miércoles, 31 de agosto de 2022

"Soldado en África. Agosto 1.921", por Manuel Mata

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SOLDADO EN ÁFRICA  (Agosto 1.921)

El mismo día que José Blanco Sierra recibió la notificación de incorporación a filas, su madre se presentó al cura, al alcalde, y al sargento de la Guardia Civil, para rogarles que lo consideraran exceso de cupo, inútil, o hijo de viuda y así librarle de ir a la guerra. En verdad, ni era inútil ni hijo de viuda, pero como si lo fuera, pues su padre, de 51 años, permanecía postrado en la cama, sin valerse por sí mismo, consecuencia de unas fiebres tifoideas mal curadas.  En las tres entrevistas el resultado fue el mismo: denegado.

Así que tras un viaje en tren José llegó hasta Algeciras, primera escala de su periplo militar. En aquellos años, el alcalde de la ciudad era Pedro Mónaco de Torres y el gobernador militar del Campo de Gibraltar el general José Villalba Riquelme.

La imprevisión, la desidia, y la falta de cuarteles  para acoger a los contingentes que cada día llegaban a la ciudad era tal que los reclutas debían buscarse por sí mismos cobijo y comida en una peregrinación por calles y plazas hasta tanto la mar no permitiese su embarque. José Blanco tuvo suerte y fue acogido en casa de Juan Herrera Márquez, un zapatero que tenía  negocio y casa en calle Larga frente a la Oficina de Tributos. Allí encontró durante los cuatro días que permaneció en Algeciras, sopa caliente y cama. 

En la Conferencia de Algeciras de 1906 España y Francia acordaron el reparto de Marruecos, un territorio que no fue independiente hasta 1.956. Ellos se quedaron con la mayor parte y España con la franja montañosa del norte donde mayor era el sentimiento anticolonialista auspiciado por el líder rifeño  Abd-el-Krim.

En julio de 1921, el general Silvestre, jefe de la Comandancia de Melilla, inició una campaña para ocupar los territorios cercanos a la bahía de Alhucemas con un ejército mal equipado, protección insuficiente en la retaguardia y sin asegurar la red de abastecimientos. Desde el día 22 de ese mes y hasta el 9 de agosto se produjo el llamado Desastre de Annual del que no voy a entrar en detalles pues ya hay suficiente documentación en los libros de Historia y en internet. Lo que sí digo, es que para miles de jóvenes enviados a una guerra que no era la suya, más que un desastre fue una tragedia. Sólo aquellas familias que disponían de tres mil pesetas para pagar la cuota de exención de servicio militar pudieron mantener a sus vástagos en casa. No fue el caso de José.

A finales de julio, de fracaso en fracaso, de emboscada en emboscada,  el ejército español inició la retirada hostigado continuamente por los rebeldes. Un repliegue convertido en huida donde el desconcierto y el terror fueron casi absolutos.  Tres mil supervivientes alcanzaron el fuerte situado en Monte Arruit, donde se refugiaron mientras esperaban ayuda procedente de Melilla, apoyo que nunca llegó. Fueron sitiados y después de resistir durante doce días, acuciados por la sed, el hambre y la falta de municiones, se rindieron tras alcanzar un pacto por el que entregarían las armas y podrían retirarse libremente hacía Melilla. El pacto no fue respetado por los rifeños que asesinaron a los supervivientes, salvo 60 soldados y oficiales para pedir rescate por ellos. No obstante, hay que reseñar que días antes, una treintena de rifeños con banderas blancas se acercaron a la posiciçon española presumiblemente con la intención de parlamentar. La desconfianza y el recelo eran mutuos pues ya antes habían ocurrido sucesos y artimañas que terminaron siendo trampas mortales para ingenuos. Así, entre el pánico y la falta de experiencia, se abrió fuego a discreción resultando muertos todos los componentes de  la comisión negociadora rifeña, lo que probablemente provocó la venganza posterior.

Meses después, con la colaboración de los Hermanos de La Salle, los cadáveres fueron recogidos y enterrados en los cementerios de Monte Arruit, Zeluán y Melilla, y la Cruz Roja pudo atender y curar a los 492 prisioneros de los que sobrevivieron 326.

Paradojas del destino: Quince años más tarde, Franco utilizó  ochenta mil rifeños como fuerza de choque en nuestra Guerra Civil.

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2 comentarios:

Cristóbal Moreno dijo...

Estas verídicas historias, aquí tan hábil y delicadamente tratada para no herir la sensibilidad del lector, demuestran que en España (tal como en muchos sitios del mundo) siempre hubo, hay y seguirá habiendo castas (que también mueren si van a ellas) y carnadas para la guerra, y que las guerras son más opciones de ricos que de pobres, independientemente del patriotismo.
Muy bien Mata, hay que escribir estas historias para hacer pensar a la juventud e ir adentrándolos en el mundo que se nos puede venir encima. Un mundo real que de alguna forma habíamos olvidado durante unos 80 años. Ahora estamos en la era del miedo diario pero real y que los medios de comunicación no paran de recordarnos que el hombre también es una catástrofe natural para el propio hombre y lo que le rodea.

Pascual Collado dijo...

Manolo Mata nos ha recordado una de las caras más crueles de las guerras. Varias generaciones de nuestras familias sufrieron las guerras de Cuba y de Marruecos, y el poder económico, como siempre, era una herramienta diferenciadora que evitaba la muerte de los jóvenes de las familias más poderosas. Esas muertes aumentaron desgraciadamente, ante las numerosas decisiones erróneas de los máximos mandos militares y políticos de aquella época. Otro buen artículo de Manolo Mata, al que animo a que pueda realizar una recopilación digital de los artículos publicados durante los últimos años.
Pascual Collado.