de una felicidad globalizada.
                           
Gracias y Feliz Navidad.
   

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hasta en esos sentimientos tan variados que, con tus palabras escritas has querido llegar a las profundidades últimas del alma humana y a lo más hondo de lo que se ha de sentir milagrosamente en la Navidad, observó que los verdaderos lectores aciertan a sentir lo que tu has logrado con la habilidad, quizás, de tu propia experiencia; sin embargo, creo, que el sentir tan hiriente del ser humano es mucho más verdadero que el abstracto de la Navidad u otras fiestas que hemos creado. Por tanto, no es comparable, siempre y cuando la Navidad es para que se disfrute, mientras que la enfermedad y la muerte es para sufrirla, lo que hace que los sentimientos sean muy distintos, pese a que la Navidad sea sufrida por los que no la pueden disfrutar y sus dolientes.