sábado, 15 de junio de 2019

"Una reflexión sobre la soledad de los ancianos que, quizás, están cerca de nosotros", por José Antonio Hernández Guerrero


Una reflexión sobre la soledad de los ancianos que, quizás, están cerca de nosotros
 
Como nos dicen las últimas estadísticas, los seres humanos vivimos un promedio de algo más de ochenta años. A partir de esta edad, imaginamos y organizamos nuestras vidas – las ideas, los sentimientos, el amor, los deseos y los recuerdos – de una manera diferente.
Hemos de reconocer, además, que, en la actualidad, la complejidad creciente de la sociedad y el ritmo trepidante de la sucesión de los episodios hacen que aumente el número de ciudadanos que, sobre todo durante la ancianidad, se sienten solos. Mientras que algunos están aislados, casi sin contactos con la familia y con la sociedad, otros están aturdidos por los ruidos y por el ensordecedor alboroto de la muchedumbre circundante. 

Crece el número de los ancianos que sufren la soledad de manera callada porque no entienden el sentido de la vida actual, se sienten marginados y ajenos a los problemas de los que escuchan hablar a las personas de su entorno y en los medios de comunicación. Ese corte de los hilos que los vinculaban a su mundo les causa un desamparo similar al de los niños y parecido al de los enfermos abandonados. 
 
Este libro puede ser, al menos, un estímulo para que observemos los episodios que pasan a nuestro alrededor, para que todos nos preguntemos qué está ocurriendo con los ancianos y para que, quizás, lleguemos a la conclusión de que  podemos hacer algo con el fin de que, al menos, evitemos que sean ignorados. En mi opinión, para hacer menos dolorosa la vida de muchos de estos ancianos deberíamos poner los medios para que los profesionales y los voluntarios que se dedican al cuidado de los ancianos cobren un especial protagonismo y recuperen la valoración que su entrega humanitaria merece.   
 
Este libro pide a los lectores un sincero esfuerzo para reflexionar sobre la soledad en la ancianidad, sobre la nuestra y sobre las personas que nos rodean. Es una invitación para que intentemos concebir nuestra propia ancianidad y para que aprendamos, desde ahora, a afrontarla como una realidad difícil pero inevitable. Sólo podremos cambiar las cosas si somos capaces de concebir nuestra propia ancianidad.
 
Creo que, además de valorar la ciencia y la tecnología, progresaríamos más si nos esforzáramos en descubrir la necesidad de colaborar en los cuidados humanos, y de aprender el arte y la ciencia de las relaciones interpersonales.
 
En mi opinión, deberíamos preocuparnos un poco más por el aumento del número de los ancianos que carecen de familiares y de amigos, y no dudo de que si invirtiéramos mayor tiempo en visitarlos, el beneficio sería mutuo y, también, el agradecimiento, ese sentimiento que favorece la autoestima, incrementa la cohesión social, enriquece nuestros valores éticos y, como dicen los especialistas, estimula el sistema inmunitario. Como me decía al despedirme una de las trabajadoras sociales: “no podemos olvidarnos de que, si tenemos la suerte de sobrevivir, todos vamos a necesitar de estas ayudas”.
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Foto de Flickr

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