martes, 16 de octubre de 2018

"Matrícula de Honor", por Salvador Delgado Moya

MATRÍCULA DE HOHOR
 Aquel hemiciclo estaba a rebosar. Familiares con sus mejores galas, porque la ocasión lo merecía.
    
A un lado, los alumnos; becas, birretes y togas, uniformados y pletóricos, porque hoy se produciría un punto de inflexión en sus vidas. Al otro, familiares; ensimismados, nerviosos, haciendo de reporteros gráficos y visuales de lo allí acontecido.


    Comienza el acto. Palabras de agradecimiento, pinceladas de recuerdos perfectamente grabados, chascarrillos de los docentes y risas aisladas.

    ¡Y allí estaba ella! ¡Allí estaba María! Una más, dentro del grupo. Peinada de peluquería; vestido de dos cuerpos en color almendra pálido; collar de perlas conjuntados con unos pendientes poco atrevidos; brazalete de media caña en un brazo y reloj con correa de cuero algo desgastado en el otro; medias, color carne de compresión y zapatos negros con medio tacón; gafas bifocales de pasta y pañuelos de papel en ambas manos.

    Después de un discurso que rozaba levemente la monotonía, el director comienza a nombrar uno a uno los alumnos...

    Uno a uno se dirigieron hacia el estrado, tomando en mano su certificación de los objetivos cumplidos. Apretón de manos y saludo hacia el respetable. Uno a uno, menos María...

    Se terminaron los protagonistas, y el director desea hacer una mención especial a alguien especial, porque ella no era una alumna más, ella era la simbología del sacrificio, de la dedicación, del esfuerzo y del orgullo. Sí, se trataba de María.

    Su profesor quiso dedicarle  unas palabras:

    .- Querida María, en los años que llevo como docente, jamás encontré una persona tan tenaz, tan implicada, tan consecuente, tan...

    En aquel momento, una voz temblorosa, paró el discurso: “ ¡perdone!, ¡perdone señor!, desearía continuar yo en su nombre y en el mío propio”...

    Aquel hombre trajeado, joven y apuesto, se dirigió hacia el atril. Al lado,  María, que se encontraba asombrada y temblorosa.

    El joven la miró, esbozó una sonrisa y se dirigió a los presentes:

    .- Buenas noches a todos, mi nombre, la verdad es que importa poco, pero soy el hijo de María, esta mujer que acaba de graduarse con unas notas excelentes, pero el discurso me gustaría darlo a mí, y con todos vuestros respetos, me gustaría dirigirme a ella para comunicarle algo.

    .- Mamá, hoy te has graduado. Hace unos meses cumpliste setenta primaveras. Hoy has conseguido tener tu título de primaria, ese que tanto anhelabas. Ahora podrás decir que sabes leer y escribir. Pero tu título está incompleto y yo te voy a decir cuales son tus verdaderas calificaciones.

    .- Has aprendido el vocabulario, pero hay algunas letras que llevas grabadas a fuego en tu alma y en tu nombre.

     .-La letra M, de Mujer, de Madre, de Miedos ocultos, de Madrugones, de Mirar siempre hacia el optimismo, de Méritos escondidos...

     .-La A de Arrugas inundando tu hermosa piel, de Atrevimiento, de Arrojo, de  Adorable, de Agradecida por todo y con todos...

     .-La R de Reina, de Resolutiva ante las inclemencias de la vida, de Responsable de sus actos, de icono Reconfortante ante la adversidad, de donante de Risas sinceras y analgésicas...

     .-La I de ingenua en contadas ocasiones, de Insensible hacia el dolor diario y tormentoso, Intolerante ante la injusticia implantada, Ingeniosa en momentos verdaderamente infelices, Imaginativa para descubrirme una vida diferente, Imprevisible ante las situaciones encontradas...

     .-Y otra vez la A, para Acentuar, Admirar y Acariciar sueños, aparentemente imposibles.

    .- Y ya , no me enrollo más mamá, este acróstico te pertenece por ley, al igual que te mereces tener un homenaje por las lágrimas derramadas por mí, luchando sola ante la vida. Analfabeta  y licenciada en amor y trabajo, coleccionando arrugas sin desearlo, trabajando sin descanso pero consecuente con tus metas, arropándome día a día con sábanas de amor y felicidad, derrochando sonrisas sin pedirlas, coloreando tu cabello a tonos plateados sin tintes de resignación...

    .- Así que señoras y señores, esta dama que ustedes ven aquí y que llora desconsoladamente de felicidad, es mi madre, la que me dio la vida, la que me dio una enseñanza, una carrera, la que me dio las instrucciones pertinentes para ser persona, para creer en el esfuerzo, en la lucha. Ella me enseñó a amar sin trabas, a reír de verdad, a saltar la adversidad, a conjugar la vida con el amor, a declinar los obstáculos, a sumar siempre y dividir siempre que se pueda, a leer el futuro, a escribir el presente y a formular la vida...

    .- Esta es mi madre, una señora que creía ser analfabeta. Toma tu matrícula de honor,  toma mi corazón y lloremos juntos para celebrarlo, pero déjame besarte, abrazarte y quererte hoy, mañana y siempre. Brindemos por lo que nos queda. Mira tu calificación en el tablón de  la vida, porque sin lugar a dudas, lo tuyo es de Matrícula de Honor a perpetuidad.

1 comentario:

Cristóbal Moreno dijo...

Sublime..., Salvador.