jueves, 13 de abril de 2017

Crónicas Castellanas: "El Aprendiz de Caballero I", por Eduardo Navarro Er Pedagogo Jimenato

El Frontero Juan de Saavedra, alcaide
de Castellar y de Jimena.
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EN EL AÑO 1436, el segundo conde de Niebla, Enrique de Guzmán, deseoso de emular a su antecesor Guzmán el Bueno, para que fuese objeto de su gloria y se le recordase como un gran conquistador, tenía la intención de arrebatar la poderosa plaza de Gibraltar en manos de los granadinos. De camino pondría fin a las correrías de los gibraltareños, que amenazaba la estabilidad de este sector.

En Sevilla expuso a sus pares las ventajas que supondría para el Reino de Castilla y la Cristiandad un logro de esa altura, para ello necesitaba contar con el apoyo de caballeros, así como reclutando ballesteros y peones de Sevilla, Córdoba, Écija, Jerez y toda Andalucía en general.

Dos semanas más tarde, el Alcaide de la fortaleza de Ximena, Juan de  Saavedra, recibiría la noticia del intento de tomar Gibraltar con preocupación, porque Ximena era un lugar estratégico y cercano al Estrecho. Los guardas y escuchas situados en la zona fronteriza traían la noticia de la necesidad de tropa por parte del buen Conde de Niebla. Esperaba el relevo de parte de la guarnición y temía que sus soldados dejarán la fortaleza en busca de los maravedíes que les prometían.

El Alcaide sabía que en ese momento se convertía en un territorio peligroso de frontera que necesitaba un mínimo de pobladores para defenderla. Por ejemplo: los homicianos esperaban su oportunidad, ya que eran reos condenados que recibían el perdón de homicidios y otros delitos a aquellos que viviesen un año y un día en alguna villa de la frontera de Granada. De ahí el dicho que todos conocían en la guarnición: “Mata a un hombre y vete a Olvera”, que tiene su origen por ser una de las primeras villa que recibió ese privilegio un siglo antes.

Aunque Saavedra tenía una preocupación añadida. Su hermana, con la que se encontraba tan unido, había enviado a su hijo, Ocaña. El joven soñaba con ser un caballero, sin embargo su madre lo enviaba a su hermano para que lo convirtiera en un hombre sensato. Un joven apasionado que soñaba en emular las hazañas de su padre, caballero al servicio de válido de Juan II, el condestable Álvaro de Luna, que había perdido la vida cinco años antes en la batalla de Higueruela.

Un joven inexperto e impetuoso en una villa cristiana que se adentraba en territorio nazarí, en una zona valiosa, era un objetivo llamativo para las flechas nazaríes. Las unidades granadinas estaban formadas por hombres astutos y diligentes, diestro en el manejo del arco y que sabían poner las celadas en los lugares que es de menester.

Y lo que se temía, nada más verle correr desde la entrada de la fortificación en su busca como un manojo de nervios… ya se había enterado de la noticia. ¿Qué podría hacer?. A pesar el buen conde estaba reclutando un gran número de soldados, el alcaide, hombre avisado, sabía que sería una aventura arriesgada y que su sobrino no estaba aún preparado. Así que cuando se acercó y le dijo:
—Tío, perdón Sr. Alcaide, ¡tengo la ocasión de participar en una gran gesta!

Por respuesta, su tío, con rostro serio, miró al cielo con desasosiego. En esas situaciones que te ves favorecido, quiso la fortuna que Luis, un criado diestro con unas dotes excepcionales, viniera a toda resolución a su encuentro. Como no, perseguido por dos ballesteros de la guarnición.
—¡Mi señor, mi señor, mi señor…!
Tras poner orden, Saavedra supo que Luis había sustraído unos víveres y unos pellejos de vino que los ballesteros de la guarnición habían guardado ocultos. Después de reprender a sus dos hombres por tener víveres por su cuenta, les ordenó que no tomaran ninguna represalia contra el criado bribón en tono severo. El criado que esperaba una buena corrección quedó sorprendido. Luis que sabía más que el hambre había comprendido, algo esperaba de él.
Arias de Saavedra era toda una leyenda y muy respetado, dos años antes, tras conocer que Castellar tenía poca gente puso cerco a la villa, a pesar de la escasa guarnición que contaba en Ximena, quedó esperando los refuerzos por parte del Adelantado de la frontera Diego Gómez de Ribera y de esa forma brillante fue conquistada esa importante posición. Juan II, en remuneración de los servicios prestado, concedió a Saavedra la alcaidía de la villa, que compartió con Ximena.
Al alcaide miró al cielo agradeciendo a la fortuna y a su ingenio. Y dijo a su sobrino, no sin cierto tono burlón:
—Sea sobrino, podrás participar en tamaña gesta.

La alegría de Ocaña era indescriptible, no obstante al momento de mudó en enfado. Su tío solicitó a Luis que acercara una de las redomas de vino que había sustraído a los ballesteros. Levanto su espada al cielo y por Castilla y el Rey Juan II prometió que nombraría caballero a Ocaña, su sobrino, si pasaba unas pruebas para demostrar su valía. Así que le ordenó que participara en la gesta con Luis como escudero y que obedeciera a éste en todo lo que dispusieran. 

A Luis, un tremendo truhán, aunque de gran inteligencia y corazón, le hizo jurar que protegería incluso con su vida al aprendiz de caballero. Saavedra, a pesar de las tretas del buscavida admiraba la destreza que tenía para moverse en la franja fronteriza y salir siempre bien parado en el cumplimiento de lo que le ordenaba.

Ocaña, que quería emular a su padre, que a la cabeza de las huestes cristianas que tenía a su mando, en la vega de Granada, había roto el frente nazarí, dejando su vida y facilitando la victoria en Higueruela, se encontraba enfadado, porque esperaba que le hubieran puestos lanceros y ballesteros a su mando para participar en esa gran gesta. Aun así, respetaba a su tío como a un padre y lo admiraba por sus acciones, así que le obedecería sin rechistar.

Así que, después del juramento, lo que más le enfado a nuestro aprendiz de caballero era la sonrisa maliciosa que se dibujó en la cara de tío y de su escudero cuando cerraron el compromiso con un trago de vino. No podía entender en ese momento que recordaría esa experiencia a lo largo de toda su vida, porque con ella comenzaría a convertirse, no sólo en un caballero, también en una persona sensata.
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NOTA: este relato consta de dos partes más, que se desarrollan en el verano de 1436, entre Jimena, Castellar, Palmones y Gibraltar, espero que guste a quienes estén interesados.

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