jueves, 24 de diciembre de 2020

"La chica del violonchelo", por Manuel Mata

LA CHICA DEL VIOLONCHELO

La primera vez que Lucía Sanchís pronunció la palabra violonchelo tenía siete años. Y fue por casualidad. La maestra explicaba los diferentes espacios donde vivimos: capitales, ciudades, pueblos, aldeas, poniendo ejemplos de cada uno de ellos.

Cuando llegó a villorrio mencionó Valdever, donde ella nació y donde aún vivían sus abuelos. A Lucía no le quedó muy claro qué es un villorrio. Así que al llegar a casa le pidió el diccionario a su padre para buscar villorrio.

Hojeando y ojeando se pasó de página y  topó, de golpe, con violonchelo, que estaba en la 368, primera columna. Aquella sonoridad fonética, aquella armonía sintáctica, aquella “che”, que ella pronunciaba arrastrando, le pareció la palabra más bonita que había oído nunca: Vi-o-lon-chee-lo.  

Que era un instrumento de cuerda no le aclaró mucho pues el diccionario era de los antiguos y no había fotografías. Bueno, al menos sabía que era algo parecido a un guitarrón gigante.

Lucía era una niña lista, simpática (con quien ella quería), y manifestaba una curiosidad por las cosas y un espíritu inquieto que resultaba contagioso.

Meses después acompañó a su madre a Huelva para visitar a unos parientes y al pasar por la Plaza de Las Monjas lo vio: Seis músicos, procedentes del éxodo que provocó la caída del comunismo soviético y que llenaron calles y terrazas de media Europa con un grado de virtuosismo digno de cualquier filarmónica de prestigio, interpretaban pasajes de sinfonías y marchas populares de Vivaldi, Mozart, Schubert...

 ¡Aquello es un violonchelo! dijo su madre, señalando un artefacto voluminoso apoyado en el suelo por un tallo de metal, que una chica, sentada sobre un taburete, sujetaba entre sus piernas y que hacía sonar frotando las cuerdas con una especie de arco. La violonchelista, de poco más de quince años, usaba zapatos negros de tacón bajo, medías de lana también negras y falda plisada gris marengo recogida por encima de las rodillas. Chaquetilla roja, como el resto de sus compañeros, y media melena recogida en una coleta que se balanceaba, como si tuviera vida propia, al ritmo de la música.

Aquel año Lucía pidió para Reyes un violonchelo, pero le trajeron un carrito con un bebe que lloraba y hacía pipí.

Lucía era una niña dulce, aunque intentaba disimularlo con una media sonrisa cuando no sabía muy bien qué ofrecer.

Al año siguiente, Lucía pidió para Reyes un violonchelo, pero le trajeron una bicicleta con una cestita en el manillar.

Lucía era una niña con una constancia y una fe en sí misma que nadie podía explicar muy bien dónde radicaba su fuerza.

Al siguiente año, Lucía pidió para Reyes un violonchelo, y los Reyes le trajeron un violonchelo.

…………………..

La Filarmónica de Viena ofrece, cada 1º de enero, el Concierto de Año Nuevo desde la Sala Dorada de la Musikverein que siguen millones de personas en todo el mundo a través de la televisión. El de 2021 será dirigido por Riccardo Muti y si ustedes se fijan bien, en el centro, justo delante de flautas y oboes, se colocan los violonchelos.

Justo el sitio que ocupa Lucía Sanchís.


10 comentarios:

Anónimo dijo...

Bonita historia que con Mata nunca sabemos si es real o no. Estaré atenta el día uno a la tele

José dijo...

Emocionado al leer su relato, ha conseguido con su batuta hacerme llegar la ternura,la alegría, la curiosidad de la infancia y lo importante que es tener un diccionario a mano!. Enhorabuena!

Pacurro dijo...

Mata calidade

Anónimo dijo...

Manolo vuélvete a la banda que eso es lo tuyo

Anónimo dijo...

.
Yo también pedía desde niño
algo mucho más pequeño.
pero que yo deseaba
que me la trajeran los reyes
y la pedía cada año
era, una simple armónica
y nunca, me complacieron.
Con el tiempo yo crecí
y supe lo que luego sabemos
que los reyes son los padres
que ellos hacen lo que pueden
y que no pueden, hacer milagros.
La pretensión de la armónica
no es que yo la hubiera olvido
es que pasaron los años
nadie me la regaló,
ni yo la había comprado.
Ya llegada la vejez
al mirar un escaparate
había muchas armónicas
entré y me compré una Hohner,
intermedia, aunque con cambio.
He intentado varias veces
de tocar un pasodoble
y después de varias notas
veo que no es posible
porque me falta, el aliento.
Me acuerdo de aquella canción
que escuchaba en mi niñez
aquella copla decía lo de…
“Que tú ya no soplas
porque hoy no es ayer”
.

José Mª Casuso dijo...

Tierno relato, amigo! Te prometo leerlo a mis nietecitos el día mágico.

José Mª Casuso dijo...

Mi aplauso también, anónimo.

Anónimo dijo...

Mejor que escribais en anónimo porque cuando lo hacéis con nombres y apellidos, a la politica, a los amigos y a la familia se le ve el plumero.
A Mata no le hacen falta peloteos, Mata ya está consagrado entre los mejores de este municipio, a mata le hace falta sinceridad de los demás y con ello, para cualquier escritor, es más que suficiente ¡Es un decir, es mi opinión!, lo que sobran son comentarios "musiqueros"

Anónimo dijo...

Muy de acuerdo con el anónimo de las 10,20, a Manuel Mata no le hacen falta peloteos porque se consagra día a día con lo que escribe y cómo lo escribe. Al César lo que es del César y a Mata hay que reconocerle su valía como escritor e inventor de relatos como este con el que nos obsequia hoy. Gracias Manolo por tu generosidad literaria y puedes estar seguro que más de no como yo, está esperando tu nueva creación. Eres un verdadero lujo para estas páginas de Buceite. Gracias una vez más.

José Mª Casuso dijo...

Envidia o caridad, amigo anõnimo? Habitualmente comento poco en las redes, pero me gusta identificarme. El anonimato lo considero nefasto hasta para el que lo practica en democracia. Es sabio dar la cara, amigo, permite ir siempre con ella erguida. Un saludo y Feliz Año 2021.