domingo, 15 de marzo de 2020

"El presagio del silencio", por Cristóbal Moreno "El Pipeta"

Calle Real de San Pablo de Buceite, hoy primer día del Estado de Alarma.
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EL PRESAGIO DEL SILENCIO

Esta mañana me levanté tarde, en silencio, eran las diez, pero el silencio ya estaba ahí, en medio del ladrar extraño pero familiar de los perros. 


Levanté las persianas de las ventanas y el silencio se cortó exhausto, rebelde, con eco descorrido, descolorido y dolorido: ¡racarram, racarram, racarram...!

Me asomé a la calle, me asomé al huerto, me asomé al bello paisaje de mi pueblo y estaba mustio, apagado, expectante...

Y los pájaros, ¿dónde estarán los pájaros?, que no rompen el cielo con su piar y sus vuelos; dónde están con su trinos, que no me alegran los oídos  con su acostumbrado despertar, ¿dónde, en este abril de celos, estarán los pájaros?

Esperé con ansias el ruido de algún coche, o su claxon pitando los buenos días, o el adiós y hasta después, y sólo oía un mar de pitidos internos en mis oídos, silbándole protestones al silencio.

Es raro, mi esposa no se ha levantado aún de la cama, ¡pero si son las once de la mañana!, y dale, con el ladrar de los perros y..., ¡ahora aúllan todos al unísono!

¿Qué pasa hoy en mi pueblo?, por fin el arruyo triste de una tórtola desde la antena del televisor. Triste, apesadumbrado y solitario, el incontestado canto del ave, que, insistente, repite con agonía de mal agüero.

Me fui hacia el balcón, tras un estornudo y una tos y, en ese momento la tórtola cesó de su llamar, al asomarme pasó volando muy lenta, haciendo malabares raros con sus alas, está en celo y sola, pensé.
Nada ni un alma en la calle, ¡cof, cof...!, tosí de nuevo, con esa tos seca, igual de seca que la garganta, y al hacerlo sentí dolor en ambas sienes.

Hasta que sonó el wapsaat de mi teléfono, ¡córcholis, pero todavía hay alguien por ahi...!

Era la fuguilla de mi prima, tan inoportuna como siempre, interrumpiendo la escritura de mis cavilaciones, pero que hoy, me vuelve a la realidad de la vida sacándome de la angustia que me estaba aplastando.

Me mandaba un wapsaat de esos que están al día con el coronavirus: "A aquellos que ahora tenéis las despensas a rebosar.  A aquellos que pasan con mascarillas huyendo de tu cercanía y a aquellos que estáis considerando huir con vuestros hijos a zonas no infectadas, os digo: NUNCA MÁS MIRÉIS POR ENCIMA DEL HOMBRO A AQUELLOS QUE HUYEN DEL HAMBRE Y DE LA GUERRA". 

Parecen, éste y otros parecidos wapssat que corren por las redes, un mensaje del más allá, para que, como una pantomima de golpe de Estado, nos haga recapacitar sobre nuestras acciones en contra de la naturaleza y en contra de nuestros semejantes humanos, o animales y vegetales, de nuestros rios, de nuestras aguas; de nuestros mares y de nuestros océanos. Un aviso de reconversión y marcha atrás, haciéndonos ver que los humanos no somos dioses ni inmortales, y que, en cualquier momento o por cualquier medio, tan insignificante y minúsculo com un virus, nos puede hacer desaparecer de la faz de la tierra en un pis-pan o en un Big Bang. Que la vida es lo más maravilloso e importante de todo lo que poseemos.

Y, como otro aviso, mi subsconciente volvió de nuevo a este mundo de acechantes peligros, despertando de ese estado de conciencia en el que me levanté: los perros dejaron de aullar, los coches comenzaron a pasar, la calle se volvió a llenar de ruidos pero menos que otras veces, y los pájaros volvieron a cantar. El pueblo parecía despertar de un mal sueño, no obstante, todo, había dejado de ser constante.

Hoy es sábado hasta el lunes no podré ir al médico.
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